Olympia
Aquel verano de 1899,Olimpia Biddeford se sentía preparada por primera vez para participar en las veladas literarias que su padre,un editor de prestigio, organizaba en Fortune’s Rocks, su maravillosa casa en New Hampshire.En las tertulias acompañadas de exquisitas cenas y sofisticados temas de conversación, Olimpia se instruía sobre lo humano y lo divino. Nada le resultaría extraño, ni las materias sobre el liberalismo norteamericano o la reforma social cristiana, ni la literaria más compleja o la poesía más delicada. Pero su juventud inexperta estaba a punto de abrirse a experiencias sensoriales alejadas del dominio de la razón. Todo comenzó cuando su admirado ensayista John Haskell, acompañado por su hermosa esposa Catherine, acudió a una de las elitistas veladas de su padre. Rodeados de un ambiente acogedor y unidos por la pasión hacia la literatura, Olimpia y John se enamoraron, en un amor tan corto como rotundo que preparaba su pócima amarga, siempre lista para ser degustada, pesarosamente, en el futuro.Y con todas las mezquindades de un romance corto y las veleidades de un largo olvido, Olimpia sería expulsada del paraíso. Para comprobar, una y mil veces, las maldiciones del eterno femenino: Olympia, tan educada y refinada, pero esclava al fin y al cabo de su epoca; Olimpia y su obligada renuncia al amor prohibido; Olimpia y su entrega al sacrificio y Olimpia…. nunca, jamás, sin su hijo.
-No se preocupe por mí. Siga bañando a la niña —dice él mientras se pellizca el puente de la nariz entre el índice y el pulgar. Se apoya contra la mesa de madera de pino y cruza los brazos. Parece cansado.
Protegiendo los ojos de la niña con una mano, Olympia vierte una jarra de agua sobre su cabeza plateada. La niña se queja amargamente. Olympia observa las costillas del desafortunado navio a través de una de las ventanas. La escena le hace pensar en el esqueleto de una ballena varada. La caseta de salvamento, que hace unas horas era el centro de una actividad frenética, se alza silenciosa junto a la orilla. Iluminada por el sol, incluso parece hermosa. Es una sólida estructura con multitud de ventanas y una gran torre con una azotea de vigilancia. Los aleros del afilado tejado rojo están decorados con bellos relieves. Alrededor de la caseta, la naturaleza luce espléndida e indiferente a la tragedia.
-Hemos hecho todo lo que hemos podido -dice Haskell. -Sí, así es —dice Olympia. -Sesenta y cinco almas a salvo y tan sólo un muerto en el equipo de
salvamento. Eso es un poco menos del cincuenta por ciento del pasaje y unas bajas de tan sólo el ocho por ciento entre el equipo de salvamento —añade después de una breve pausa.
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