martes, 8 de mayo de 2012

Mi Irresistible Earl. Capítulo 4


Mi Irresistible Earl. Capítulo 4


4


¿Qué problema tenía ese hombre?
Varios días más tarde, Mara se sorprendía aún meneando la cabeza al recordar la grosera forma en que se fue Jordan de la fiesta de Delilah. No podía creer que se hubiera marchado sin hacer el menor intento de hablar con ella. Aparte de aquellas breves y en su mayoría desagradables palabras que habían intercambiado durante la cena… nada.
Pero ¿por qué debería sorprenderse?
Marcharse sin dar explicaciones era lo que Jordan Lennox hacía, pensó cinismo mientras su carruaje traqueteaba por Knightsbridge. Thomas y ella acababan de realizar la visita obligada que hacían dos veces al mes a la mansión de sus padres en South Kensington y estaba completamente agotada, como siempre, después de verlos.
El cálido cuerpecito de su hijo sobre su regazo era un consuelo para ella tras el ambiente ponzoñoso en la casa de sus padres.
Thomas hizo un gorgorito, sacudiendo el sonajero unas veces y mordiéndolo otras, pero Mara le detuvo con suavidad cuando intentó quitarse el gorro.
-No te lo quites- le regaño.
El día era más templado que otros, pero siempre estaba alerta para que estuviera bien abrigado. Acababa de recuperarse de un resfriado y no necesitaba coger otro.
Cuando Thomas desvió la atención hacia sus zapatos, Mara volcó de nuevo su ira en el conde.
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¿Acaso el muy desgraciado se había puesto celoso porque no había hecho a un lado a sus otras amistades masculinas y no había corrido a postrarse a sus pies? Bueno, eso sí que era divertido. Se sentía muy satisfecha al saber que podía provocar semejante reacción en el distante trotamundos. Pero ¿qué esperaba después de la forma en que la había avergonzado durante la cena, preguntándole por qué solo tenía un hijo? ¡Qué pregunta tan demencial!
Y qué tema tan doloroso… si bien, aunque de mala gana, reconocía que lo más probable era que no lo hubiera hecho con malicia. Lo que sucedía era que la pregunta había dado de lleno en un vergonzoso secreto que Mara guardaba en su interior cuya existencia Jordan desconocía.
Las dificultades de su difunto esposo de cintura para abajo no habían sido culpa suya, se recordó Mara. Incluso el médico le había dicho a Tom que la bebida hacía que fuera incapaz de cumplir.
Mara jamás había obtenido una respuesta satisfactoria respecto a por qué era imposible persuadir a su esposo de que se metiera en el lecho conyugal estando sobrio. Solo sabía que era un golpe demoledor ser rechazada en la cama por un marido al que jamás había deseado.
Cuando recordaba que Tom la había culpado a ella de su problema de virilidad, perdía las ganas de arriesgarse a <>, tal y como le había aconsejado Delilah. No podría soportar volver a sentirse así de avergonzada por un hombre otra vez.
Quizá tendría que haber seguido el consejo de Jordan cuando le advirtió que un mal matrimonio podría hacer que la vida fuera peor de lo que era bajo el techo de sus padres. Creyó haber elegido bien. Tom la había perseguido con ahínco y había cautivado a sus progenitores durante su campaña por conquistarla, pero en cuanto fue suya, no tardó en perder el interés.
En la nueva casa de ambos, el fervor que había demostrado durante el cortejo se tornó en sarcasmo e irritabilidad. Y cuando estaba bebido, a veces se volvía muy peligroso.
Haciendo a un lado los desagradables recuerdos, Mara dirigió de nuevo sus pensamientos hacia Jordan mientras proseguía camino en el carruaje. Aún no podía creerse cuánto había cambiado. Aquel tierno y joven Galahad, cuya sonrisa había caldeado sus estrechadas noches estivales, había desaparecido. El hombre apuesto sentado a la mesa había sido frío y distante, encerrado en sí mismo tras su duro y mundano exterior.
La única persona con la que pareció relacionarse en la fiesta de Delilah era el pobre comandante herido, que sin duda había pasado por un infierno en la tierra. Pero, por el amor de Dios, la vida de un diplomático no podía ser tan mala, pensó.
Los balbuceos de Thomas la sacaron de sus cavilaciones cuando el pequeño hizo una pregunta incoherente, golpeando alegremente con el sonajero la ventanilla del vehículo. Estaba aprendiendo a hablar poco a poco, y aunque de vez en cuando de sus labios salían palabras claras, e incluso frases enteras, en ocasiones el balbuceo de su hijo la confundía incluso a ella. Sobre todo cuando estaba distraída, pensando en Jordan.
-Sí, señorito Thomas, conoce ese lugar. ¡Es Hyde Park, chico listo!- exclamo la señora Busby, observando a su pupilo con afecto. Su leal y vieja niñera estaba sentada enfrente de ellos, arrebujada en su capa.
Thomas repitió sus enigmáticos comentarios con mayor insistencia, señalando denuevo la ventanilla, y las dos mujeres comprendieron de repente qué era lo que quería.
-¡Quiere dar de comer a los patos!- repuso Mara con una repentina carcajada.
La señora Busby aplaudió a la criatura.
-¿Quiere dar de comer a los patitos, señorito Thomas?
El niño reaccionó riendo con ganas, balbuceando y pataleando. Las dos mujeres rieron con disimulo.
-¡Deja de retorcerte, pequeño diablillo!- le reprendió Mara, sujetándole con mayor firmeza sobre su regazo. -Muy bien, has sido un niño tan bueno en casa de la abuela que te mereces divertirte un poco.- Mara hizo una señal a la señorita Busby, que bajó obedientemente la ventanilla del carruaje.
-¡Llévanos al parque, Jack!- le indicó la niñera al cochero-. ¡Su pequeña señoría quiere dar de comer a los patos!
Mara esbozó una sonrisa al escuchar la carcajada de su fiel cochero.
-¡Sí, señora!
La señora Busby se apresuró en cerrar de nuevo la ventanilla sabiendo que su señora tendía a preocuparse por cualquier corriente de aire que pudiera suponer una amenaza para su hijito. Pero Mara no se sentía alarmada por el tiempo ese día. El sol brillaba; el aire era saludable y limpio. Un poco de ejercicio en el exterior era bueno para la salud siempre y cuando uno no se enfriara, y Thomas estaba bien protegido contra el frío de marzo por varias prendas de ropa abrigada, mitones y el vistoso gorro que ella misma le había tejido.
Cuando Jack hizo girar el carruaje para entrar en Hyde Park, Mara vio que las señales de la primavera ya estaban reapareciendo. Cada semana se producían más cambios visibles. La mayoría de los setos tenía aún un tono pardusco, pero los capullos de los lilos estaban brotando. Pronto se llenaría todo de flores. Los azafranes de primavera y las campanillas de invierno estaban en plena floración. También los dulces narcisos habían estallado en color ante los retazos de nieve que se fundían. Los tulipanes de vivos tonos aguardaban aún para hacer su entrada, como bailarinas de ópera observando tras el telón del escenario. Mara sonrió ante el descabellado pensamiento mientras el carruaje se detenía junto a las resplandecientes aguas del Serpentine, que el viento agitaba.
Thomas había divisado a los patos y estaba dando saltitos de emoción sobre su regazo cuando el cochero bajó de su pescante para ayudar a las señoras y al pequeño vizconde a apearse del carruaje.
-Tenga cuidado, milady. Hay algo de barro- le advirtió.
-Gracias, Jack.- Mara asintió y llevó a su hijo hasta el paseo de grava junto al lago ornamental, donde le dejó en el suelo para que jugara.
Con la señora Busby a un lado y Mara al otro, Thomas chilló alegremente a las aves acuáticas y logró espantarlas un poco, pero no por mucho tiempo. La enorme bandada de patos reales, cisnes y variados gansos era demasiado lista como para alejarse cuando cabía la posibilidad de conseguir comida. Que el pequeño estuviera tan cerca del agua ponía un poco los nervios de punta a Mara, pero le dijo a su lado sobreprotector que entre la niñera y ella su hijo estaría a salvo.
Los patos eran casi tan altos como Thomas, que caminaba a trompicones de un lado a otro entre ellos. Las aves se apartaron de su camino de manera alborotada, si bien regresaron cuando la señora Busby agitó la lata de grano y semillas que guardaban en el carruaje para dar de comer a las aves. Toda la tensión fruto de la visita a sus padres quedó olvidada cuando Mara contempló a su hijo disfrutar de aquella libertad.
Mientras lo vigilaba de cerca, se deleitó con el coro de pájaros cantores que se oía por doquier. No había señal más fiable de la primavera para levantar el ánimo. Tordos llamándose alegremente unos a otros desde el otro lado de los prados yermos; alondras intercambiando sin duda cotilleos de sus viajes invernales.
Un revoloteo negro y amarillo pasó de largo: una pequeña bandada de jilgueros en busca de algo que picotear, La comida para los patos debía de haberlos atraído. Entonces un pequeño y vistoso pardillo se posó sobre su carruaje, luciendo su elegante plumaje rojo en pecho y frente, con la esperanza de atraer a una pareja.
Acababa de señalarle a Thomas al atrevido visitante cuando el pardillo emprendió el vuelo, como un verdadero caballero urbanita hacia su club. En ese instante, mientras seguía al pardillo con la mirada, divisó a Jordan.
Mara se enderezó después de sujetar a su hijo y se quedó inmóvil, con la vista fija en el jinete a lomos de un caballo blanco al otro lado del césped descolorido. No estaba segura de cómo sabía que era él a casi cien metros de distancia, pero reconoció al hombre de un modo inmediato y visceral.
Mientras su caballo se acercaba al galope, recorriendo la suave elevación, el corazón de Mara palpitaba agitadamente al ver a tan magnífico jinete y montura. Tanto hombre como corcel eran altos y poderosos, de hermosa musculatura, ágiles y seguros de sí mismos. El balcno animal de Jordan tenía salpicaduras de barro, al igual que él, desde las botas negras hasta su elegante abrigo de montar de color oscuro, que se agitaba a su espalda.
Mara se percató de que él debía de haberla visto cuando el enérgico galope de su montura se redujo a un pausado trote.
Habría sido difícil no hacerlo. El parque no estaba abarrotado. Todavía no era la hora de mayor afluencia. Tampoco ella podía fingir que no lo había visto.
Oh, que incómodo. Su corazón retumbaba con fuerza. ¿Volvería él la cabeza hacia otro lado y continuaría su paseo?, se preguntó. Pero entonces, no sin cierta ironía, se dio cuenta de que el obediente Lord Falconridge era un caballero demasiado civilizado para hacer algo semejante.
Era fácil apreciar su reticencia en la desgana con que el conde instó a su caballo a desviarse hacia el carruaje estacionado y su pequeño grupo.
Bueno, no era necesario que se tomase la molestia si no deseaba hacerlo, pensó Mara con enojo, pero se armó dre valor al percatarse de que él se acercaba para presentarle sus respetos. No esperaba más que un gesto cortés de su sombrero y un breve <>. Habría bastado con eso para cumplir con la etiqueta, incluso tratándose de él.
Y sin embargo no podía negar que verle aproximarse originaba en su cuerpo cierto calor, como una pequeña llama.
Redujo el paso de su caballo un poco más aún. Los animales de tiro de su carruaje sacudieron sus cabezas y estiraron el cuello presas de la curiosidad, tratando de ver al caballo de caza a pesar de las anteojeras.
De pie junto a Thomas, Mara asió con firmeza a su hijo de la mano, pero le ofreció una sonrisa forzada a Jordan cuando este llegó al borde del camino de grava y tiró de las riendas. Detuvo a su brioso caballo a unos metros de ella. A continuación, posando las manos sobre la cruz de equino, estuvo estudiando a Thomas y a ella durante largo rato, sin articular una sola palabra.
El niño también se había quedado callado, mirándole a su vez con incertidumbre.
-Lord Falconridge- le saludo Mara por fin, con una cauta inclinación de cabeza, rompiendo el tenso silencio.
-Lady Pierson.- Jordan parecía indeciso entre acercarse más o no, aunque el tono de su voz era cuidadosamente contenido-. Así pues, este es el jovencito al que pertenece su corazón.- Señaló a su hijo.
Mara sonrió muy a su pesar.
-Lo es.
-Bueno.- Se aclaró la garganta-. No les molestaré más. Después de oírla canta sus alabanzas la otra noche, solo quería echar un vistazo al jovencito en cuestión. Tenía motivos para alardear. -agregó con suavidad-. Tiene un muchachito magnífico.
-Gracias, milord.- Mara cogió a Thomas en brazos y se lo colocó a la cadera, mirando a Jordan con recelo. Bueno, sí que era un diplomático, pensó.
No cabía la menor duda de que sabía qué decir para congraciarse con ella. No obstante, se sintió complacida porque hubiera hecho cumplidos a su hijo.
Se le ocurrió que a Thomas tampoco le vendría mal echar un vistazo a un hombre adulto de la talla de Jordan. Con el fallecimiento de su padre, el niño no había tenido hasta el momento demasiada relación con hombres distinguidos de su propio nivel social. Le preocupaba su futuro, sin un varón fuerte al que admirar. Por tanto, se dijo, lo único que la impulsó a hablar era la preocupación por su hijo.
-¿Me permite… que los presente como es debido, milord?- aventuró justo cuando él se disponía a hacer girar su caballo hacia el césped.
Jordan volvió la vista hacia ella, considerando su petición. Luego se encogió de hombros.
-Será un honor.
Bajó del caballo con expresión inescrutable y se encaminó hacia ellos sin prisa.
Mara alzó la cabeza mientras él se aproximaba, pero Thomas le miró fijamente, maravillado, fascinado en especial con su sombrero negro.
Por su parte, ella no podía apartar los ojos de su hermoso rostro. El cristalino y pálido azul de sus iris hacía juego con el del cielo; tenía las mejillas enrojecidas por la cabalgada.
-Lord Falconridge- dijo, sacudiéndose el aturdimiento de encima-, permita que le presente a Thomas, el vizconde Pierson.
-Es un placer conocerle, milord. Espero con impaciencia su primer discurso en el Parlamento.
Jordan hizo una reverencia al niñito; Mara reprimió una sonrisa con todas sus fuerzas. El pequeño señaló el sombrero de Jordan y pronunció algo en su peculiar lenguaje propio.
-Oh, te gusta, ¿verdad? Aquí tienes, y deja que te diga que tienes un gusto excelente, jovencito.- Jordan se quitó el sombrero y se lo colocó al niño en la cabeza.
Thomas rió, aunque el sombrero de copa del hombre resbaló de inmediato sobre sus ojos. Jordan esbozó una sonrisa, dirigiendo una mirada a la señora Busby a Jack  para saludarlos con una educada inclinación de cabeza.
-stamos dando de comer a los patos- le informó Mara mostrándose más agradable después de la hostilidad de la otra noche-. Puede acompañarnos si lo desea,
Jordan bajó la mirada, dubitativo.
-Mi caballo necesitará pasear para serenarse pero… esto, supongo que puedo quedarme unos instantes.
-Es un animal precioso.
-Gracias. Está tan harto de estar recluido como yo. Un día tan bueno como el de hoy es una grata muestra de la primavera, ¿no le parece?
-Oh, sí… estoy de acuerdo.- Hizo una mueca al escucharse hablar de un modo tan tenso acerca del tiempo cuando en otra época habían mantenido una relación tan estrecha, pero suponía que tenían que empezar de alguna manera.
Dejó a Thomas en el suelo y rió cuando el pequeño empujó el sombrero de Jordan hacia arriba para poder ver. Luego estiró el cuello para mirar al conde.
-Tiene los ojos de su madre- comentó Jordan con voz suave, estudiando al niño.
-Sí.- Una sonrisa se dibujó en los labios de Mara.
-Caramba, si apenas me llegas a la parte superior de mis botas de montar.- Riendo entre dientes, Jordan se acuclilló para sujetar al pequeño, asiéndole de la muñeca cuando Thomas trató de comerse una piedrecita que había cogido-. No es muy prudente, muchacho.
-Le gustan los niños- observo Mara mientras le quitaba la piedra de la mano a su hijo.
-Tengo dos docenas de sobrinas y sobrinos, milady. Aprender a manejarlos fue una cuestión de supervivencia.- El afecto que reflejaban sus ojos contradecía su tono sardónico.
-Dos  docenas- repitió Mara en voz baja-. Sus hermanas han sido muy fecundas.
-No cabe duda. Al menos el título no corre peligro si algo llega a sucederme.
-¿Qué tal su familia?
-Está bien, gracias. ¿Y la suya?
Mara le miró con expresión irónica.
-Ya conoce a mis padres. No están contentos a menos que tengan algo de lo que quejarse.
Jordan la obsequió con una cálida sonrisa de contrición.
-Lo recuerdo.
-venimos de visitarles- agregó, luego exhaló un suspiro-. Después de eso, es necesario venir al parque. Y tal vez una buena copa de coñac.
-Sin duda- murmuró él, riendo.
Su mirada cómplice era justo lo que necesitaba después de la siempre difícil visita del día. Pero la sonrisa recelosa  que intercambiaron la sorprendió. El corazón se le aceleró y apartó la mirada. Mientras contemplaba a Thomas persiguiendo a los patos, era muy consciente de la presencia de Jordan junto a ella, del hombre mundano e insensible en que se había convertido, y por un instante le sobrevino el dolor de todos los años perdidos cuando él desapareció de su vida.
De pronto se sintió nquieta porque él pudiera marcharse en cualquier momento, a lomos de su purasangre, y no volviera a verle, pero se dio cuenta de que él había dado el primer paso al acercarse, y que ahora era su turno de hacer lo mismo.
En efecto, aquella podría ser su última oportunidad de llegar a él. Con el corazón desbocado y la mirada fija en su hijo mientras jugaba, habló por fin con absoluta cautela:
-La otra noche se marchó muy pronto.
Sintió que él se ponía tenso.
-No sabía que lo hubiera notado- repuso con sequedad.
-Por supuesto que lo noté.- Mantuvo su sonrisa fría, con la vista al frente-. Ni siquiera tuvimos oportunidad de hablar.
-¿Y de qué teníamos que hablar, exactamente?
Mara le miró con expresión inquisitiva al escuchar su tono apagado.
-seamos sinceros. No querías que fuera a casa de la señora Staunton. Dijiste que no era buena idea.- Echó un vistazo a su caballo-. Debería haberte hecho caso. Tenías razón.
-Así pues, ¿no te divertiste?
Jordan se volvió hacia ella y la miró durante largo rato.
-No fui a la fiesta para divertirme, Mara. Fui para verte a ti.
Mara no estaba segura de cómo tomarse aquello.
Los graznidos de los patos de escuchaban de fondo mientras Thomas reía, vigilando de cerca por la siempre atenta señora Busby.
-Quedó muy claro por tu parte que estuviste a punto de no ir al saber que yo no estaría allí- señaló el donde.
-Pero fui- protestó con suavidad-. Solo que un poco tarde.
Cuando Jordan enarcó una ceja, indicándole que no era tan ingenuo, ella renunció a todo intento de mostrarse indiferente.
-Muy bien. Lo reconozco. Fue un… un poco desconcertante encontrarme contigo en Christie’s después de tanto tiempo. Pero cambié de parecer y fui allí para poder verte.- Escrutó su rostro, encogiéndose de hombros acto seguido-. Y tú apenas hablaste con nadie y te escabulliste en cuanto tuviste oportunidad.
Jordan apretó los labios; también él mantuvo la mirada pendiente de Thomas, cono ojo avizor.
-Bueno, acepta mis disculpas por mi falta de conversación. Pero si de verdad hubieras querido charlar, no deberías haberte rodeado de media docena de hombres. ¿Acaso esperabas que me abriese paso por la fuera entre la multitud para tener el privilegio de hablar contigo? Como en los viejos tiempos, ¿eh?
Mara se sorprendió de la dureza que subyacía en su sosegada voz, pero contuvo su furia.
-Dios bendito, si no te conociera un poco, diría que pareces celoso.
-Bueno, querida, esa era tu intención, ¿no es así?- replicó-. Debes de haber olvidado que jamás entré en ese juego, ni siquiera cuando éramos jóvenes. Tú, por otra parte, solías disfrutar enormemente inspirando toda clase de reacciones alocadas en aquellos pobres y estúpidos hombres que te rodeaban, según recuerdo.
Mara clavó la mirada en sus centelleantes ojos.
-Ha pasado mucho timepo de eso- le informó, pero él no cedió ni un milímetro.
-En realidad, sucedió hace sólo unas noches- respondió con una sonrisa fría.
Ella frunció el seño.
-¿Qué chica no es un poco coqueta a los diecisiete años?- exclamó-. Puede que alentara a algunos de mis admiradores, pero ¡menos mal que lo hice! Porque lo cierto es que no podía contar contigo.
Jordan hizo una mueca y se mofó suavemente, pero meneó la cabeza al tiempo que evitaba su mirada.
Mara le fulminó con los ojos.
-En cualquier caso, ambos sabemos que provocar tus celos es algo que no está a mi alcance, milord. Hace mucho tiempo que dejaste muy claro que no podía importarte menos si estaba viva o muerta.
-Si tu lo dices- bufó para sí, contemplando el agua.
Su fría indiferencia la conmocionó. Trato de refrenarse, pero mientras sacudía la cabeza de su boca escaparon palabras de resentimiento.
-Si te hubiera importado, no te habrías marchado de esa manera la otra noche… pero, claro, eso es lo que hace siempre, ¿verdad, Jordan? Decides que alguien no es digno de tu consideración y entonces te alejas sin tan siquiera volver la vista atrás.
-No sabes de qué estás hablando- replicó él en voz baja, mirándola a los ojos.
-¡Pues dímelo! ¡Sea lo que sea lo que tengas que decirme, te ruego que lo hagas! ¡He esperado doce años para obtener algún tipo de explicación de tu parte!
-¿Qué has esperado?- espetó, manteniendo la voz baja por el bien de Thomas-. ¡me marché… Mara… para cumplir con mi deber, esperando que durante mi ausencia tal vez dejaras de ser una coqueta y maduraras! Pensé que tal vez cuando volviera tú y yo podríamos… -Se interrumpió, frustrado. Luego bajó la mirada-. Pero no tenía que ser. Te casta con el bueno de Tom mientras yo estaba fuera.
Mara escrutó su rostro, sin saber hasta qué punto creer sus palabras.
-Entonces… ¿yo te importaba?
-Si lo dudas, entonces no sé quién de los dos es más estúpido.
-¡Pero estuviste lejos mucho tiempo!
-Dios bendito, un año- se burló el conde.
-¡Ni siquiera me escribiste!
Jordan entrecerró los ojos, con expresión fulminante.
-Estaba un poco ocupado.
Ella se quedó boquiabierta, indignada.
-¿Ocupado?- No tenía ni idea de las veces que había llorado hasta quedarse dormida-. ¿Demasiado ocupado para dedicarme una mísera línea y hacerme saber si había o no esperanza para nosotros? ¿Cómo pudiste hacerme eso? ¿Cómo pudiste?
Jordan abrió la boca, pero nada salió de ella. Volvió a cerrarla. Mara sacudió la cabeza, temblando.
-No. No te creo. Jamás tuviste intención de volver a por mí. Eso no puede ser cierto.
-Me temo que lo es.
-Te olvidaste de mí. ¡Por eso no me escribiste! No significaba nada para ti.
-Puedes creer eso si así te sientes mejor.
-¿Cómo va a hacer que me sienta mejor?- gritó, temblando de la cabeza a los pies.
-Porque la verdad es peor- respondió, sombrío-. El tiempo ha pasado y todo ha sido en vano.
Mara le miró con un nudo en la garganta. Acto seguido, dio media vuelta. Tuvo que parpadear con fuerza para impedir que las lágrimas cayeran antes de poder hablar.
-De acuerdo, por eso nunca volviste, ¿verdad? ¿Estabas furioso porque me casé con Tom?
 -En realidad, sí regresé, Mara, solo que no a tu lado. Ya ves… a diferencia del resto de esta ciudad, yo no me entretengo con las esposas de otros hombres.
Ella entrecerró los ojos, indignada una vez más por su gélida indiferencia.
-¡Das por hecho que yo habría estado dispuesta!
Jordan se encogió de hombros.
-No te ofendas, querida, pero jamás te consideré un modelo de virtud. Además…- le lanzó una mirada mordaz-. No es que eso importe ya.
-No, desde luego. Tienes razón. Forma parte del pasado- repuso-. ¡Y ahí es donde debe quedarse!
Él bajó la mirada, con la espalda erguida y rígida.
-No podría estar más de acuerdo. Buenos días, lady Pierson. No la molestaré más. Enhorabuena por su hijo- agregó, pero no pudo resistirse a lanzarle una última pulla cuando se disponía a marcharse-. ¡Intente no convertirle en un intrigante fatuo y egoísta como su madre!
-¡Cómo te atreves!- Le siguió, impulsada por la furia.
-¿Qué vas a hacer, enviar al ejército de tu amante para que me arreste?- espetó.
<<¿El… ejército de mi amante?>>
Mara abrió los ojos como platos, al percatarse de repente de a qué se refería.
¡El rumor!
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-¿Crees que el príncipe y yo…?
-¡Ahórrate los detalles, te lo ruego!- repuso con vehemencia, levantando la mano-. Ya escuché bastante la otra noche, créeme. Francamente, me importa muy poco lo que hagas y con quien lo hagas. Lo que sucede es que no quiero ver que te hacen daño.
-oh, ¿de veras?- Cruzo los brazos  sobre el pecho y le fulminó con la mirada.
-Ten cuidado, Mara- dijo, con toda la arrogancia que le confería su juicio y sabiduría superiores, tal y como había sido cuando eran jóvenes-. He pasado tiempo suficiente en cortes reales para saber lo fácil que resulta que las cosas se te vayan de las manos en ese entorno. Procura no convertirte sin querer en un peón de los planes de otras personas.
Mara le miró, sacudiendo la cabeza. <> Bueno, si tan ansioso estaba por creer lo peor de ella, si incluso pensaba que era la amante del regente, ¿quién era ella para molestarle con la verdad? ¡Al diablo con él!
-Muchas gracias por su sabio consejo, Lord Falconridge.
Él entrecerró los ojos ante su sarcasmo.
-No hay de qué- replicó de igual modo-. Disfruta de tu privilegiada posición mientras dure, querida. ¡Pero no vuelvas arrastrándote a mí cuando te abandone por su nuevo capricho real!- bramó.
-Dios mío, Jordan, ¿qué te ha pasado?- exclamó, desconcertada por aquella brusquedad en el hombre que en otro tiempo había sido la viva estampa de la caballerosidad-. ¿Cómo has podido convertirte en un ser tan frío y amargado?
Él torció el gesto.
-Créeme, no querrías saberlo.
Le hizo una reverencia bastante descortés, dio media vuelta para encaminarse con paso enérgico hacia su caballo y se subió a la silla. La mirada de despedida que le lanzó a Mara estaba cargada de cólera y de todo un mundo de dolor sepultado. Acto seguido, hizo girar a su montura y se alejó a medio galope.
Jordan había olvidado incluso recoger su sombrero.
Mara le siguió con la mirada hasta que las lágrimas empañaron su visión. Los labios con los dedos para sofocar un débil sollozo mientras le veía alejarse de su vida una vez más, echando por tierra sus esperanzas antes de que siquiera hubieran tomado forma. ¿Acaso jamás llegaría a conocer el amor? Allí mismo, en medio de Hyde Park, de pronto su compostura pendía de un hilo.
No sabía cómo, pero se las arregló para recuperar la voz y decirles a los criados que regresaran al carruaje.
-¡Jack! ¡Señora Busby!- tragó saliva, serenándose-. ¡Debemos irnos! Thomas necesita una siesta.
-Sí, señora.- Su cochero abrió la portezuela y bajó la escalera metálica.
Thomas agitó la mano para despedirse de los patitos como le indicó la señora Busby, luego la robusta mujer llevó en brazos al pequeño hasta el vehículo. Mara lo esperaba allí. Después de ayudarlos a montar, Jack fue a recoger el sombrero. Se dispuso a preguntar a su señora si deseaba que lo metiera en el carruaje, pero al ver su cara se tragó la pregunta y simplemente lo dejó en el compartimento para el equipaje. Podían devolvérselo al conde más tarde.
Mara se había quedado en silencio, luchando por no llorar delante de su hijo. Si lo hacía, Thomas se pondría a berrear con ella en cuestión de minutos, y una vez que las lágrimas comenzaran a caer temía que nunca se secaran.
En cuanto el pequeño y su niñera estuvieron cómodamente sentados frente a ella, Jack ocupó su lugar en el pescante y el carruaje se puso en marcha.
Mara tenía un nudo en la garganta. Apenas prestó atención al alegre parloteo de su hijo, decidida a conservar la compostura hasta que el escozor de las palabras de Jordan se mitigara. La señora Busby, por su parte, la miraba con inquisitiva preocupación. Mara meneó la cabeza de manera discreta; luego volvió la vista hacia la ventanilla al tiempo que contaba los minutos mientras Jack conducía de vuelta a casa, siguiendo la ruta de costumbre.
Tras recorrer el Ring, el cuidado camino principal que atravesaba Hyde Park, saldrían por la puerta nororiental, igual que habían hecho cientos de veces. Había varias verjas majestuosas de hierro forjado que daban acceso a las ciento cuarenta y cinco hectáreas que componían la extensa vegetación de Hyde Park. La que quedaba más próxima a su casa daba a Oxford Street, pero a medida que se acercaban un inesperado obstáculo al frente obligó a Jack a reducir el paso del carruaje.
-Oh, otra vez no- murmuró Mara.
Contempló ceñuda a través de la ventanilla la multitud que se había congregado alrededor de la esquina nordeste del parque.
Se estaba convirtiendo en un punto predilecto de las clases inferiores para reunirse a protestar contra las diversas políticas del gobierno. Aquellas demostraciones ilegales se habían vuelto más frecuentes desde que la guerra llegó a su fin. Inglaterra había ganado, pero a medida que el polvo se asentaba, la gente se daba cuenta de que el conflicto, que había durado veinte años, los había dejado al borde de la bancarrota. El descontento se alzaba por todo el país: disturbios por las Leyes del Maíz, otra serie de impuestos sobre los productos alimentarios que inspiraba un desesperado miedo a la inanición en los pobres.
A aquello se le sumaba el que la Armada no había pagado a miles de marineros, que ahora estaban comprensiblemente furiosos por los meses de jornales que se les adeudaba. Luditas rompiendo máquinas en las fábricas del norte. Periódicos radicales circulando por doquier, lanzando graves acusaciones contra el gobierno y originando una nueva ola de miedo entre los ciudadanos al afirmar que podría haber jacobitas acechando entre ellos, no en Francia, sino justo en suelo inglés, tratando de avivar su propia versión de una revolución sangrienta.
El primer ministro, lord Liverpool, amenazaba con suspender el hábeas corpus si las cosas no se calmaban.
Pese a que se esperaba que las damas de clase alta no tuvieran opinión sobre tales asuntos, a Mara no le parecía demasiado… inglés que pudiera encerrarse a una persona sin cierta a cauda o explicación. De todos modos, ellos no eran franceses, pensó mientras miraba con nerviosismo por la ventanilla hacia la amotinada multitud.
Por muy furiosa que pudiera estar, Inglaterra podía hablar alto y claro sin recurrir a la violencia.
Mara cogió a Thomas en brazos y trató de no pensar en aristócratas y guillotinas. En esos momentos, unos cientos de ciudadanos se habían reunido para vitorear a otro apasionado orador que vociferaba la lista de agravios del pueblo. Por lo general, aquellas concentraciones espontáneas eran dispersadas con celeridad por un contingente de la Guardia Real de la guarnición destacada en el extremo sudoeste de Hyde Park, sin que se produjeran incidentes. Los dragones de élite no habían llegado todavía, pero Jack hizo cuanto pudo para maniobrar con lentitud entre el gentío.
-¿Quién se cree que es nuestro querido lord Liverpool para amenazar con quitarnos nuestros derechos? Los hombres quieren pan y ¿Qué es lo que nos dan? ¡Más impuestos!
El orador continuó despotricando contra el primer ministro y todo el Parlamento, el ministro de Economía, el Almirantazgo y también <> de lord Sidmouth del Ministerio del Interior… pero el nombre que levantó los mayores abucheos de la concurrencia fue el del príncipe regente.
Mara notó que se le formaba un nudo en la garganta.
-En cuanto a Su Alteza Real, ¡continúa engordando mientras estos pobres niños se mueren de hambre!
Mara frunció el ceño, irritada por la hipérbole.
Desde luego que tenían derecho a quejarse, pero ¿acaso no eran conscientes del poco poder que realmente ostentaba en la actualidad el regente?
El regente de Inglaterra  estaba rodeado de consejeros con dudosos planes propios, y si trataba de hacer otra cosa que no fuera estampar su nombre al pie de algún nuevo proyecto de ley o documento, se le reprendía con onerosos sermones y se le decía que no comprendía las sutilezas del arte de gobernar, como si fuera una especie de bebe gigante. Insistían en que Su Alteza Real seguía siendo demasiado inexperto para tomar decisiones importantes. Y, como era natural, les gustaba recordarle que, mientras su demente padre continuara con vida, él no era el verdadero rey. Aquellas eran las palabras que siempre lograban hacerle desistir de desafiar a sus consejeros.
Pelear no formaba parte de la naturaleza de Prinny y su falta de confianza en sí miso permitía a sus consejeros convencerle de que ellos sabían lo que era conveniente mejor que él. De modo que el artista de poca monta que tenían como príncipe accedía a los deseos de sus ministros… pero, de algún modo, siempre era él quien acababa cargando con las culpas.
Por desgracia, su sangre real hacía que fuera demasiado orgulloso para intentar defenderse en público o culpar a otro. El príncipe aceptaba la responsabilidad con estoicismo, pero se apartaba de su pueblo aún más. En consecuencia, el pueblo creía que era indiferente, cuando en realidad simplemente estaba dolido porque sus súbditos no comprendían su carácter y casi desesperado por hacer que le quisieran.
La aparición en los periódicos de los constantes escándalos de su esposa, de la que vivía separado, no ayudaba a su causa. Carolina de Brunswick tenía un don para hacer que su esposo pareciera aún peor de lo que era.
<>, le llamaban algunos de los escritores satíricos. << ¿Cómo puede gobernar el reino si ni siquiera es capaz de controlar a su propia esposa?>>
Mara se compadecía de él. Desde que era un muchacho, el príncipe había estado rodeado de falsos amigos, aduladores y toda clase de personas en las que sabía que no podía confiar. Y ahora los demagogos como aquellos salían de sus agujeros para dar instigadores discursos que rayaban la sedición.
Temía que tan peligrosa palabrería algún día podría conducir a su amigo real a realizar la terrible marcha por los ensangrentados escalones de la guillotina, igual que su homólogo del otro lado del Canal hacía ya más de veinte años.
-Perros rabiosos- gruñó entre dientes la señora Busby-. ¿Dónde están los soldados? Está claro que esto ha durado ya demasiado.
Mara la miró de forma sombría al tiempo que oía a Jack gritando a la gente que se apartaba del camino para que pudiera pasar el carruaje.
Por desgracia, la multitud no estaba de humor para que un cochero uniformado al mando de un elegante carruaje, con un escudo de armas de la aristocracia adornando la puerta, le dijera que era lo que tenía que hacer.
La audiencia del orador se arremolinaba de forma desordenada, bloqueando el camino y haciéndose a un lado solo después de lanzar hoscas miradas al cochero. Avanzaron a trompicones hasta que unos muchachos decidieron plantar cara a Jack.
-¿Por qué deberíamos apartarnos para que usted pase? ¡De media vuelta y vaya por otro lado!
-¡Apartad!- bramó Jack.
-No se preocupe, casi hemos llegado a las puertas- murmuró Mara para tranquilizar a la señora Busby, pero Thomas parecía asustado, de modo que acunó su cabeza contra su pecho y le susurró palabras dulces al oído.
En verdad, sentía el corazón desbocado; al menos teniendo a su hijo en brazos podía protegerle.
De repente, alguien de la multitud debió de reconocer el escudo de armas de Pierson.
-¡Vaya! ¡Mirad! ¡Es al amante del regente!
Mara se puso pálida.
Decenas y decenas de londinenses de la calle se volvieron para mirarla con la boca abierta. El orador escuchó aquel comentario e hizo un chiste grosero a su costa. Mara no pudo distinguir las palabras, pero el gentío prorrumpió en burlonas carcajadas. De pronto se vio señalada, siendo objeto de mofa, por parte de doscientas o trescientas personas.
-¡Disculpe, señoría!- gritó el orador con estentórea hilaridad-. ¿Quiere entregarle un mensaje de nuestra parte a su amante real?
No escuchó las palabras que el orador quería que transmitiera al regente, pero el sentimiento quedó claro como el agua cuando la vociferante multitud se arremolinó en torno al carruaje.
Jack hizo restallar el látigo para apartar a la gente del camino a fin de poder pasar mientras la muchedumbre continuaba mofándose para sentirse humillada en esos momentos, percibiendo la amenazadora vileza soterrada bajo su aire de diversión.
Sofocó un grito cuando varios rufianes de baja estofa, alentados por los desagradables vítores, saltaron al carruaje y comenzaron a balancearlo de manera violenta entre risas; sus sucios rostros la miraban con lascivia a través de al ventanilla.
Thomas comenzó a llorar.
-¿Tiene ahí al bastardo del regente, señora?
-¡Bajad de mi carruaje! ¡Cómo os atrevéis!- gritó Mara.
-¡Los miembros de la Cámara de los Lores son parásitos!- profirió otro hombre.
Thomas sollozó con más fuerza, pero el carruaje estaba parad, salvo por los violentos botes de sus muelles.
Mara aferró al pequeño contra su pecho mientras alguien le arrojaba una piedra a Jack, sentado en el pescante, y le tiraba el sombrero de la cabeza. Este respondió con un furioso latigazo.
La señora Busby, con el rostro pálido, echó las cortinas del carruaje, mirando después a su señora con expresión de terror.
Mara la miró a su vez, desconcertada.

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