sábado, 21 de mayo de 2011

Cuarteto De Duquesas: Una Persecución Salvaje

Cuarteto De Duquesas
3. Una Persecución Salvaje

Tras los abanicos de las viudas de Londres y en los rincones de los salones de baile se rumorea que el escándalo persigue a la obstinadamente salvaje Lady Beatrix Lennox donde quiera que va.
Tres años atrás, la debutante causó sensación al ser descubierta en una situación bastante comprometedora. Ahora, la alta sociedad la considera como una oveja descarriada que nunca podrá casarse, su familia la ha llamado zorra, y Beatrix no ve razón para no perseguir lo que, y a quién, desea.
Y lo que quiere es a Stephen Fairfaix-Lacy, el atractivo Conde de Spade. Con sus descaradas sugerencias y su irresistible atractivo sensual, Beatrix no es para nada el prototipo de futura novia ideal del conde. Pero Beatrix produce en el conde un desenfreno que ha intentado negar durante demasiado tiempo. No obstante, él no va a seguir las reglas de Beatrix en el juego del amor. Ella puede estar acostumbrada a estar en la cima en los asuntos del corazón, pero esto pronto cambiará.

—Estamos en verano, Esme —señaló Sebastian, con delicadeza—. Las rosas han florecido en la pérgola. Y creo que algo de aire libre y de ejercicio le haría bien. —Le dio la vuelta al bebé. William gritó de alegría y se llevó una mano a la cabeza, instintivamente—. Ya tiene el cuello fuerte y la cabeza mucho más firme. —Oyendo hablar al hombre parecía que William se hubiera graduado brillantemente en la Universidad de Oxford.

Esme abrió la boca para poner una última objeción... pero no dijo nada.

El sol brillaba sobre el cuerpo redondito y fuerte del bebé, sobre su recién salido pelo castaño, que era tan parecido al de su padre, Miles. Sobre su carita inquieta, mientras los ojitos azules y brillantes parpadeaban al mirar a Sebastian, con la dulzura que Miles le había legado.

De repente Esme descubrió que allí, en la base de la columna, había una marca, como una lentejuela. Una marca que cuando nació no era visible, pero que ahora, indudablemente, empezaba a dibujarse con toda claridad.

—Sebastian. —Tenía algo en la voz que hizo que su marido la mirara inmediatamente—. Mira.

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