A veces las cosas no salían como uno las planeaba.
Las misiones se alargaban y en ocasiones la gente con la que uno contaba perdía
la fe, dejaba de confiar en ti y seguía adelante con su vida. Cuando eso
sucedía, lo más correcto, lo más honrado era no armar un escándalo, sino
tomarlo con resignación por mucho que doliera… dejarlos ir deseándoles una
última vez que lograran hallar un modo de ser felices.
¿Cuántas cartas de
amor había arrugado y arrojado al fuego en lugar de enviarlas sabiendo que el
enemigo podría seguir sus comunicaciones directamente hasta ella? Por nada del
mundo la habría puesto en peligro. Aun cuando eso significara perderla por otro
hombre.
Bueno, eso ya no
importaba. Jordan regresó a la sala de subastas rehuyendo el dolor con la
sardónica ira que se había convertido en parte de sus defensas igual que su
rifle de cañón recortado favorito.
Pero una fría
sonrisa curvó una comisura de sus labios, pues aún se sentía complacido con la
expresión horrorizada de Mara cuando había aceptado la invitación de su amiga.
¿Cómo podía rechazar una oportunidad tan buena de hacer que la dama se
estremeciera de vergüenza? Bien podía disfrutar de su incomodidad, divertirse,
pues era probable que aquella fuera la única satisfacción que jamás obtendría
de Mara Bryce.
Ah, pero claro,
ella ya no era la señorita Bryce, pensó agriamente. No se había dirigido a ella
por ese nombre desde hacía años.
Ahora era lady
Pierson, una vizcondesa viuda y acaudalada, que acababa de dejar atrás el
período de luto.
Sí, desde luego que
lo sabía. Sabía más acerca de ella de lo que había dado a entender. Mucho más,
en realidad, de lo que le gustaba reconocer ante sí mismo.
Había divisado a su
antiguo amor entre la multitud mucho antes de que ella se hubiera percatado de
su presencia… ese día, nada menos.
Por supuesto. Tenía
que ser precisamente ese día… justo cuando estaba inmerso en una misión para la
Orden. El día de la operación estaba planeado con semanas de antelación, pero
eso era Mara para él. Siempre había sido la mujer más inoportuna sobre la faz
de la tierra. Al menos al haberla visto primero había tenido tiempo de asimilar
el impacto de su inesperado encuentro. Aunque había fingido indiferencia, lo
cierto era que al verla se había sentido inundado o un torbellino de emociones;
lo cual era una sorpresa de por sí, considerando que hacía tanto tiempo que no
sentía nada que estaba empezando a asustarse de verdad.
Ahora la vorágine
de sentimientos que por su causa se arremolinaban en su pecho imponía un
momento de absoluta honestidad. Durante doce años había estado fingiendo que le
importaba un comino lo que aquella mujer hiciera con su vida. Pero si eso fuera
cierto, su meticuloso cerebro no habría almacenado tantísimos detalles sobre su
existencia. Como la fecha en la que había contraído matrimonio. La fecha de la
muerte del imbécil de su esposo, el lugar donde se encontraba su casa de campo
en Hampshire y donde vivía en Londres: en el 37 de Great Cumbberland Street,
para ser preciso.
No sabría que tenía
un hijo pequeño llamado Thomas, como el petimetre, vano y fanfarrón de su
padre. Y tampoco habría sentido náuseas solo de pensar en que ella llevara en
su vientre al hijo de otro hombre.
A Jordan le habría
gustado afirmar que su conocimiento de todos aquellos detalles de la vida de
Mara no era más que gajes del oficio; al fin y al cabo esa era la especialidad
de un agente. Pero estaba claro que aún albergaba una morbosa fascinación por
aquella mujer.
De acuerdo, reconoció
mientras se abría paso por el abarrotado pasillo hacia el fondo de la estancia.
Mara Pierce no le era indiferente. Pero lo que sentía por ella no podía
calificarse como afecto. Muy al contrario. Las despreciaba.
De ese modo la
perdida de todo lo que podría haber sido resultado soportable. Ojala ella
hubiera sido lo bastante fuerte como para esperar un poco más. Ojala él no
hubiera sido tan prudente, tan cauteloso… tan él mismo.
Se deshizo del
recuerdo del desconcierto que le había provocado su sorprendente propuesta de
matrimonio aquella noche en el jardín. ¡a él! ¡Al audaz y joven agente, que no
le temía a nada! Una hermosa muchacha de diecisiete años, con el corazón
expuesto en sus grandes ojos oscuros, le había puesto nervioso con un solo
beso. En efecto, le había asustado como mil demonios.
Bueno, Virgil no
les había adiestrado para enfrentarse a ese sastre en particular: ¡enamorarse!
Todo aquello le
había pillado tan desprevenido, se había sentido tan fuera de su elemento que
lo único que había podido hacer era no salir corriendo de allí como si el
mismísimo diablo le pisara los talones.
Como mínimo, no
pensó en confiar en que su descabellada atracción hacia Mara fuera real hasta
que una prudente ausencia lo demostrara. Por mucho que ella le tentara, no
había estado dispuesto a dejar a un lado el deber de su familia de servir a la
Orden, como todos los anteriores condes de Falconridge habían hecho antes que
él.
Por encima de todo
se había negado a fallarle a sus amigos; no iba a revelarle a Mara sus secretos
cuando ella, con total inocencia, podría contar algo sin querer a alguien que
no debía y que a consecuencia de ello algunas personas fueran asesinadas: sus
hermanos guerreros, su instructor y él mismo.
A pesar de lo
difícil que había sido -e incluso sabiendo lo que ahora sabía, que el deber
conspiraría para mantenerles separados hasta que ella se decidió por Pierson-,
Jordan se mantuvo fiel a su convicción de que había hecho lo correcto. Y para alguien
como él, se dijo, eso era suficiente.
Al cuerno con la
felicidad. Al cabo del día era el honor lo que realmente importaba.
En cuanto al
presente, simplemente daba gracias porque Mara y su inmoral amiga de la
aristocracia se hubieran marchado de Christie’s. No necesitaba sumar la
molestia de tener que proteger a dos bobas damas a su de por sí larga lista de
deberes y pormenores para aquella misión. En aquella estancia se escondía un
peligro invisible que un observador casual jamás habría sospechado, pero la
trampa de ese día pronto haría salir a sus enemigos ocultos que acechaban entre
ellos.
La operación
comenzaría en breve.
Jordan se dirigió
hacia un punto próximo al fondo de la sala de subastas, desde el que podría ver
a todos los que pujaran por los pergaminos del Alquimista.
Se apoyó contra la
pared adoptando una actitud despreocupada, con los brazos cruzados a la altura
del pecho, e intercambió algunas miradas tensas y cómplices con sus hombres,
que estaban apostados en diversos puntos por toda la estancia. Los había
dispersado para que vigilasen las salidas y no le quitasen el ojo de encima a
ciertas personas de interés.
Cada hombre
respondió haciendo una señal casi imperceptible con la cabeza, transmitiéndole
el mensaje << todo despejado
>>. Las cosas iban sobre ruedas hasta el momento. No tendrían que esperar
demasiado.
En esos instantes
el subastador apremiaba con tacto a ambos bandos de una gran batalla en la que
rivalizaban por un par de vasijas de la antigua Roma. Pero, de acuerdo con el
catálogo, a continuación le tocaba el turno al artículo en torno al cual giraba
la operación de ese día.
Entretanto, uno de
los miembros del personal de Christe’s llevaba la antigua caja de madera que
contenía los rollos hasta la mesa de exposición próxima a la tarima.
Mientras
escudriñaba las abarrotadas hileras de sillas, Jordan observaba las paletas
numeradas que se alzaban. Los compradores de la aristocracia se inclinaban para
escuchar a sus locuaces marchantes de arte, que en susurros les aconsejaban al oído
cuándo dejar la puja y cuándo insistir para atrapar un premio valioso. Su
escrutinio continuó sin cesar, evaluando a la clientela. Dandis de cabello
engominado, esposas mimadas de hombres acaudalados, ataviadas con elaborados
sombreros. Algunos eruditos: archivistas de Museo Británico así como de la
Biblioteca Bodleiana.
Su mirada planeó
sobre todos ellos. << ¿Dónde estáis? Mostraos, malditos bastardos
retorcidos…>>
Podía sentí la
presencia del enemigo entre el gentío… pero ¿Quiénes eran exactamente? ¿Quiénes
entre los ricos y poderosos de Londres se habían convertido en adeptos del
oscuro cultos de los prometeos?
<< Paciencia.
>> La puja por los pergaminos del Alquimista pronto los haría salir a la
luz. En realidad, no debería ser demasiado difícil distinguirlos. Según su
experiencia, los prometeos tenían una expresión característica, al go que
resultaba anormal, algo carente en sus ojos: un retazo de alma, tal vez, que
había sido devorada por toda la maldad con la que jugaban.
A la espera del
momento indicado, la mirada vigilante de Jordan regresó de nuevo hasta la fila
donde se había sentado Mara. El asiento que había ocupado continuaba vacio,
igual que el lugar en su vida que ella podría haber ocupado si hubiese sido
alguien a quien él hubiera podido confiarle la verdad.
Pero no se había
atrevido a hacerlo. A pesar de lo mucho que la había deseado, ella era
demasiado impulsiva, demasiado imprudente, frágil e inmadura. No había forma de
que pudiera haber depositado la vida de sus hermanos guerreros en manos de una
cría de diecisiete años a la que aún le quedaba mucho que aprender.
Al mirar la silla
vacía, aún podía verla mentalmente después de haberla observado allí sentada
durante un cuarto de hora sumido en una vorágine de lujuria y desprecio.
La mujer a la que
casi había convertido en su esposa había ido ataviada aquella tarde de finales
del invierno con un bonito conjunto marrón chocolate, un tono que sin duda
favorecía sus célebres y centelleantes ojos oscuros. Se había recogido su
brillante cabello castaño en un flojo moño bajo, que contrastaba de un modo
intenso con la sedosa luminosidad de su exquisita y pálida piel.
Debía reconocer que
los años la habían tratado bien. Si acaso, el paso del teimpo tan solo había
conseguido que resultase más interesante para sus gustos mundanos.
Pero había sentido
una punzada de dolor mientras la contemplaba. Bien sabía Dios que Mara le había
fallado.
A menudo se
preguntaba lo distinta que podría ser hoy su vida si hubiera tenido un hogar y
una familia, un resquicio de normalidad al que regresar después de las
sangrientas y brutales misiones que llevaba a cabo. Una buena esposa a la que
abrazar y algunos hijos que justificaran el futuro, que le proporcionaran una
razón tangible para pasar por todo aquello.
Eso era lo único
que siempre había deseado de la vida, pero su sueño había perdido su encanto
tras la deserción de Mara.
Desterró con una
sonrisita cualquier resquicio de autocompasión pero, al mismo tiempo, no pudo
evitar preguntarse si la encantadora coqueta de ojos castaños se había tomado
la molestia de madurar. Quizá utilizaba simplemente su viudedad para continuar
coleccionando hombres. Eso era lo que hacían todas esas elegantes e
independientes viudas, pensó con cinismo. Sus hermanos guerreros se las pasaban
de unos a otros.
Claro que, si eso
era lo que Mara pretendía hacer con su nueva libertad, al día siguiente por la
noche tendría una interesante oportunidad para satisfacer su antigua curiosidad
sobre cómo sería hacerle el amor a la única mujer que le había perseguido hasta
los confines de la tierra…
-¡Vendido!
El golpe del
mallete le sacó de su distracción.
Las vasijas romanas
fueron a parar a un individuo corpulento que estaba recibiendo las
felicitaciones de su marchante de arte. Entonces Jordan pudo sentir el aumento
de la tensión, una especie de descarga eléctrica que flotaba sobre la multitud.
Su actitud no cambió en ningún momento, pero se puso en alerta.
-Damas y caballeros
-se dirigió el subastador a la opulenta multitud-. A continuación les
ofreceremos un conjunto extremadamente raro de documentos medievales de un
vendedor anónimo. De reciente descubrimiento, jamás han estado a disposición
del público en sus más de quinientos años de existencia.
El único sonido en
el gran salón fue el de la lluvia que, empujada por el viento de marzo, acotaba
los cristales de las altas ventanas.
-Les mostramos seis
pergaminos que datan del año 1350, en excelente condición, atribuidos al
pintoresco astrólogo de la corte conocido como Valerio el Alquimista. Los
entusiastas del Medievo recordarán que, según reza la leyenda, Valerio estuvo
detrás del complot para asesinar a Eduardo, el Príncipe Negro… por lo cual fue
perseguido y debidamente castigado por un grupo de leales caballeros enviados
por el soberano. Eso es lo que dice la historia.
La multitud rió por
lo bajo ante el tono socarrón del subastador.
-Por esto, encontró
un final sumamente desagradable.
Jamás enfades a un
Warrington, se dijo Jordan con ironía, pensando en Rohan, su hermano agente.
Durante generaciones, los duques de Warrington habían engendrado a los sicarios
más feroces de la Orden.
Los condes de
Falconridge, por el contrario, habían sido los pensadores del grupo, estrategas
consumados, descifradores de códigos y lingüistas, pero tan buenos quereros
como los demás.
-En sepia y granate
sobre pergamino, los rollos están escritos en latín y griego, con numerosas y
extrañas rimas, símbolos alquímicos y otras anotaciones de naturaleza
desconocida en sus márgenes. Se presentan en lo que se cree que es la caja de
madera noble original: roble con enchapado en palisandro e incrustaciones de
madreperla. La caja, todavía en buenas condiciones, está forrada de terciopelo,
con pasadores en plata de ley.
Hileras de
elegantes clientes estiraron el cuello para tratar de ver mejor el hallazgo.
En definitiva,
creemos que los rollos del Alquimista representan una oportunidad
verdaderamente única de poseer una parte de la historia de Inglaterra. Este
tesoro será una excelente incorporación a la biblioteca de cualquier erudito que
se precie, de coleccionistas y anticuarios particulares que sientan interés por
el folclore de lo oculto o de cualquier otro aficionado a la actual fiebre
gótica. La puja se inicia en tres mil libras.
La concurrencia se
quedó boquiabierta ante la mareante suma, pero Jordan sabía que para los
prometeos eso sería una miseria por semejante adquisición, sobre todo si los
miembros del culto secreto creían que los estrambóticos hechizos y oscuros
rituales de Valerio eran en verdad efectivos.
Entonces comenzó la
puja de un modo frenético y vertiginoso.
Jordan escudriñó la
multitud de manera sistemática con su perspicaz concentración, revisándolo todo
mentalmente, memorizando los números de las paletas de todos aquellos que
pujaba, almacenando largas hileras de cifras en su cabeza.
Comprobaría los
nombres más tarde en el libro de registro y a partir de ahí determinaría si era
necesario realizar más pesquisas sobre ellos. Como era natural, al señor
Christie no le agradaría tal invasión a la privacidad de sus clientes, pero no
tenía otra opción. Tal era la influencia y el poder de la organización secreta
a la que servía Jordan. La Orden del Arcángel San Miguel respondía directamente
ante la Corona y no aceptaba un no por respuesta de nadie más, al menos no
cuando el asunto afectaba a la protección del reino.
Mientras continuaba
observándolo todo con feroz intensidad, descartó a algunos de los postores
desde un principio. No todas las partes interesadas eran villanos por fuerza.
El representante
del Museo Británico, de reciente creación. Un par de archivistas de la
Biblioteca Bodleiana de Oxford. Algunos extranjeros excéntricos que actuaban en
nombre de sus príncipes y un pálido autor de sangrientas novelas góticas de
quien la Orden, Drake Parry, conde de Westwood. Carecía de importancia. Las
noticias no tardarían en llegarle a Falkirk, lo cual era el motivo de todo
aquel montaje.
En breve, la puja
por los rollos había alcanzado la desorbitante suma de siete mil libras, para
asombro de todos. Jordan dudaba que las pujas subieran mucho más.
Había llegado el
momento de poner fin a aquella argucia. En el acto. Buscó la mirada del
sargento Parker al otro extremo de la sal y se rascó una ceja como si tal cosa.
No volvió a dirigir la vista hacia él, pero por el rabillo del ojo vio que
Parker se había percatado de la señal; el sargento se volvió y se aproximó de
inmediato a uno de los empleados de Christie’s próximo a la entrada de la sala.
Parker le entregó de manera discreta al hombre una nota que Jordan había
preparado con antelación; el empleado la leyó y levantó la vista, pálido.
El sargento
retrocedió, abandonando el lugar, tal como se le había ordenado que hiciera,
para impedir que en un futuro fuera identificado. Por su parte, el empleado de
la casa de subastas se encaminó apresuradamente por el pasillo hacia el fondo
de la sala, bastante nervioso por aquel giro imprevisto de los acontecimientos.
Entretanto, los
supuestos prometeos estaban tan absortos tratando de echarle el guante a los
rolos del Alquimista que ninguno de ellos reparó en el individuo con cara de
preocupación que se acercaba al estrado.
El empleado se
dirigió hacia el asistente principal del subastador, apostado junto a la mesa
de exhibición, donde se encontraban los pergaminos. Este miró al empleado de forma
inquisitiva, tomó la nota y la leyó; Jordan vio que su rostro se tronaba
ceniciento. Aquel hombre tenía la ineludible tarea de pasarle al nota al
subastador, que se afanaba en subir al puja a la impactante suma de ocho mil
libras.
-¡Oh… oh, Dios
mío!- barbotó el subastador una vez que tuvo la nota en su mano. Le susurro una
pregunta a su sirviente, que asintió en respuesta-. Esto es… realmente
inaudito.
Ambos miraron de
nuevo la nota, y luego el subastador se volvió impotente hacia la multitud.
-Damas y
caballeros, la-lamento anunciar que este artículo acaba de ser retirado inesperadamente
de la subasta.
Un repentino
alboroto surgió en varios puntos de la estancia.
-¡El propietario ha
cambiado de parecer y ya no desea vender!- exclamó.
-¿Qué significa esto?-
gritó alguien.
-Damas y
caballeros, es algo del todo inesperado. Tengan la bondad de aceptar nuestras
más sinceras disculpas por las molestias. Les rogamos que nos disculpen, pero ¡me temo que la
situación escapa a nuestro control! Yo… esto… me han dicho que cualquiera que
desee interesarse por los rollos del Alquimista puede ponerse en contacto con
el comprador a través de las oficinas de Christie’s. Es posible que organice
una venta privada.
-¡Eso es
inadmisible!- bramó uno de los archivistas de la Bibliteca Bodleiana.
-¡Vaya! ¡Esto es un
ultraje!
Jordan observó la
multitud de manera sagaz, tomando nota de cada rostro furibundo de al estancia.
Sus hombres también observaron las reacciones de los clientes y siguieron a
aquellos pocos que abandonaron el lugar hechos una furia.
También él ansiaba
seguirlos, localizar y descubrir a todos y cada uno de esos malvados bastardos.
Pero habida cuenta de su prominencia como miembro de la aristocracia, Jordan
tenía que ser precavido y preservar su tapadera.
Dejó que sus
hombres siguieran a las personas que estaban escabullándose con celeridad. Los
muchachos vigilarían adónde iban y que hacían de ahí en adelante, informándole
a él más tarde de cualquier incidencia. Luego todos aquellos individuos serían
investigados más a fondo.
Entretanto, el
pobre subastador estaba solo.
-Una vez más,
queridas damas y caballeros, lo lamento enormemente. Quizá otro de los raros
manuscritos antiguos que ofertamos hoy pueda despertar su interés. El próximo
lote es también un artículo medieval… esto… un libro de horas ricamente
ilustrado, de mediados del siglo XII, de un monasterio de Irlanda…
Jordan tomó un
pequeño lapicero del bolsillo del pecho y se dispuso a anotar con premura, en
una parte en blanco del catálogo, los números de las paletas que había
memorizado.
Cualquiera que le
estuviera mirando habría pensado que simplemente estaba anotando algo acerca de
varios artículos en venta a modo de recordatorio antes de que comenzara a
olvidarlos.
Si bien requirió de
toda su autodisciplina permanecer donde estaba, apoyado con aire desenfadado
contra la pared, simuló ser aún más inofensivo uniéndose a la puja del libro de
horas irlandés.
Horas después,
cuando en la casa de subastas solo quedaba el personal de Christie’s para
limpiar y poner en orden los asuntos, Jordan guardo los rollos y se marchó en
un carruaje sin blasón con el fin de devolveros a la cripta de Dante House.
Tres de sus hombres armados iban montados en la parte trasera y superior del
vehículo por si acaso los prometeos trataban de hacerse con los rollos por la
fuerza.
Sin embargo, no se
presentó ningún contratiempo. Las sabandijas habían regresado deprisa a sus
piedras y a sus oscuros roncones tan pronto los pergaminos fueron retirados de
la subasta. Lo más probable era que ya se hubieran dado cuenta de que habían
caído en una trampa. Estarían escondiéndose, esperando temblorosos una
mortífera visita de la Orden.
Ya se había puesto
el sol, aunque no eran más que las seis en punto; Dante House ofrecía un
aspecto en especial siniestro a la luz de la luna aquella noche de finales de
invierno cuando su carruaje llegó.
Para el resto del
mundo, aquella sombría y excéntrica mansión de estilo Tudor a orillas del
Támesis era la sede del depravado Club Infierno, si bien eso era únicamente una
fachada ideada para mantener al mundo a raya.
En realidad la
tricentenaria Dante House era una fortaleza camuflada infranqueable, con una
elaborada guarida subterránea donde la Orden podía llevar a cabo sus asuntos
secretos a salvo de ojos indiscretos. El antiguo baluarte estaba plagado de
pasajes ocultos, puertas falsas y misteriosos escondrijos. Construido justo
sobre el Támesis, permitía el tránsito furtivo gracias al pequeño embarcadero
escondido tras su segura compuerta al río.
Jordan recibió la
bienvenida del grupo de poderosos perros guardianes cuando entró.
Virgil, su
instructor y director de la Orden en Londres, apareció en el acto al escuchar
su llegada. El viejo guerrero escocés tomó de sus manos el tesoro medieval del
enemigo, saludándole de manera brusca.
-Confío en que todo
haya ido como la seda.
-Sí, señor. Recabé
una lista considerable de pistas. Hemos hecho un buen papel.
-¿Alguien que
conozca?- preguntó Virgil con sequedad.
Jordan se encogió
de hombros.
-Falkirk no, por
desgracia.
-No, ya suponía que
no asomaría su cara en un foro tan
público. Pero no tardará en recibir las noticias y entonces ya veremos. ¿Y
Dresden Bloodwell?
Jordan meneó la
cabeza.
-Ni rastro de él.
No es ninguna sorpresa. Ese hombre es un asesino. Es demasiado astuto para caer
en una trampa.
Virgil asintió.
-Da la sensación de
que se ha escondido desde la noche en que Beauchamp y tú estuvisteis a punto de
atraparle.
-Eso fue hace
semanas- convino Jordan, asintiendo-. Todavía sigo sin explicarme cómo se nos
escurrió de entre los dedos. O dónde ha estado desde entonces.
-A su debido
tiempo- le aseguro Virgil-. Por cierto, entrégale tu lista de pistas a
Beauchamp. El muchacho necesita ocupar su mente.
Jordan frunció el
seño.
-¿Seguimos sin
saber nada de su equipo?
Virgil sacudió la
cabeza con aire sombrío.
-Yo guardaré esto
en la cripta. Bien hecho, muchacho. Quiero tu informe completo por la mañana.
-¿Está Rotherstone
aquí?- preguntó cuando Virgil dio media vuelta para llevar los pergaminos
abajo.
-¿Quien? ¿Ese marido
enfermo de amor?- El escocés soltó un bufido-. Desde luego que no. Está en casa
adorando a la divina Daphne.
Los labios de Jordan se movieron con nerviosismo. Cierto
era que la vida se había tornado bastante extraña desde que sus mortíferos
compañeros agentes se habían convertido en hombres casados. Max, el marqués de
Rotherstone, estaba cautivado por su encantadora esposa y su nueva dicha
doméstica.
En cuanto a Rohan,
el duque de Warrington, había sido llamado recientemente al cuartel general de
la Orden en Escocia, convocado por los ancianos para explicar cómo uno de sus
mejores agentes podía haberse casado con una joven por cuyas venas corría
sangre de los prometeos.
Jordan no envidiaba
as su tosco amigo el interrogatorio, pero no cabía duda de que Rohan habría
soportado gustoso cosas mucho peores por Kate.
-Me temo que vas
a tener que conformarte con él- agregó
Virgil, señalando con la cabeza hacia el vestíbulo cuando Beauchamp entró.
-¿Conformarse?-
replicó el agente de menor edad-. ¡Yo diría que ha salido ganado!
Sebastián, vizconde
Beauchamp, heredero del conde Lockwood, era el líder, e enlace, de su equipo
compuesto por tres hombres. Sus compañeros y él tenían tan solo unos veintiocho
años, pero Jordan ya había visto al joven guerrero demostrar su valía.
La actitud
despreocupada de Beau y toda su petulante picardía desaparecían ante el
peligro. Era un luchador condenadamente bueno, muy frío y competente bajo fuego
enemigo.
A Jordan le
recordaba un poco a él mismo.
Pero incluso un
granuja como Beau habría sido lo bastante como para no dejar que Mara se le
escapara.
Retirándose un
mechón de color oro viejo de los ojos, Beauchamp se detuvo cerca de Jordan, con
los brazos en jarras y las piernas separadas.
-¿Has disfrutado de
la subasta?
-Ha sido estimulante-
respondió Jordan con una lánguida sonrisa de desdén-. ¿Qué has estado haciendo
tú esta noche?
-Nada en absoluto.
¿Te apetece hacer una visita a La Zapatilla de Satén?
-¿No estuviste allí
la noche pasada?
-¿Y qué? Te gustan
las rubias, ¿verdad? Hay una chica nueva que tienes que…
-Caballeros-
interrumpió Virgil, enarcando una greñuda ceja pelirroja-. Falconridge tiene
que escribir un informe, y en cuanto a ti, muchacho, empezarás a trabajar con
la lista de sospechosos que Jordan ha recabado en la subasta.
-¿Cómo? ¿Esta
noche?- protesto Beau.
-¿Tienes algo mejor
que hacer?- inquirió el escocés.
-Según parece, ya
no- farfulló; luego le arrebató de las manos la lista de nombres a Jordan-.
¡Vale!
Virgil miró a
Jordan con sardónica diversión.
-Eso debería mantenerle
alejado de los problemas durante un tiempo, ¿eh?
Beau levantó la
vista del papel con expresión pícara.
-No cuentes con
ello.
Jordan meneó la
cabeza, aunque en realidad los más veteranos habían acabado considerando a
Beauchamp una especie de travieso hermano menor… siempre y cuando el granuja
obedeciera la única orden que le habían dado y mantuviera las manos lejos de la
señorita Carissa Portland, la mejor amiga de Daphne.
Max no tenía
intención de consentir que uno de sus propios agentes jugara con la atractiva y
joven acompañante de su esposa.
Carissa Portland
era adorable; cabello rojo, vivaz, leal en extremo. La menuda pelirroja
revoloteaba en Londres como una especie de obstinada y pequeña reina de las
hadas. Incluso Jordan se había sentido tentado por su valerosa naturaleza y su
mente aguda, pero no había tardado en darse cuenta de que era inútil. Su
maldita obsesión con cierta morena conspiró, como de costumbre, para echar por
tierra su deprimente vida amorosa. Carissa Portland no podía ser otra cosa que
una hermana para él; aunque, claro, ella tampoco alentaba a Beau, sino que le
fulminaba con la mirada cada vez que se veían.
Al menos su
manifiesto desprecio parecía apartar la mente del joven agente de sus
preocupaciones.
Jordan estaba muy
inquieto por Beau. En realidad, todos lo estaban.
Pese a que en sus
ojos verdes podía verse la misma chispa pícara de costumbre, Jordan sentía la
tensión que exudaba el hombre mientras la espera por sus compañeros de equipo
desaparecidos se dilataba.
Nadie había tenido
noticias del equipo de Beau desde hacía meses. Les habían asignado una misión
en el valle del Loria y deberían haber regresado hacía semanas. Beau
estaba intentando disimular que se
encontraba muerto de preocupación. De ahí sus recientes visitas a La Zapatilla
de Satén, aquel espantoso y sórdido burdel que era la última moda entre los
elegantes caballeros de las clases altas.
Jordan le había
acompañado en una o dos ocasiones con el único propósito de prestar al joven
agente un poco de apoyo moral. Podía comprender la necesidad del hombre de
desahogarse.
Como era natural,
la llegada de Beau a aquel lugar casi había provocado un disturbio entre las
chicas.
-Avísame hasta
dónde quieres que ahonde sobre estos bastardos- murmuró Beau mientras examinaba
la lista.
-Lo habitual;
quién, qué, donde. Debería bastar con eso hasta que podamos centrarnos en los
sujetos más probables- respondió Jordan-. Estoy seguro de que algunos de estos
nombres son alias, pero al menos tendrás un punto de partida.
-Que suerte la
mía.- Beau se guardó la lista en el bolsillo del chaleco-.Bien, y ya que la
subasta ha concluido, ¿ahora qué?
-Ahora a esperar-
respondió Virgil con gravedad.
Jordan hizo un
gesto a Beau con la cabeza.
-Esperamos que
James Falkirk contacto pronto con nosotros. Después del anuncio del subastador,
sabrá que puede hacerlo a través de las oficinas de Chritie’s. Entonces, con
algo de suerte, Virgil podrá proponer un intercambio: los pergaminos del
Alquimista a cambio de Drake.
-O lo que quede de
él- farfulló Beau con voz sombría.
-No te preocupes
por Drake- gruño el escocés, a pesar de que no logró disimular el dolor que le
provocaba la idea de que uno de sus chicos hubiera sido capturado y torturado
sin cesar como un perro durante meses hasta que apenas era capaz de recordar su
propio nombre-. Lord Westwood es uno de los hombres más astutos y duros que
jamás haya reclutado esta organización. Di logra seguir con vida y mantener la
boca cerrada un poco más, le recuperaremos.
-Sí, señor-
respondió Jordan a su instructor, reflejando seguridad en su tono serio.
Pero la situación
era sin duda grave. Los últimos indicios apuntaban a que Drake había sido
torturado de un modo tan atroz por sus captores
que los prometeos habían dañado su mente, en especial su memoria, y que
podrían haber conducido a la locura al pobre hombre.
Si no resultara de
por sí preocupante un demente en posesión de las mortíferas habilidades de
Drake como agente, ahora tenían motivos para temer que Falkirk pudiera haberle
hecho cambiar de bando.
De acuerdo con sus
fuentes, el primer lugar donde mantuvieron prisionera a Drake había sido una
mazmorra de los Prometeo en los Alpes, pero le habían trasladado. Por lo que
sabían, en la actualidad era el viejo y más caballeroso Falkirk quien estaba a
cargo de él y aquello les daba esperanzas de que al menos el trato hacia Drake
se hubiera vuelto más humano. Pero incluso la bondad podía servir como arma en
manos de un maestro de los prometeos.
Si Falkirk había
intervenido desempeñando el papel de salvador, podía manipular a Drake para que
revelase los secretos del Orden con mayor eficacia de la que jamás habrían
logrado los torturadores mediante el uso del dolor.
Hacía solo un mes,
Rohan había visto a Drake con sus propios ojos y había confirmado que su hermano
guerrero estaba enajenado hasta tal punto que había protegido a Falkirk con su
propio cuerpo cuando Rohan tenía un blanco claro sobre el anciano.
Pese a todo, la
memoria dañada de Drake podía ser una bendición. Si los torturadores prometeos no le hubieran hecho perder el
juicio, era muy probable que los hubieran hecho perder el juicio, era muy
probable que los hubiera delatado a todos.
Tenían que
recuperarle sin demora. Si Falkirk deseaba los rollos del Alquimista a cambio
de Drake, la Orden estaba dispuesta a pagar ese precio.
-Buenas noches,
muchachos- mascullo Virgil-. Teniendo en cuenta que esto nos servirá para
comprar la vida de Drake, será mejor que los guarde en la cripta, donde estarán
seguros.
-Sí, señor.
-Buenas noches,
Virgil.
Una vez que el viejo
escocés se marchó con paso enérgico del vestíbulo, Beau y Jordan también se
separaron. Jordan estaba muy cansado después de llevar dos días en vela con los
preparativos para la misión.
Poco después
atravesaba las oscuras calles en su faetón de regreso a casa mientras
reflexionaba acerca de los acontecimientos del día.
La experiencia le
había enseñado que toda misión tenía un factor imprevisible: aquello que nadie
podía planear por muy meticuloso que se fuera. Por eso tenía que estar
preparado para cualquier eventualidad. Y había pensado que nadie lo estaba.
Pero encontrarse cara a cara con su antiguo amor había hecho que el mundo
temblara bajo sus pies. Había logrado apartarla de su mente con el fin de
concluir su trabajo, pero ahora…
No sabía cómo había
llegado hasta allí; pero se encontró en Great Cumberland Street, dando un
agitado rodeo en el trayecto de vuelta a su casa.
Pasando por la casa
de Mara.
Redujo la velocidad
del carruaje hasta detenerse frente a la elegante casa adosada donde vivía,
situada en una calle con forma de media luna, aun cuando se dijo que aquello
era una mala idea. <<¿Qué demonios haces aquí?>>
Pensó en estacionar
en la calle y subir la escalera hasta la puerta principal, llamar y entrar para
verla. Para olerla, tocarla…
<>
Ni siquiera debería
estar allí; achacó su estúpido error de juicio al agotamiento. Pero se quedó
mirando en la oscuridad, esperando captar una breve vislumbre de ella a través
de las ventanas iluminadas de su hogar urbano al final de la calle, con
farolillo encendido sobre la puerta y tres ventanales, en los que tres
maceteros de flores aguardaban la primavera para florecer.
De pronto la vio
pasar por las ventanas del piso superior, riendo. Jordan frunció el ceño y se
echó hacia delante. ¿La sala de música? Podía distinguir la silueta de una
pianoforte.
Mientras observaba
preso de la curiosidad, la vio coger a su hijito y levantarlo en brazos como a
una muñeca. En el silencio de la oscura calle, solo puedo descifrar las alegres
palabras que le dijo a su pequeño, pues su voz sonaba amortiguada por la
ventana cerrada.
-¡Te tengo!
El niño soltó un
gritito de contento mientras ella le levantaba en el aire con absoluta
adoración y orgullo.
Notó que se le
formaba un nudo en la garganta. Jordan apartó la vista antes de que ella
desapareciera con el niño en la cadera. Cuando miró de nuevo, Mara ya no
estaba; en cuanto a él, pudo sentir que la oscuridad se cernía a su alrededor.
Durante un segundo apenas fue capaz de pensar. La desesperación que se abatío sobre
él era mucho más siniestra que aquella noche de invierno. Inspiró profundamente
para serenarse.
Luego exhaló de
nuevo; el aire se convirtió en una nube de vaho.
Al menos parecía
que ella había encontrada un modo de ser feliz. Eso era lo único que importaba.
Él también estaba feliz, se recordó. Bueno, tal vez <>
era un término más adecuado para describirlo. No tan irritadamente molesto.
<<¿A quién
diablos quieres engañar?>>
-Debería haberme
ido al burdel con Beauchamp- se dijo en voz alta.
Los caballos
agitaron las orejas ante el sonido de su voz, pero tan solo hablaba consigo
mismo.
Después de
encogerse de hombros para librarse de la sensación de vacío, azuzó suavemente
con las riendas a los caballos, instándoles a ponerse en marcha. Pero el eco de
la risa de Mara y su hijo le siguió hasta su casa, una majestuosa mansión en
Grosvenor Square, un pórtico de columnas: formal, espaciosa, con todas las
comodidades posibles… y tan silenciosa como una tumba.
Exhaló un suspiro
al entrar, que reverberó en el vestíbulo de mármol; le entregó el sombrero y el
abrigo al mayordomo y subió con paso cansado la escalera curvada hasta el
amplio y oscuro dormitorio principal.
Se tomó una copa de
coñac mientras se desvestía para meterse en la cama. Pero en cuando su cabeza
tocó la almohada y cerró los ojos, presa del agotamiento, volvió de nuevo a
aquella maldita casa de campo…
Los agentes de la
Orden viajaban ligeros y, normalmente, solos, pero los condes jóvenes de
vacaciones lo hacían con un séquito de criados que cargaban con su equipaje por
norma general. A su llegada a la mansión campestre de sus anfitriones, Jordan
dejó que su ayuda de cámara y sus criados llevasen sus baúles hasta el ala de
la casa que le habían indicado y de ahí a la habitación de invitados que le había
sido asignada.
Mientras sus
criados deshacían el equipaje, Jordan había abandonado la habitación y se
dispuso a buscar la sala del desayuno, donde a los invitados se les había
pedido que se reunieran, según lo creyeran oportuno, para tomar un refrigerio
por la tarde, hacer las presentaciones y enterarse de los entretenimientos
previstos para los próximos días.
Mientras recorría
el pasillo recubierto de paneles de madera y cuadros en dirección a al parte
principal de la casa, cavilando de antemano acerca de a qué embajador británico
podría ser asignado cuando en breve le enviaran al extranjero, escuchó un
detestable alboroto procedente de una habitación cercana.
Jordan se detuvo,
enarco una ceja y se volvió para contemplar la puerta. Pudo escuchar la voz
furiosa de una mujer, a duras penas amortiguada por las paredes, reprendiendo a
una pobre y desdichada alma que se encontraba dentro del cuarto con ella. Sabía
que no debería escuchar a escondidas, peor, a fin de cuentas, era un espía.
Movido por la
curiosidad, ladeó la cabeza y escuchó.
-¡Niña estúpida,
eres una verdadera inútil! ¿De qué te sirve este vestido si no has traído los
guantes?
Jordan frunció el
ceño. La gente educada no debería maltratar a sus criados con semejantes
diatribas.
-¡Dios mío, Mara,
eres mi cruz! ¿Por qué no puedes hacer nada bien? Sabía que traerte aquí sería
un desastre. Te habría dejado en casa si no fueras tan bondadosa… y ¿así me lo
agradeces?
-Pero, mamá, los
guantes combinarán…
-¡No te atrevas a
responderme!
¡Zas!
Jordan se quedó
boquiabierto.
-¡Eso es por tu
insolencia, pequeña descarada! No vuelvas a contradecirme o nos marchamos a
casa.
Jordan clavó los
ojos en la puerta, atónito. Una cosa era un enemigo armado, pero ¿atacar a la
propia familia?
-Lo siento muchísimo,
mamá.
Frunció el ceño. ¿Qué
era lo que sentía? ¿Haber traído un par de guantes equivocados?
-Por favor, de-deja
que nos quedemos, mamá. No te causaré ningún problema.
-Huuumm.- Un altivo
resoplido fue todo lo que al chica obtuvo a cambio de su humillación.
-Asegúrate de no
hacerlo. He venido a visitar a mis amigos. Si vuelves a ser grosera conmigo, te
envío a casa para que le des explicaciones a tu padre.
-No, señora, por
favor. Lo siento, madre.
Jordan fulminó la
puerta con la mirada. Aquello era inadmisible.
Era completamente
inadmisible.
Mientras ardía por
dentro de cólera con toda justificación, lo primero que pensó era cómo abordaría
Rohan la situación. Tiraría la puerta de una patada y agarraría a aquella mujer
por el cuello.
Pero se suponía que
él era un hombre civilizado.
<>
Ocultó su furia ante la injusticia que estaba teniendo lugar al otro lado de la
puerta y adoptó una expresión despreocupada. Entonces, cuando se disponía a
asir el pomo de la puerta con la mano, escuchó que la mujer hacía un juramento:
-Créeme, haré
cuanto esté en mi poder para encontrarte un marido mientras estemos aquí. Bien
sabe Dios que estoy deseando librarme de ti.
Jordan abrió la
puerta con una alegre sonrisa, fingiendo al instante quedarse sorprendido.
-¡Oh! ¡Oh, vaya… lo
siento mucho… creí que esta era mi habitación! ¡Perdonenme, señoras! Cielo, qué
embarazoso. He debido de equivocarme.
Ante él se
encontraba una dama delgada, de aspecto muy refinado, que le miró con los ojos
entrecerrados.
-Sí, señor, este es
nuestro cuarto.
-Ah, de acuerdo.
Acepten mis disculpas. ¿Por casualidad no… esto… no conocerán el camino hacia
la sala del desayuno?
La mujer cruzó los
brazos a la altura del pecho, suspirando con aire irritado.
-Siga el pasillo, gire
a la izquierda y baje las escaleras.
-A la izquierda…
hum… ¿en qué pasillo?
<>, pareció responderle la mujer con la mirada al
tiempo que ladeaba la cabeza.
-Justo al salir de
este cuarto.
<>
-Disculpe mis malos
modales- dijo de pronto, haciendo caso omiso de su evidente exasperación-. Ya
que todos somos invitados aquí, debería presentarme yo mismo.- Esbozó su mejor
sonrisa-. Soy el conde de Falconridge.
-¡Oh! ¡Vaya!- la
expresión de la dama cambió por completo.
Jordan había
esperado que así fuera.
-¿De veras? Me
atrevo a decir que he oído hablar de usted, lord Falconridge.
Con una renta de
veinte mil libras al año, no le cabía la menor duda de que así fuese. Era deber
de toda madre intrigante conocer a los mejores partidos de la alta sociedad.
-Soy lady Bryce. Mi
esposo es el baronet sir Dunstan Bryce y esta es nuestra hija, Mara.
-Señorita Bryce.-
Jordan hizo una reverencia de manera cortés y comedida a al joven morena y
delgada que estaba sentada en la otomana con la cabeza gacha.
-¡Mara, muéstrale
un poco de educación al conde!- espetó la madre.
Solo entonces, por
primera vez, la chica levantó de manera pausada la mirada hacia la de él; sus
ojos oscuros estaban colmados de desdichada inocencia bajo el marco negro de
sus pestañas. Aquellos conmovedores ojos eran de un castaño tan oscuro que
parecían casi negros, igual que su reluciente cabello, pese a que tenía la piel
pálida… una mejilla más rosada que la otra a causa del bofetón que le había
propinado su madre.
Jordan la miró y
algo en su interior sufrió una dulce estocada mortal.
-Encantada de
conocerle- susurró con un hilillo de voz.
Durante un segundo,
Jordan fue incapaz de hablar.
Tenía que sacarla
de allí. De repente se sintió obsesionado por rescatarla.
-¡Ejem! Tal vez la
señorita Bryce tendría la bondad de mostrarme donde está… esto… la legendaria
sala de desayuno. Tengo entendido que es allí donde hemos de reunirnos todos.
-¡Por supuesto!-
lady Bryce le brindó una sonrisa
radiante, como si le creyera la criatura más inteligente del mundo-. Mara, ¿por
qué no acompañas a su señoría hasta la sala del desayuno, querida?
-Sí, madre.- Se
puso en pie y se encaminó hacia la puerta, manteniendo la cabeza gacha-. Por
aquí, señor.
Jordan se hizo a un
lado de manera galante para que la señorita Bryce le precediera. Cuando lo
hizo, salió del cuarto, colocándose entre la joven y la arpía de sonrisa boba. Luego
le cerró la puerta en las narices a la madre.
Mientras recorrían
el pasillo, la señorita Bryce apenas respondió a sus amistosos intentos de
entablar una conversación.
-¿De dónde es? ¿Ha
tenido oportunidad de conocer a los demás? Bonita casa, ¿no le parece? Bonitos
jardines, también. Estoy seguro de que disfrutaremos de una muy agradable
estancia.
Ella se detuvo en
lo alto de la escalera y se volvió hacia él de repente; antes de seguir
adelante, clavó los ojos en le conde.
-Lo ha escuchado
todo, ¿verdad?
Aquella pregunta
tan directa le pilló desprevenido.
-Eh… ¿cómo dice?
La joven frunció el
ceño con impaciencia. Jordan titubeó, tratando de salvaguardar su orgullo, pero
al parecer ella prefería la verdad. Entonces se encogió de hombros y decidió no
mentir.
-Escuché lo
suficiente para saber que no se merecía usted eso. ¿se encuentra bien?
Mara se puso tensa
y apartó la mirada.
-Estoy
acostumbrada. No se ha perdido, ¿verdad?
Él negó con la
cabeza, esbozando una sonrisa contrita.
Mara volvió la
vista de nuevo hacia él, mirándole a los ojos con cierta melancolía.
-Le doy las gracias
por lo que ha hecho.
-No hay de qué.-
Entonces meneó la cabeza, descompuesto aún por la barbarie de lady Helen-. ¿Por
qué la trata de ese modo?
Ella se encogió de
hombros.
-Siempre lo ha
hecho. En realidad, no necesita una razón.
Jordan la miró
fijamente.
-Lo siento mucho.
-No pasa nada.
Espero no tener que sufrirlo durante mucho más tiempo- murmuró cuando se volvió
hacia las escaleras y continuó hacia la sala del desayuno.
Jordan la siguió,
observándola fascinado. Su anterior aspecto de derrota había sido reemplazado
por un aire de resolución que iba en aumento cuanto más se alejaban de la
madre.
-¿Qué quiere decir
con eso?
-¿Hum? Oh, nada.-
Le dirigió una inconmovible sonrisita arrogante nada provista de su edad.
Había visto esa
clase de sonrisa con anterioridad. A Virgil. Era la sonrisa sombría y templada
de un superviviente.
La señorita Bryce volvió
la vista al frente cuando bajaron al vestíbulo.
-¿Querría hacer
algo por mí?
-Lo que desee.-
Aquello escapó de sus labios con mayor fervor del que había sido su intención.
La joven se detuvo
y se giró hacia él una vez más.
-No le hable a
nadie sobre esto.
Jordan la miró a
los ojos, percatándose de que aquella joven belleza tenía una intensidad que
jamás se había encontrado en otra chica.
-Desde luego que
no- susurró-. Descuide, su secreto está a salvo conmigo. Tiene mi palabra de
honor.
La agradecida
sonrisa de alivio que se dibujo en su rostro podría haber sustentado a
cualquier hombre durante toda una guerra.
-Gracias.- Luego
aquellas exuberantes y seductoras pestañas descendieron, y ella se volvió con
elegancia hacia el corredor-. Hemos llegado a la sala del desayuno, milord.
Jordan no podía
apartar los ojos de ella mientras la acompañaba al interior de la estancia. Había
desaparecido todo rastro del dolor y la humillación que había sufrido arriba
cuando entró en la sala, donde de inmediato fue saludada… no, recibida de
manera calurosa por una multitud de jóvenes caballeros a los que había sido
presentada.
No había en ella el
menor signo de la frágil vulnerabilidad que Jordan había presenciado en el piso
de arriba.
La señorita Bryce
se había transformado en la viva imagen de la simpatía femenina, risueña y
coqueta. Y mientras las demás muchachas de la habitación la fulminaban con la
mirada, todo soltero disponible parecía tan encandilado como él… incluyendo al
alto vulgar y muy imbécil vizconde Pierson.
Jordan se sentía en
extremo fascinado, pero no estaba del todo seguro de que le agradara lo que veía.
Comprendió lo que significaba su críptico comentario cuando le dijo que no
tendría que seguir sufriendo las diatribas de su madre durante mucho más
tiempo.
Aquella chica tenía
una misión. Y no podía culparla. Como si pudiera notar que la observaba, la
señorita Bryce dirigió la vista más allá de la multitud de admiradores y clavó
los ojos en los de Jordan.
Él la miró
enarcando una ceja, a lo que ella respondió encogiéndose levemente de hombros,
con una sonrisa en los labios.
Jordan resopló para
sus adentros. Luego se obligo a darse la vuelta y enseguida le presentaron a
otras jóvenes damas, pero por mucho que se esforzara en prestarles atención,
Mara Bryce ya la había reclamado toda de forma misteriosa.
En efecto, a medida
que transcurrían los días, estuvo pendiente de ella de un modo discreto en todo
momento, aguzando el oído para captar el sonido de su voz, por si acaso
necesitaba que volviera a rescatarla….