domingo, 17 de enero de 2021

Adelanto The Heart of Betrayal

The Heart of Betrayal
Never Judge a Lady by Her Cover (The Rules of Scoundrels, #4)

Cautivos en el bárbaro reino de Venda, Lía y Rafe tienen muy poca posibilidades de escapar. Desesperado por salvar su vida, la mano derecha del Comisario de Venda, Kaden ha dicho que Lía tiene el don y el interés de el Comisario en Lía es mas grande lo que salta a la vista.

Mientras tanto, nada es sencillo: Esta Rafe que le mintió a Lia pero sacrifico su vida por protegerla; Kaden quien tenia que asesinar a Lia  pero ahora ha salvado su vida; y la gente de Venda, los cuales Lía siempre creyó que eran Barbaros. Ahora que vive entre ellos se da cuenta que eso esta muy lejos de ser verdad. Peleando con su crianza, su don y su sentido de si misma, Lía deberá tomar poderosas decisiones que afectaran su país...y su propio destino.


Una acción rápida.

Había pensado que eso era todo lo que llevaría.

Un cuchillo en el intestino.

Un giro firme en buena medida.

Pero a medida que Venda me tragaba, mientras las deformes paredes y los cientos de rostros curiosos me rodeaban, mientras escuchaba el sonido de las cadenas y el puente bajando detrás de mí, separándome del resto del mundo, sabía que mis pasos tenían que ser acertados.

Precisos.

Iba a tomar muchos actos, no sólo uno, cada paso renegociado. Las mentiras tendrían que ser dichas. Las confianzas ganadas. Las líneas feas cruzadas. Todo esto elaborado pacientemente, y la paciencia no era mi fuerte.

Pero primero, antes que nada, tenía que encontrar una manera de hacer que el corazón dejara de golpearme en el pecho. Encontrar mi aliento. Parecer tranquila. El miedo estaba en el olor de la sangre para los lobos. Los curiosos se acercaron más, mirándome detenidamente con bocas entreabiertas que revelaban dientes putrefactos. ¿Estaban entreteniéndose o burlándose?

Y había tintineo de cráneos. El traqueteo creciente de huesos secos se propagó a través de la multitud mientras competían para obtener un mejor vistazo, series de pequeñas cabezas blanqueadas por el sol, fémures y dientes saludando desde sus cinturones cuando se presionaron hacia adelante para verme. Y para ver a Rafe.

Sabía que él caminaba encadenado en algún lugar detrás de mí al final de la caravana, prisioneros, ambos —y Venda no tomaba prisioneros. Al menos nunca antes lo hizo. Éramos más que una curiosidad. Éramos el enemigo que nunca habían visto. Y eso era exactamente lo que ellos eran para mí.

Pasamos por interminables torrecillas sobresalientes, las capas de las paredes de piedra enroscadas ennegrecidas con el hollín y los años, deslizándose como una asquerosa bestia viva, una ciudad construida de ruina y capricho. El rugido del río desapareció tras de mí.

Nos sacaré de esto.

Rafe ahora tenía que estar dudando de su promesa hacia mí.

Pasamos por otro conjunto de enormes puertas dentadas, con dentudas barras de hierro que misteriosamente se abrían para nosotros como si nuestra llegada fuese esperada. Nuestra caravana se hizo más pequeña a medida que los soldados iban en diferentes direcciones ahora que estaban en casa. Desaparecieron por caminos serpenteantes sombreados por altos muros. El chievdar guió a los que quedábamos, y las carretas del botín robado tintinearon frente a mí mientras entrabamos al centro de la ciudad. ¿Rafe aún estaba en algún lugar detrás de mí, o lo habían llevado a uno de aquellos miserables callejones?

Kaden bajó de su caballo y caminó junto a mí.

—Ya estamos casi allí.

Una ola de nauseas me golpeó. La muerte de Walther, recordé. Mi hermano está muerto. No había nada más que pudieran arrebatarme. Excepto a Rafe. Ahora tenía más para pensar que en mí misma. Esto cambiaba todo.

—¿Dónde es allí? —Traté de preguntar calmadamente, pero mis palabras tropezaron, roncas y desiguales.

—Vamos a ir al Santuario. Nuestra versión de una corte. Donde los líderes se reúnen.

—Y el Komizar.

—Déjame hablar a mí, Lia. Sólo esta vez. Por favor, no digas una palabra.

Miré a Kaden. Su mandíbula estaba apretada, y sus cejas bajas, como si le doliera la cabeza. ¿Estaba nervioso de reunirse con su propio líder? ¿Asustado de lo que yo podría decir? ¿O de lo que el Komizar haría? ¿Sería considerado un acto de traición que no me hubiera matado como le habían ordenado? Su cabello rubio colgaba grasiento, las hebras deslucidas más allá de sus hombros ahora. Su cara estaba resbaladiza con grasa y mugre. Había pasado un largo tiempo desde que cualquiera de nosotros había visto un jabón, pero ese era el menor de nuestros problemas.

Nos acercamos a otra puerta, esta era una pared plana y elevada, de hierro, perforada con remaches y hendiduras. Ojos miraban a través de ella. Escuché gritos detrás de ésta, y el pesado sonido metálico de una campana. El sonido vibró a través de mí, cada timbrazo castañeando mis dientes.

Zsu viktara. Permanece firme. Forcé mi barbilla más alto, casi sintiendo las yemas de los dedos de Reena levantándola. Lentamente la pared se dividió en dos y las puertas rodaron hacia atrás, permitiendo nuestra entrada a una enorme área abierta tan deforme y triste como el resto de la ciudad. Estaba rodeada en todos lados por paredes, torres y los principios de las estrechas calles que desaparecían en las sombras. Sinuosas pasarelas amuralladas se cernían sobre nosotros, cada una adelantándose y fundiéndose en la siguiente.

El chievdar se adelantó, y las carretas se amontonaron detrás de él. Los guardias en el interior de la corte gritaron sus bienvenidas, luego felizmente bramaron la aprobación ante el contrabando de espadas y asientos y el brillante enredo de saqueo que se apilaba en lo alto de las carretas, todo lo que quedó de mi hermano y sus compañeros. Mi garganta se apretó, sabía que pronto uno de ellos estaría usando la funda de la espada de Walther y llevando su arma.

Mis dedos se curvaron en mi palma, pero ni siquiera tenía tanto como una uña de sobra para apuñalar mi propia piel. Todas habían sido arrancadas en carne viva. Froté las yemas de mis dedos en carne viva, y un dolor feroz sacudió mi pecho. Esta pequeña pérdida de mis uñas me tomó por sorpresa, comparada a la enormidad de todo lo demás. Era casi un susurro burlándose de que no tuviera nada, ni siquiera una uña para defenderme a mí misma. Todo lo que tenía era un nombre secreto el cual parecía inútil en este instante, al igual que el título con el que nací. Hazlo verdad, Lia, me dije. Pero incluso mientras decía las palabras en mi cabeza, sentí mi confianza decaer. Tenía mucho más en juego ahora de lo que había tenido hacía sólo unas horas. Ahora mis acciones también podían lastimar a Rafe.

Dieron órdenes para descargar el tesoro ilegalmente obtenido y llevarlo dentro, y chicos más jóvenes que Eben se apresuraron con pequeñas carretillas de dos ruedas a los lados del vagón y ayudaron a los guardias a llenarlos. El chievdar y su guardia personal desmontaron y subieron las escaleras que guiaban a un largo pasillo. Los chicos los siguieron, empujando las carretillas por una rampa cercana, sus delgados brazos tensándose bajo el peso. Un poco del botín en sus cargas todavía estaba manchado con sangre.

—Es el camino al Salón del Santuario —dijo Kaden, señalando detrás de los chicos. Sí, nervioso. Podía oírlo en su tono. Si hasta él estaba asustado del Komizar, ¿qué oportunidad tenía yo?

Me detuve y giré, tratando de divisar a Rafe en algún lugar detrás en la línea de soldados que aún atravesaba la puerta, pero todo lo que podía ver fue a Malich guiando a su caballo, siguiéndonos de cerca. Él sonrió abiertamente, su rostro aun llevando señales de cortes de mi ataque.

—Bienvenida a Venda, Princesa —se burló—. Te lo prometo, las cosas serán muy diferentes ahora.

Kaden me jaló, manteniéndome cerca de su lado.

—Permanece cerca —susurró—. Por tu propio bien.

Malich se rio, deleitándose con su amenaza, pero por una vez, sabía que lo que dijo era verdad. Todo era diferente ahora. Más de lo que Malich incluso podría adivinar.

 


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