Mi Irresistible Earl. Capítulo 3
3
A la noche siguiente, Thomas ya no mostraba ni un solo síntoma de su resfriado gracias a la larga siesta y al remedio casero preferido de su vieja niñera; una cocción de cebada hervida, no demasiado endulzada, con higos secos y pasas.
Para alivio de Mara, el pequeño vizconde volvía a ser el de siempre, lleno de curiosidad y energía, construyendo torres con sus bloques de juguete en la sala de estar y derribándolas con alegría. Estaba tan contento como el gato de la familia, sentado tranquilamente en le alfeizar de la ventana, meneando la cola como si fuera un péndulo y contemplando la gélida lluvia caer.
Mara se giró y echó un vistazo al reloj de la repisa, mordisqueándose el labio con indecisión. La vida había vuelto a la normalidad una vez se convenció de que se hijo sanaría. Ahora se percató de que tenía el tiempo necesario para vestirse y asistir a la velada de Delilah, si era valiente. La posibilidad de ver a Jordan. ¿Qué debía hacer...?
Deseó no sentirse tentada, pero dedujo que si no acudía lo más probable era que se convertiría en el tema de conversación. Si todos iban a cuchichear sobre ella en la mesa, bien podía estar allí para defenderse, ¿verdad?
Mientras el reloj continuaba marcando los minutos, reconoció de mala gana que la embargaba una irresistible curiosidad por escuchar de labios del propio Jordan qué era lo que había estado haciendo los últimos años.
Tal vez si asistía a la fiesta y tenía oportunidad de observarle a través de los ojos de una mujer adulta, no de una niña ingenua, podría formarse una nueva opinión sobre el que en otro tiempo fuera el hombre de sus sueños. Bien sabía Dios que desde el primer momento en que él había irrumpido en su vida, distrayendo a su madre de otra opresiva perorata, había considerado a Jordan una especie de príncipe azul de carne y hueso; la encarnación de la caballerosidad.
Pero en cuanto miró aquellos ojos azul cielo y contempló su aire de brillante galantería, en el fondo de su ser determinó de inmediato con gran tristeza que jamás podría tener a alguien como él. Estaba muy por encima de ella.
No se trataba solo de que el título nobiliario de Jordan fuera muy superior al de su familia, sino que iba mucho más allá. Era mucho mejor persona que ella... o eso había creído entonces. Apuesto, amable, bueno; inteligente, divertido; a gusto en cualquier situación; todo se le daba bien; no se dejaba intimidar por nadie. En resumen, Jordan era un sueño y ella... bueno, era un desastre andante, como le gustaba decir a su madre.
Una mujer tan imperfecta como Mara Bryce jamás podría ser digna del hombre más próximo a la perfección que había conocido en toda su vida, un auténtico caballero de brillante armadura.
Por supuesto, Jordan fue amable con ella. Un hombre como él era amable con todo el mundo. Le había juzgado bondadoso por naturaleza, un verdadero caballero en toda la extensión de la palabra. Ella, por otro lado... Si solo una mínima parte de lo que su madre decía acerca de ella era cierto, entonces Jordan querría, merecía en realidad, a alguien que fuera mucho mejor.
Con todas aquellas suposiciones firmemente asentadas en su cabeza, Mara había pasado la mayor parte del tiempo en la casa de campo disfrutando de cada momento que pasaba en su compañía, pero negándose a albergar esperanzas en cuanto a que él pudiera sentir algún interés real por ella.
Si él había mostrado ciertas señales, Mara no se las había tomado en serio o las había pasado por alto porque él parecía demasiado bueno para ser verdad. Si alguna vez en sus ojos había apreciado una expresión tentadora mientras hablaba con ella, Mara estaba segura de que era solo fruto de su imaginación. Era imposible que Jordan la deseara, sobre todo después de haber conocido su humillante secreto.
Había visto con sus propios ojos que su familia no le tenía ningún respeto, y ellos eran quienes mejor la conocían. ¿Por qué un dechado de virtudes habría de escoger a una chica cuyo interior albergaba tanta maldad que su misma madre parecía no poder amarla?
Saber que Jordan había presenciado el secreto de su dolor le hacía sentir muy extraña en su presencia, debatiéndose entre la inquietud y una desconocida sensación de seguridad con él. Continuaba esperando que lo utilizase de algún modo contra ella. Pero nunca lo hizo. Mantuvo su promesa y esa era una de las razones por las que había creído que podía confiar en él. Pese a todo, consciente de que él era inalcanzable, había tratado de controlar su palpitante corazón y se había esforzado por pensar en él solo como en un amigo... hasta que, a sus diecisiete años, no pudo seguir conteniendo sus sentimientos.
Resultó que no se había equivocado al ser cautelosa, pues aquella noche en el jardín había descubierto que sus sentimientos no eran correspondidos.
Jordan ni siquiera accedió a permitir que le escribiera, ni a escribirle a él. Pero al menos no había mentido, reconoció mientras se apoyaba contra la entrada. Bueno, en retrospectiva, era obvio que, llevada por su infantil inocencia, le había idealizado en exceso...y se había menospreciado a sí misma.
Ahora no era tan tonta. Jordan no era perfecto. No era un semidiós ni un héroe invencible, sino un hombre. Incluso los caballeros de brillante armadura tenían sus debilidades. Esa noche tendría la oportunidad de obtener una imagen más clara y madura de quién era él o al menos de en qué se había convertido su joven príncipe azul.
Lo que era más importante aún para ella misma, por fin estaba convencida de que no era ni había sido nunca tan mala o estúpida como sus padres le habían hecho creer. Era una persona de valía, con talento y virtudes. Había cosas que se le daban bien. Era una buena madre para Thomas. Mucho mejor de lo que había sido la suya.
Y quizá, solo quizá, se merecía el amor.
Su corazón se agitó al pensar en él, como en los viejos tiempos, pero mientras fantaseaba con la idea de asistir a la fiesta, no pudo evitar preguntarse de qué modo podrían afectarse el uno al otro, doce años más tarde. Un Jordan imperfecto, hastiado del mundo; y una Mara más fuerte y madura. Con los cambios que el paso de los años había operado en ambos, ¿seguirían sintiéndose mutuamente atraídos? ¿Podrían aún enamorarse?
Peligrosos pensamientos, se advirtió Mara. A fin de cuentas, lo opuesto podía ser cierto. Si acudió esa noche podría volver a su casa con una nueva tranquilidad mental, preguntándose tan sólo qué era lo que alguna vez había visto en él.
Entonces podría al fin liberarse de esa duda.
<> Cerró los ojos.
Su conciencia culpable disfrutaba atormentándola de vez en cuando, haciéndole recordarla noche en que había concebido a su hijo, cómo había yacido debajo de su esposo borracho, con los ojos cerrados y pensando en él.
Dudaba que lord Falconridge hubiera sido jamás tan torpe, brusco y desconsiderado con una mujer...
Abrió los ojos de nuevo, sacudiéndose de encima aquel perturbador recuerdo.
Thomas estaba manteniendo una animada conversación con sus bloques de construcción, para diversión del personal. Varios criados se habían reunido a ver jugar al pequeño. A Mara no le importaba. El sincero afecto que los criados profesaban al niño hacía que los quisiera más.
<>
Intentar negar su cauto interés por averiguar lo que Jordan había estado haciendo todo aquel tiempo haría de ella alguien tan obstinado como su pequeño de dos años, cuya palabra favorita era <>.
Echó un nuevo vistazo al reloj de la repisa con incertidumbre.
Aparte de su terca negativa del día anterior, no había una razón de peos para no asistir. Ni siquiera podía alegar que no tenía nada que ponerse. Su modista acababa de entregarle un nuevo vestido de satén de un vivo color púrpura. Pensó en su estola de visión para protegerse del frío. Guantes largos negros. Todavía los conservaba de su período de luto. Su gargantilla de perlas...
Tendría que lucir su mejor aspecto, aunque solo fuera por principios, desde luego. Demostrarle al que había sido el hombre de sus sueños que había seguido adelante con su vida muy feliz sin él.
Thomas dio un gritito de alegría cuando derribó la torre de bloques por enésima vez en la sala multifuncional a la que se refería como salón. Su vieja niñera, la señora Busby, continuó alabando al joven constructor.
Mara sonrió. Había algo inspirador en el modo en que el niño comenzó a construir su nueva torrecilla, sin dejarse desanimar por el fracaso. Ni inmutarse por el derrumbamiento de todo lo que había construido.
<>
Cierto, pensó con súbita resolución. Tras la muerte de Pierson, tenía que ser a la vez una madre y un padre para Thomas, y no pensaba dar un mal ejemplo a su hijo, escondiéndose en casa como una cobarde, demasiado débil para enfrentarse a alguien que le había hecho daño.
-Mary.- Se volvió hacia su pecosa doncella con iré formal-. Dile a Jack que prepare el carruaje.- Levantó la cabeza y anunció-: Voy a salir.
Los invitados de Delilah se habían reunido en el salón previamente a la fiesta. La llamada al comedor era inminente y sin embargo Mara no había aparecido.
¡Estupendo!, pensó Jordan con irritación, mirando con disimulo hacia la puerta. Había ido allí esa noche solo por ella y la maldita descarda ni tan siquiera se tomaba la molestia de hacer acto de presencia. Parecía que no tenía agallas de enfrentarse a él.
Los demás invitados habían llegado ya, por lo que se encontraba rodeado de desconocidos y de meros conocidos. Mientras su nueva amiga, Delilah, continuaba parloteando, Jordan solo podía mofarse de su propia decepción. ¿Acaso no iba a aprender nunca?
Entretanto Cole, el alto y fornido amante de Delilah, le observaba con recelo y ojo de halcón desde la chimenea. <>Medio escuchó a Delilah charlar, deseando haberse quedado en casa para dedicarse a descifrar algún código nuevo.
Entonces, de repente, vio al mayordomo entrar en la estancia. El alma se le cayó a los pies mientras esperaba escuchar la esperada llamada: <>
<>
En su lugar, el mayordomo anunció:
-Lady Pierson.
Todo su cuerpo se tensó cuando Mara entró en el salón. ¡Santo Dios! Los hombres presentes se quedaron mirando, pero Jordan sufrió la aguda y fugaz agonía del deseo durante algunos instantes.
La pícara coqueta de diecisiete años, que enmascaraba su inseguridad tras un tímido flirteo, había desaparecido. En el salón entró una devastadora mujer que se conducía con mundana seguridad en sí misma y con fría desenvoltura. Incluso su modo de moverse la proclamaba como la clase de mujer más peligrosa, según su experiencia. La clase de mujer que sabía quién era.
Bravo, bella, pensó Jordan con cautivada admiración cuando comprendió la verdad. Mara Bryce había alcanzado la plenitud.
La luz de las velas se deslizaba de modo seductor sobre el vestido de satén de un vivo color púrpura, el tono oscuro del corpiño se ceñía a sus redondos y gloriosos pechos y hacía resplandecer la piel de su pecho como si fuera una estrella lejana. Llevaba el cabello negro recogido en un atractivo moño en lo alto de la cabeza, con unos clásicos ricitos que caían. Siguió con la mirada una de esas encantadoras espirales que le enmarcaban el rostro, rozando suavemente su mejilla, todavía enrojecida por el frío de la calle, hasta donde descansaba, sobres sus labios; los llevaba pintados de un profundo tono rosa, con algún cosmético que solían utilizar las seductoras de la alta sociedad.
No era capaz de apartar los ojos de ella, ni tampoco los demás hombres de la estancia, exceptuando a Cole, cuya atención no se apartaba de Delilah.
Mara había hechizado a todos con solo cruzar la habitación; aunque eso no había cambiado desde sus días de juventud. Acercarse a ella nunca había resultado fácil, pues siempre había estado rodeada de pretendientes y admiradores.
-¡Cariño! ¡Me alegro mucho de que hayas venido!- Delilah se aproximó rápidamente para saludar a su amiga, abrazándola con cuidado de que ninguna de las dos se despeinara.
-Siento llegar tarde. Quería asegurarme de que Thomas se encontraba mejor.
-Ah, por supuesto. No te preocupes. Había puesto un cubierto para ti de todas formas... solo por si acaso.
Jordan reparó en la mirada irónica que intercambiaron ambas y se preguntó qué era lo que significaba.
De pronto, las dos dirigieron la vista hacia él. Le habían pillado desprevenido, mirando embobado.
Jordan sonrió contrito e inclinó la cabeza de manera educada, gesto al que Mara respondió con recelo desde el otro lado de la estancia.
Ella fue rodeada de inmediato por sus amistades, quedando oculta a su mirada. Lo cual le parecía bien. Pues de repente se encontraba en un estado terrible; con el corazón acelerado, contrajo los músculos del abdomen para intentar repeler el absurdo mariposeo que sentía en el estómago.
Santo Dios, ¿qué demonios le pasaba? Mara era una sacudida para su organismo, que había hecho vibrar su cuerpo por entero. Se tiró disimuladamente del corbatín, preguntándose cuándo había empezado a hacer tanto calor en la habitación. De pronto la ropa, la camisa y el corbatín blancos, el traje negro de etiqueta, parecía estorbarle, demasiado opresiva. Ansiaba despojarse de ella, estar con Mara en la cama, sin nada que les cubriera salvo la luz de la luna y el sudor de sus cuerpos, mientras recuperaban el tiempo perdido.
Mara le miró a los ojos a través de la multitud, con un leve sonrojo, como si él llevara sus sentimientos escritos en la cara.
Jordan bajo la mirada y tragó saliva maldiciéndose por la loca y trémula dicha que ahora corría por sus venas. Aquello era una reacción realmente estúpida. Metió la mano en el bolsillo y tomó otro trago de oporto, recurriendo a toda su disciplina para controlar de nuevo sus confusos sentidos.
La cena estaba servida.
Los invitados entraron en pareja e un refinado comedor decorado en rosa y azul, donde estatuillas doradas sostenían velas, guirnaldas de flores de escayola adornaban el techo y ricas cenefas de rosas festoneaban los ventanales. Tomaron asiento en sillas con el respaldo en forma de lira, en una mesa cubierta por un prístino mantel blanco de damasco. Jordan se encontraba frente a Mara, dos asientos más allá, lo bastante cerca para vigilarla.
Enseguida un desfile de criados vestidos de librea y ataviados con pelucas empolvadas comenzó a traer la comida en reluciente bandejas de plata. Un buen tazón de consomé ayudó a disipar el frío de la noche, pero cuando desvelaron el primer manjar bajo los cubreplatos de plata, Jordan se decidió por las chuletas de cordero en vez de la oreja de ternera.
Una vez pasó la primera media hora, Jordan disfrutó escuchando sin más las bromas de los otros, saboreando la conversación de la gente normal que no cargaba con el peso del mundo sobre sus hombros. Cuando era más joven, siempre se había preocupado de ponerse en contacto con sus amigos y conocidos que nada tenían que ver con la Orden. Eso le había ayudado a conservar la cordura. Había intentado, al menos por entonces, no dejar que la mortífera guerra soterrada que libraban contra los prometeos dominara su vida entera. Temía acabar como Virgil.
Pero de algún modo había ido perdiendo esa sensata costumbre con el paso de los años.
Ahora la charla informal de aquellos despreocupados aristócratas hacía que un oscuro rincón de su corazón se enfureciera o, al menos, sintiera cierto desprecio.
El ambiente de cordialidad tendría que haberle animado, restaurado su desfallecido estado de ánimo, pero, en vez de eso, se sorprendió al sentirse resentido por lo fácil que lo tenían. Maldición, ninguno de ellos duraría un solo día en su mundo. Vivían para el placer, sin tener que soportar la más mínima presión.
Jordan se sentía tenía lejos de ellos, tan desconectado...
El otro único invitado a la mesa que guardaba silencio era el héroe de la guerra con España que Delilah había invitado, un comandante del ejército, más o menos de su misma edad, que caminaba con muleta por haber perdido la pierna en Waterloo. Jordan había estrechado con mucho gusto la mano enguantada del oficial en el salón. Era un hombre que no mostraba el menor rastro de autocompasión. La clase de hombre que hacía que uno se sintiera orgulloso de ser inglés.
Entretanto, los comensales cotilleaban sobre las fiestas previstas para la temporada en casa de personas a las que Jordan no conocía. Cuando sirvieron el segundo plato, eligió pichón asado y gambas al vino blanco y, pese a todo, apenas había articulado palabra.
Estaba intentando no mirar demasiado a Mara, pero cuando se arriesgó a volver la vista en su dirección, la pilló estudiándole; la araña de cristal tallado salpicaba su rostro de diminutos puntitos de azul.
Jordan clavó los ojos en los de ella de manera sombría, haciendo que Mara apartase la vista. Pero con su semblante de perfil, pudo ver el rubor que ascendió por aquel hermoso cuello hasta su mejilla.
-Bien, lord Falconridge- dijo Delilah desde la cabecera de la mesa. Jordan volvió la cabeza hacia su anfitriona-. Es un placer que haya podido acompañarnos esta noche. Lady Pierson me ha contado que ha estado usted en el servicio diplomático.
-Sí.
Jordan dejó el tenedor de forma educada, presintiendo que iban a someterle a una especie de interrogatorio.
-¿Dónde ha estado destinado?
-En varias cortes del norte de Europa, señora Staunton. Prusia, Suecia, Dinamarca. No obstante, la mayor parte del tiempo en el extranjero lo he pasado en nuestra embajada en Rusia.
-¡Vaya, tuvo que ser peligroso, teniendo en cuenta que la mitad de las veces el zar no lograba decidir si estaba con nosotros o con Napoleón!
Jordan asintió, esbozando una sonrisa cortés.
-Me temo que a veces lo era, y mucho.
Aquel tema suscitó el interés del veterano de la guerra con España.
-¿Estuvo usted en Rusia durante el año 1812, señor?
-En efecto, comandante.
-¿Llegó a ver la retirada de Napoleón en pleno invierno ruso? Dicen que perdió a cien mil hombres solo a causa de frío.
-Que terrible- murmuró una de las damas.
Jordan asintió.
-Sí, desde la distancia pude ver la retirada de las columnas, y antes de la llegada del ejército a Moscú para que Napoleón no la tomara- agregó-. Incluso Bonaparte debió de darse cuenta de que no podía derrotar a un pueblo dispuesto a hacer eso.
-Me alegro de que la guerra haya terminado- declaró Delilah- y de que por fin podamos segur con nuestras vidas.
El comandante le lanzó una mirada cargada de cinismo. <> Jordan le miró con irónica comprensión en tanto que los demás comentaban su impaciencia por ir de vacaciones al continente una vez que las ciudades bombardeadas fueran reconstruidas; cuando alzó su copa hacia el hombre en un brindis silencioso, el comandante le dedicó una sonrisa adusta y una inclinación de cabeza de agradecimiento.
-¡Yo deseo ver Italia! Hace años que no se ha podido realizar un Grand Tour.
-Espero que la lucha no haya dañado las ruinas romanas.
-¿Qué hay de los Alpes? He visto cuadros del lago Como que me han hecho desear mudarme allí- repuso una dama, exhalando un suspiro.
-He oído que muchas personas lo están haciendo. Se supone que el continente es más agradecido para el monedero.
Jordan escuchó su cháchara sintiéndose más distanciado de ellos con cada segundo que pasaba mientras que para sus adentros se maravillaba al ver lo pequeños que eran sus mundos. Su conversación acerca de vacaciones en tierras lejanas simplemente parecía poner de relieve el hecho de que, parte de sus casas de campo, raras veces se aventuraban más allá de los límites establecidos de Mayfair.
-¿Y Rusia, lord Falconridge? ¿Deberíamos incluir San Petersburgo en nuestro recorrido?
-Sin la menor duda- respondió-. Es muy elegante.
-¿Rusia? ¿Elegante?- farfulló el tipo corpulento de mejillas enrojecidas situado al lado de la dama-. Jamás había pensado que escucharía justas en una misma frase esas dos palabras.
Jordan sonrió, recordado la opinión que los rusos tenían de los ingleses, pero no estimó que fuera políticamente correcto señalar tal cosa en esos instantes.
-San Petersburgo es una ciudad muy refinada, milord- repuso de manera desenfadada-. Deben de referirse a Moscú. Es allí donde hay que ir si se buscan aventuras.
-¡Oh! ¿Qué clase de aventuras?- preguntó la dama.
En la cabeza de Jordan parpadeó una imagen de los tres espías prometeos en el Kremlin que había atrapado y liquidado antes de que pudieran atentar contra el joven, inconstante e irritantemente impresionable zar.
Jordan se limitó a sonreír.
-Diría que más de la verdadera Rusia. Una muestra de la influencia oriental.
-Hum, eso parece en verdad enigmático- ronroneó Delilah.
-Bueno, a mí me parece terriblemente frío- intervino Mara de repente, entrando en la conversación-. Pero, claro, usted debió de sentirse como en casa en aquel gélido clima, lord Falconridge. Dígame, ¿hacía suficiente frío para usted?
Jordan se giró hacia ella, un tanto sorprendido por su suave aunque mordaz chanza. Ella rozó el borde de la copa de vino con el labio inferior de manera burlona mientras aguardaba su respuesta.
-Es cierto que el clima es proclive a la nieve, lady Pierson- repuso con cuidado-. Pero los rusos han ideado varias y fascinantes formas de mantenerse calientes. ¿Desea que se las describa?
-¡Hágalo, hágalo!- exclamó uno de los hombres, ya achispado, riéndose de su evidente insinuación.
-Si lo prefiere, puedo demostrárselo.- Simuló que se disponía a levantarse de la silla.
-¡Así se habla!
Los demás hombres palmearon la mesa en tanto que las damas reían con disimulo.
Mara le miró con los ojos entrecerrados.
-No, gracias- respondió con remilgo, perdiendo la batalla.
Al ver su ceño fruncido, Jordan la obsequió con una sonrisa angelical. Bueno, se tenía merecida aquella réplica por su impertinencia.
-Al no verla antes, temí que el frío la retendría en casa esta noche, milady- comentó.
-No; como puede ver, simplemente me retrasé.- Echó un vistazo a todos los comensales-. Me disculpo de nuevo con todos ustedes por llegar tarde…
-Tonterías- la riñó Delilah con afecto-. Llegaste justo a tiempo. Además, es comprensible. Su hijo ha estado enfermo.
-Lamento oír eso- repuso Jordan con despreocupación, a pesar de que aguardaba divertido una nueva oportunidad de espolearla-. Espero que no sea demasiado grave.
-Tan solo un catarro, pero ya se está recuperando, gracias- respondió Mara-. Thomas es un chico fuerte.
-¿Cuántos años tiene?- Jordan ya conocía la respuesta, pero agradeció el cambio de tema y no tener que seguir hablando de los años que había pasado en el extranjero. Se le daba muy bien mentir; lo que sucedía era que no le agradaba tener que ejercitar aquel don en particular.
Además, después de ver a Mara embobada con su hijo a través de la ventana la noche anterior, sospechaba que aquel podría ser el único tema que la atrajera.
Y no se había equivocado.
Durante cinco minutos, gracias a algunas preguntas alentadoras, consiguió que Mara hablase… no, que cantara alabanzas a su pequeño. Luego se dio cuenta de que el resto de los mundanos invitados se estaban aburriendo hasta el punto de empezar a bostezar al oírla relatar los detalles de la rutina diaria de Thomas. Lo cual a Jordan le parecía adorable.
Ni siquiera él estaba demasiado interesado en saber qué era lo que al niño le gustaba desayunar.
Mara se sonrojó de repente.
-Oh… discúlpenme. ¡Me he ido por las ramas!
-En absoluto- adujo él con expresión afectuosa-. Es evidente que se trata de un tema que le encanta.
-Delilah dice que soy la madre más amorosa del mundo.
-Le adora tanto que me sorprende que solo haya tenido un hijo- observó Jordan.
Pero se dio cuenta inmediatamente de su error. La repentina palidez de Mara le indicó que aquel era un tema muy delicado. Ella bajó la mirada.
-Si hubiera dependido de mí, habría tenido muchos más, pero… ya ve, mi esposo murió antes de que el Señor tuviera a bien bendecirnos por segunda vez.
-Discúlpeme, lady Pierson. No pretendía ofenderla. Le ruego me perdone. Una vez más, lamento su pérdida.
Mara se repuso con celeridad, dirigiendo una sonrisa forzada a los presente.
-No tiene importancia. Usted no lo sabía.
El problema era que Jordan sí lo sabía.
Delilah se aclaró la garganta.
-Bueno, querido Cole, ¿estará tu potro premiado a punto para la temporada de carreras de esta primavera?- inquirió de manera coqueta, suavizando la incomodidad que se había impuesto en la mesa-. ¿Cómo se llama?
-Sí… se llama Avalancha. Pueden estar seguros de ello, así que apuesten por mi caballo este año en Ascot…- Le echó amablemente una mano a su consorte.
Mientras la conversación derivaba, gracias a Dios, hacia el menos complicado tema de los caballos, Jordan se reprendió en silencio por su garrafal metedura de pata. <<¿Qué demonios me pasa?>>
¿Acaso no tenía años de entrenamiento en el arte de sonsacar a la gente mediante la conversación a fin de averiguar sus secretos? ¿Es que no tenía ojos? Por desgracia, ahora comprendía que había dejado que su cólera reprimida le cegara ante lo obvio. Habida cuenta de que no era algo atípico que una esposa rica engendrara un hijo al año o, como mínimo, año sí, año no, a esas alturas Mara ya podría haber tenido cuatro o cinco criaturas. Lord y lady Pierson debieron de tener algunos problemas de fertilidad…y Jordan acababa de llamar la atención de todos los asistentes sobre aquel hecho.
Bajó el cabeza, furioso consigo mismo, y luego miró de nuevo hacia Mara, con contrita compasión, percatándose de por qué adoraba tanto al hijo que tenía.
Su única respuesta fue una mirada fría y acusadora.
Jordan bajó la vista, echando chispas. No podía creer que él, nada menos, pudiera haber hecho tan brutal comentario sin pensar. Era del todo impropio de él. Meter de ese modo la pata no era algo que los agentes con años de experiencia en cuestiones diplomáticas hicieran.
Así pues, ¿por qué lo había dicho? ¿Acaso se había convertido en un bastardo tan frío y cruel, tan indiferente al resto de la humanidad que ya no entendía que aquel era un tema muy doloroso para cualquier mujer?
¿O lo había dicho justo por eso… porque una parte de él quería herirla levemente de algún modo por haberle fallado de manera tan implacable? A fin y al cabo, ¿cuántos hijos podrían haber tenido juntos si se hubiera casado con él tal y como debería haber hecho? Hijos e hijas no nacidos, cuya oportunidad de existir ya había pasado…
Pero en realidad aquello no era culpa de Mara. La culpa era suya. De la Orden. Y ya no podía deshacerlo.
Jordan perdió de golpe el apetito.
La velada prosiguió de manera pesada. Sirvieron un plato más, pero ya no encontró nada que decir durante el resto de la cena. El vino continuó fluyendo y pronto su grosera pregunta pareció quedar ne le olvido de todos… aunque no para Mara.
Entonces un fragmento de conversación en el extremo de la mesa donde se sentaba Delilah llamó su atención.
-Lady Pierson me ha dicho que el regente va a hacer muy pronto un feliz anuncio- estaba diciendo la anfitriona a sus invitados más próximos, con una pícara sonrisa.
-¿De qué se trata?
-¡Qué sé yo! ¡Esa tozuda criatura no quiere contármelo!
-¡Pues debemos convencerla para que nos lo revele! Lady Pierson, ¿qué noticias tiene de su amigo de Carlton House?
-¡Sí, cuéntenos que sucede!
Mara adoptó una expresión inocente.
-No tengo ni idea de qué están hablando.
-¡Delilah nos ha dicho que usted le contó que le feliz anuncio del príncipe regente es inminente!
-Bueno, Delilah miente, como todos saben- replicó con fingida diversión.
Los presentes rieron en tanto que Delilah enarcó una ceja, pero Jordan miró a Mara con cara de sorpresa.
-Sabes que eso fue lo que me dijiste- reprendió la anfitriona a su amiga.
Mara se encogió de hombros.
-No logro recordar tal conversación, querida.
-¡Vamos, por favor!- se quejaron los demás.
-¡No, no puedo!-Mara rió-. No me cabe duda de que se enterarán en cuanto Su Alteza Real regrese de Brighton.
-¿Cuándo será eso? El Times ha informado que está allí recuperándose de otro ataque de gota- adujo alguien.
-Tal vez debería ir usted allí para ayudar a cuidar de Su Alteza Real, lady Pierson.
-¡Vamos, vamos! Tiene a su hija para que le cuide- respondió.
-¿La princesa Carlota también ha ido a Brighton?
-Sí, y según el Times, ¡la pobre chica también está enferma!- terció una dama llena de joyas-. Por un desagradable resfriado.
Jordan sabía que esa era la historia oficial. Pero, gracias a los informes diarios de la Orden, era muy consciente de que había otro motivo para que el regente y su impredecible hija estuvieran en el Pabellón Real de Brighton. No era con el fin de recuperarse de sus enfermedades. Eso era simplemente lo que habían dicho a los periódicos. En realidad la casa real estaba allí para tratar un asunto de suma importancia: negociar el compromiso de la princesa Carlota con el príncipe Leopoldo de Sajonia-Coburgo.
Con un compromiso previo roto entre la princesa Carlota y el príncipe Guillermo de Orange, el regente no deseaba arriesgarse a otro escándalo público. Pero en esta ocasión, de acuerdo con todos los informes, el enlace iba a realizarse con total seguridad.
Aquellos que habían visto juntos a la joven pareja de enamorados informaban de que el serio y sensato príncipe alemán era justo lo que la exuberante e indomable princesa necesitaba en un marido. Prinny no tenía hijos varones; por tanto su única hija heredaría la Corona algún día, y la tierna y firme influencia de Leopoldo ayudaría a reinar a la chica designada como la futura reina de Inglaterra en los momentos en que se dejase llevar por la frivolidad.
Ahora que lo pensaba, aquello no era muy diferente a como podrían haber sido las cosas entre Mara y él. En fin…
La cuestión más importante que le vino a la cabeza a Jordan era cómo era posible que Mara supiera lo que la familia real estaba haciendo en verdad en Brighton.
El compromiso no había sido anunciado aún al mundo. Solo el gabinete de ministros y un puñado de personas de palacio estaban al corriente de aquel nuevo acontecimiento en la casa real.
Jordan dudaba que Mara fuera amiga personal de la princesa Carlota, dada la diferencia de edad existente entre ambas. La chica acababa de cumplir veintiún años, mientras que su padre, el príncipe regente, pasaba de los cincuenta.
Bueno, ahí había gato encerrado. Tan pronto terminó la cena, Jordan se propuso la misión de averiguar más cosas. Cuando acabaron con los cardos y todos tomaron tartaleta de frutas y pastel de queso, los caballeros se pusiero en pie cuando lo hicieron las damas y desfilaron con ire majestuoso hacia el salón.
Los hombres se quedaron en el comedor, adoptando un lenguaje considerablemente más vulgar mientras se fumaban un puro, acompañado de una copa de oporto. Algunos fueron a aliviarse a los orinales que para tal fin habían dejado de manera discreta bajo el aparador de madera de caoba dorada.
El licor había corrido durante toda la noche y, debido a eso, Jordan no tardó en descubrir que ni siquiera tenía que recurrir a sus dotes como espía para recabar la información que buscaba.
Un hombre capaz de beberse tres botellas, que les había dado la espalda para situarse ante el orinal, fue el primero en sacar a colación el tema.
-¿Creen que a lady Pierson le importaría si la llevo a algún rincón oscuro y le meto mano?- preguntó a los demás con tono pensativo.
Jordan esperaba que aquello fuera algo retórico.
-Puede que a ella no, pero me atrevo a decir que a Su alteza Real sí,- respondió otro, carcajeándose mientras se daba la vuelta, abotonándose los pantalones.
-Nuestro Pinny siempre ha tenido buen ojo para la belleza- adujo un tercero, guiñando el ojo.
-Maldición, sí que es tentadora, ¿no les parece? Al menos yo no lloraré la muerte de su esposo.
Era evidente que aquellos hombres no tenían conocimiento de su pasado en común.
-¿Y bien? ¿Qué es lo que se rumorea?- inquirió Jordan, sacudiendo como si tal cosa la ceniza de su puro-. He estado fuera, señores. Deben ponerme al día. ¿Hay alguien que hable por la dama o está disponible?
-Se dice que es la pequeña Venus del regente, Falconridge- le informó un hombre achispado, guiñando el ojo con tristeza.
A pesar de todo su entrenamiento, Jordan logró disimular su sorpresa a duras penas.
-Están bromeando.
-¡No, no, es cierto! Cole, ¿no te dijo la señora Staunton que lady Pierson compró un cuadro ayer en Chritie’s para su amigo <>? Gastó más de mil libras en él.
-¡Mil libras!- exclamó alguien.
Todos los presentes se quedaron estupefactos ante la noticia. Pero solo Jordan se sentía horrorizado.
-Creía que la amante de Su Alteza era lady Melbourne- midtí un dandi que limpiaba su monóculo.
-Bueno, hay suficiente para todas, por si no lo han notado.
Los demás rieron ante la broma que aludía a la cada vez mayor barriga del regente, pero Jordan, pro su parte, tuvo dificultades para enmascarar su pasmo y su furia. ¿Mara era la amante del regente? ¿Podía ser cierta tal abominación?
¿se acostaba ella con el hombre al que el honor le obligaba a proteger? Jordan se sintió como si alguien le hubiera golpeado en la cabeza con la culata de un mosquete. Aquella noticia le dejó alterado. Pero el día anterior la había visto comprar aquel cuadro con sus propios ojos. Eso era un hecho. Y durante la cena había demostrado que conocía la verdadera razón por la que la familia real se encontraba en Brighton. ¿Cómo podía saberlo a menos que fuera íntima del regente?
Muy íntima, si los rumores eran ciertos. Mientras los hombres comenzaban a dispersarse a fin de reunirse con las damas en el salón del piso superior, Jordan se encontró de forma fortuita con su mirada aturdida en el espejo entre dos ventanas. Estaba algo pálido.
Bajó la cabeza y apagó el puro con brusquedad, pero dejó que los demás se adelantaran mientras él se quedaba atrás para tratar de recomponer sus pensamientos.
Casi no daba crédito… pero, claro, tal vez fuese cierto. Sobre todo cuando recordó que en otro tiempo Mara había sido una descarada coqueta. Dios bendito. Mara debía negar aquello. Tenía que verla de inmediato; la estudiaría en el salón tan de cerca como si fuera uno de sus enemigos. Dilucidaría la verdad.
Acto seguido, Jordan salió del comedor hacia el vestíbulo, pero entonces vio al comandante al pie de la escalera. Apoyado en su muleta, el veterano de guerra contemplaba sombrío la larga escalinata de mármol.
Jordan sofrenó su impaciencia y se aproximó al hombre. Desde luego no era tan estúpido como para ofrecer ayuda de un modo directo a un orgulloso oficial británico. Per en nombre del honor, lo menos que podía hacer era acompañar al comandante en su ascenso a la montaña.
Este le miró de reojo con expresión adusta.
-No tiene por qué esperarme, Falconridge.
Jordan sintió alentándole de manera discreta y señaló las escaleras.
-¿Subimos?
-De acuerdo.
El oficial exhaló un suspiro; acto seguido se armó de valor, avanzó con la muleta y comenzó a subir, con gesto de dolor.
Jordan se ocupó de que siguiera hablando sobre política para apartar la mente del comandante del dolor y la furia que era evidente que sentía tras su entereza. Pero cuando el estoico héroe de guerra y él llegaron al salón, vio que él, por su parte, había pagado un pequeño precio por su demora.
Mara estaba rodeada en su mayoría por hombres achispados y demasiado entusiastas, que aguardaban su turno para ofrecerle sus cumplidos.
Jordan solo necesitó echarle un vistazo. No era una prueba tangible de que su aventura con el regente fuera cierta, pero sin duda el rumor concordaba con la Mara coqueta que él conoció. Y, asimismo, verla rodeada de admiradores igual que cuando tenía diecisiete años le convenció de que aquella noche había sido una pérdida de tiempo.
Ella nunca iba a cambiar. Jamás sería la mujer que él deseaba, que necesitaba que fuera. Teniendo en cuenta cómo había sido criada, quizá no había podido evitar en lo que se había convertido. Desde luego, siempre había sabido que Mara era, por encima de todo, una superviviente.
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Quienes eran como ellos aguantaban gracias a que poseían una férrea resistencia, una faceta despiadada que tendía, fruto de la necesidad, al egoísmo. Doce años atrás él había hecho lo más egoísta, incapaz de sobrellevar el dolor de sentirse tan desgarrado: enamorarse justo cuando tenía que marcharse por primera vez para servir a su patria. Había sido más fácil alejarse de ella pensando vagamente en regresar. Había perdido a Mara, pero había conservado la cordura y, lo que era aún más importante, había estado al tanto de sus hermanos guerreros.
En cuanto a Mara, suponía que le había esperado tanto como le fue posible, hasta que tampoco ella pudo soportar el sufrimiento de su situación y aceptó a lord Pierson a fin de escapar de ella. Sin embargo, ahora que poseía la libertad de una viuda, consideraba muy improbable que Mara volviera a pasar por lo mismo. En adelante, quizá con la excepción de su hijo, Mara buscaría su propio provecho, ¿y qué podría ser más provechoso para una dama de la aristocracia que sentarse en las rodillas del futuro rey?, pensó Jordan, furioso.
En verdad eran la pareja perfecta, observó con acritud, pues el regente era un célebre coleccionista de objetos bellos.
Jordan apenas era capaz de ocultar el asco que aquello le producía.
Mara le lanzaba una mirada de vez en cuando, con expresión cautelosa y muy hostil. Pero no se deshizo de sus admiradores lo bastante deprisa para él. Ah, la coqueta y sus estúpidos juegos. Supuso que le estaba castigando.
Echó un vistazo al reloj de la repisa, y le concedió dos minutos más para alejarse de sus devotos y cruzar la estancia hasta donde él estaba. Pasara lo que pasase, de ninguna manera pensaba ser él quien se acercara a ella. Un hombre tenía su orgullo.
Mientras aguardaba, su mente retornó a otra época, años atrás, cuando también había tenido que apretar los dientes y ver que era el centro de atención como en esos momentos.
En aquella infame fiesta campestre, en la que había perdido el corazón, había procurado aconsejarle que tuviera cuidado de no dejarse superar por la situación…
-Vaya, vaya, señorita Bryce- murmuró el joven Jordan, divertido. Cuando la bella de la velada por fin se reunió con él a un lado del salón de baile tras haberse separado por fin de su grupo de admiradores-. Parece que ha conquistado a toda la sala.
-Bah- respondió Mara con curiosa modestia; el champán avivaba el alegre centelleo de sus ojos oscuros. Tomó otro sorbo y se apoyó contra la pared junto a él.
Jordan observó a su joven amiga con diversión.
-Me atrevo a decir que empiezo a sentirme un poco excluido.
-¿a qué se refiere, señor?- preguntó ella de manera inocente, entreabriendo aquellos sensuales labios húmedos por el champán.
Jordan no podía apartar la vista.
-¿Debo verla hechizar a todos los demás hombres de la sala antes de que encuentre tiempo para flirtear conmigo?
-¿Flirtear? ¿Quién, yo?
-Ah, no lo niegue- la reprendió con una suave carcajada-. Sé muy bien lo que trama.
-Lo dudo mucho- replicó, sacudiendo de forma displicente sus rizos negros.
-Pretende conseguir un esposo antes de que termine el mes.- se encogió de hombros-. Aunque no puedo culparla por ello.
Mara le miró alarmada.
-No se preocupe. No le hablaré a nadie de su plan- murmuró Jordan con una sonrisa.
Una expresión de alivio disipó la inquietud que todavía acechaba bajo su traviesa superficie.
-De acuerdo, me ha descubierto, milord- confesó con tono confidencial-. Pero, francamente, ya no lo soporto más. He de encontrar una nueva… situación.
Jordan reparó en que ella no podía referirse a aquello como a un <>.
-Créame, la comprendo. Pero tenga cuidado- le advirtió con suavidad-. El matrimonio es un compromiso permanente. Tome una decisión precipitada y tal vez descubra que ha escapado de la sartén para caer en las llamas.
Ella meneó la cabeza.
-No puede empeorar más.
-Por supuesto que sí. Vamos, no necesita a estos patanes- intentó animarla-. Solo tiene que aprender a defenderse por sí misma… lady Belcebú.- Señaló discretamente con al cabeza en dirección a su madre.
Mara sonrió contrita, pero negó con la cabeza.
-Es una pérdida de tiempo. Hace mucho que descubrí que defenderme solo sirve para avivar su ira. Ella no cede ni se equivoca nunca ¿Para qué intentarlo? Es más fácil apaciguarla.
Jordan sacudió la cabeza.
-Ha dejado que ella la derrote dentro de su mente. No debe claudicar, Mara. Es m´s fuerte de lo que piensa. De ningún modo necesita depender de ninguno de estos botarates para que la salve- agregó echando un fugaz vistazo a sus admiradores-. Es más lista que ellos. Ni siquiera se dan cuenta de a qué está usted jugando.
Mara se enojó levemente.
-No es ningún juego, lord Falconridge. Es una cuestión de supervivencia. Pero supongo que usted no sabe demasiado sobre eso.- Se encogió de hombros, evitando mirarle.
Jordan disimuló su diversión, considerando que había sido entrenado para sobrevivir a una amplia variedad de circunstancias peligrosas.
-Es igual- prosiguió con despreocupación-. Lamento que desapruebe lo que hago.
-No es cuestión de que lo apruebe o no, señorita Bryce. Lo que sucede es que no deseo que le hagan daño. Y me temo que se lo harán si deposita su fe en alguien más débil que usted misma para que la salve. Quiero decir que, francamente… míreles.
Mara exhaló otro suspiro melancólico.
-Bueno, no le falta razón. Pero si es usted tan fuerte y sabio, ¿por qué no me salva? Ya ha demostrado en una ocasión que se le da muy bien.- El desafío que le lanzó, acompañado de una descarada mirada de soslayo, hizo que un ardiente estremecimiento recorriera su cuerpo.
Logró mantenerse frío, deseando fervientemente no ponerse en evidencia en medio del salón de baile.
-Acabo de conocerla, señorita Bryce- respondió de manera despreocupada-. Y desde que llegamos, lo único que ha hecho es coquetear con todos los hombres presentes.
-Tal vez solo intente llamar su atención.
Los pensamientos que pasaron por su cabeza al ver su sonrisa traviesa distaban mucho de ser caballerosos.
-No juegue conmigo, muchacha.
-Ha dicho que deseaba que coqueteara con usted.
-Creo que…- le quitó con suavidad la copa de la mano-. Será mejor que cierta persona no se acerque al ponche de champán.
-¡Qué consejos más sensatos da! ¿Nació usted siendo una persona madura?
-Sí.
-Bueno, ya no. Y uno debe hacer lo que le exige la necesidad.- Dio media vuelta, alzó la cabeza y recorrió el salón de baile con la mirada, como un buen general reconociendo el campo de batalla-. Entretanto, si no se le ocurre una idea mejor, puede tomar usted parte.
-Tal vez lo haga.
Al escuchar sus palabras, Mara le miró por encima del hombro con femenina especulación; Jordan tuvo que apartar de sí su hechizo. Santo Dios, ¿en qué estaba pensando? Había ido a aquella fiesta para buscar fresas, no una maldita esposa… y no cabía duda de que aquella joven era todo un reto. Teniendo en cuenta que sus órdenes podían llegar en el momento más inesperado, no debería contemplar tales ideas.
Se las arregló para recuperar un tono más desenfadado.
-Gracias por la invitación- dijo como si tal cosa-. Por ahora, resulta muy divertido verla en acción. Es usted muy buena, ¿sabe? La mayoría de estos patanes no saben lo que les espera. Procure comportarse- agregó, mientras ella se apartaba de la pared con la intención de regresar pausadamente con sus admiradores.
-Pero si lo hiciera, ¿no perdería usted el interés?
Jordan era incapaz de apartar los ojos de ella.
-Resérveme un baile, señorita Bryce.
-Siendo usted, milord, con mucho gusto se los reservaría todos.
Él rió entre dientes.
-¿A cuántos hombres les ha dicho eso esta noche?
-A montones- susurró, con los ojos centelleantes-. Pero solo en una ocasión lo he dicho en serio.
Jordan la miró meneando la cabeza, irritado y encantado a partes iguales, y luego saboreó el placer de verla caminar mientras volvía a ser el centro de atención.
Enseguida se vio rodeada de admiradores… igual que en esos momentos en el salón de Delilah.
Le quedaban treinta segundos para dar el primer paso.
Jordan mantuvo la sonrisa tensa, cruzó los brazos y fingió escuchar a un imbécil ebrio que le estaba contando una tediosa historia sobre una reciente cacería del zorro.
Los dos minutos que le había concedido a Mara pasaron, convirtiéndose en diez desde que había entrado en el salón. <>
Se acercó a Delilah y se excusó. De ese modo, tras una brevísima estancia en el salón, se despidió de los presentes, dándole las gracias a la anfitriona y dedicando educados saludos a los demás invitados y solo una fría mirada por encima del hombro a Mara.
Poco podía imaginar ella que aquel era un adiós definitivo; se juró a sí mismo que esta vez era verdad. Mientras el mayordomo le acompañaba escaleras abajo, Jordan ni siquiera sabía por qué había asistido a aquella cena..
Se sentía estúpido… engañado de nuevo por sus propios deseos, que el destino había frustrado. En vano había abrigado la esperanza de que Mara hubiera madurado durante sus años de ausencia. Si acaso, se había vuelto peor… ¡La última amante del regente!
Santo dios, ¿cómo había sido tan estúpido dejando que aquella mujer gobernara sus pensamientos durante tantos años? Solo podía hacer una cosa: olvidarla de una vez por todas y buscarse a otra. Y por Dios que lo haría. Esta vez era en serio. ¡Preferiría casarse con una cuchara de madera antes que pensar en volver a relacionarse con aquella mujer!
Con la mirada taciturna clavada al frente, cruzó el vestíbulo con paso enérgico. A fin de cuentas, ¿qué era es mujer sino una enfermedad que, una vez contraída, condenaba a un hombre a padecerla durante el resto de su vida?
No, se juró a sí mismo. A partir de esa noche, se declaraba curado de manera oficial de Mar Bryce. Entonces salió a la calle buscando consuelo para su cólera en el frío y negro vacío de la noche invernal.
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