Mi Irresistible Earl. Capítulo 4
4
¿Qué problema tenía ese hombre?
Varios días más tarde, Mara se sorprendía aún meneando la cabeza
al recordar la grosera forma en que se fue Jordan de la fiesta de Delilah. No
podía creer que se hubiera marchado sin hacer el menor intento de hablar con
ella. Aparte de aquellas breves y en su mayoría desagradables palabras que
habían intercambiado durante la cena… nada.
Pero ¿por qué debería sorprenderse?
Marcharse sin dar explicaciones era lo que Jordan Lennox hacía,
pensó cinismo mientras su carruaje traqueteaba por Knightsbridge. Thomas y ella
acababan de realizar la visita obligada que hacían dos veces al mes a la
mansión de sus padres en South Kensington y estaba completamente agotada, como
siempre, después de verlos.
El cálido cuerpecito de su hijo sobre su regazo era un consuelo
para ella tras el ambiente ponzoñoso en la casa de sus padres.
Thomas hizo un gorgorito, sacudiendo el sonajero unas veces y
mordiéndolo otras, pero Mara le detuvo con suavidad cuando intentó quitarse el
gorro.
-No te lo quites- le regaño.
El día era más templado que otros, pero siempre estaba alerta
para que estuviera bien abrigado. Acababa de recuperarse de un resfriado y no
necesitaba coger otro.
Cuando Thomas desvió la atención hacia sus zapatos, Mara volcó
de nuevo su ira en el conde.
<>
¿Acaso el muy desgraciado se había puesto celoso porque no había
hecho a un lado a sus otras amistades masculinas y no había corrido a postrarse
a sus pies? Bueno, eso sí que era divertido. Se sentía muy satisfecha al saber
que podía provocar semejante reacción en el distante trotamundos. Pero ¿qué
esperaba después de la forma en que la había avergonzado durante la cena,
preguntándole por qué solo tenía un hijo? ¡Qué pregunta tan demencial!
Y qué tema tan doloroso… si bien, aunque de mala gana, reconocía
que lo más probable era que no lo hubiera hecho con malicia. Lo que sucedía era
que la pregunta había dado de lleno en un vergonzoso secreto que Mara guardaba
en su interior cuya existencia Jordan desconocía.
Las dificultades de su difunto esposo de cintura para abajo no
habían sido culpa suya, se recordó Mara. Incluso el médico le había dicho a Tom
que la bebida hacía que fuera incapaz de cumplir.
Mara jamás había obtenido una respuesta satisfactoria respecto a
por qué era imposible persuadir a su esposo de que se metiera en el lecho
conyugal estando sobrio. Solo sabía que era un golpe demoledor ser rechazada en
la cama por un marido al que jamás había deseado.
Cuando recordaba que Tom la había culpado a ella de su problema
de virilidad, perdía las ganas de arriesgarse a <>, tal y como le había aconsejado Delilah. No podría soportar
volver a sentirse así de avergonzada por un hombre otra vez.
Quizá tendría que haber seguido el consejo de Jordan cuando le
advirtió que un mal matrimonio podría hacer que la vida fuera peor de lo que
era bajo el techo de sus padres. Creyó haber elegido bien. Tom la había
perseguido con ahínco y había cautivado a sus progenitores durante su campaña
por conquistarla, pero en cuanto fue suya, no tardó en perder el interés.
En la nueva casa de ambos, el fervor que había demostrado
durante el cortejo se tornó en sarcasmo e irritabilidad. Y cuando estaba
bebido, a veces se volvía muy peligroso.
Haciendo a un lado los desagradables recuerdos, Mara dirigió de
nuevo sus pensamientos hacia Jordan mientras proseguía camino en el carruaje.
Aún no podía creerse cuánto había cambiado. Aquel tierno y joven Galahad, cuya
sonrisa había caldeado sus estrechadas noches estivales, había desaparecido. El
hombre apuesto sentado a la mesa había sido frío y distante, encerrado en sí
mismo tras su duro y mundano exterior.
La única persona con la que pareció relacionarse en la fiesta de
Delilah era el pobre comandante herido, que sin duda había pasado por un
infierno en la tierra. Pero, por el amor de Dios, la vida de un diplomático no
podía ser tan mala, pensó.
Los balbuceos de Thomas la sacaron de sus cavilaciones cuando el
pequeño hizo una pregunta incoherente, golpeando alegremente con el sonajero la
ventanilla del vehículo. Estaba aprendiendo a hablar poco a poco, y aunque de
vez en cuando de sus labios salían palabras claras, e incluso frases enteras,
en ocasiones el balbuceo de su hijo la confundía incluso a ella. Sobre todo
cuando estaba distraída, pensando en Jordan.
-Sí, señorito Thomas, conoce ese lugar. ¡Es Hyde Park, chico
listo!- exclamo la señora Busby, observando a su pupilo con afecto. Su leal y
vieja niñera estaba sentada enfrente de ellos, arrebujada en su capa.
Thomas repitió sus enigmáticos comentarios con mayor
insistencia, señalando denuevo la ventanilla, y las dos mujeres comprendieron
de repente qué era lo que quería.
-¡Quiere dar de comer a los patos!- repuso Mara con una
repentina carcajada.
La señora Busby aplaudió a la criatura.
-¿Quiere dar de comer a los patitos, señorito Thomas?
El niño reaccionó riendo con ganas, balbuceando y pataleando.
Las dos mujeres rieron con disimulo.
-¡Deja de retorcerte, pequeño diablillo!- le reprendió Mara,
sujetándole con mayor firmeza sobre su regazo. -Muy bien, has sido un niño tan
bueno en casa de la abuela que te mereces divertirte un poco.- Mara hizo una
señal a la señorita Busby, que bajó obedientemente la ventanilla del carruaje.
-¡Llévanos al parque, Jack!- le indicó la niñera al cochero-.
¡Su pequeña señoría quiere dar de comer a los patos!
Mara esbozó una sonrisa al escuchar la carcajada de su fiel
cochero.
-¡Sí, señora!
La señora Busby se apresuró en cerrar de nuevo la ventanilla
sabiendo que su señora tendía a preocuparse por cualquier corriente de aire que
pudiera suponer una amenaza para su hijito. Pero Mara no se sentía alarmada por
el tiempo ese día. El sol brillaba; el aire era saludable y limpio. Un poco de
ejercicio en el exterior era bueno para la salud siempre y cuando uno no se
enfriara, y Thomas estaba bien protegido contra el frío de marzo por varias
prendas de ropa abrigada, mitones y el vistoso gorro que ella misma le había
tejido.
Cuando Jack hizo girar el carruaje para entrar en Hyde Park,
Mara vio que las señales de la primavera ya estaban reapareciendo. Cada semana
se producían más cambios visibles. La mayoría de los setos tenía aún un tono
pardusco, pero los capullos de los lilos estaban brotando. Pronto se llenaría
todo de flores. Los azafranes de primavera y las campanillas de invierno
estaban en plena floración. También los dulces narcisos habían estallado en
color ante los retazos de nieve que se fundían. Los tulipanes de vivos tonos
aguardaban aún para hacer su entrada, como bailarinas de ópera observando tras
el telón del escenario. Mara sonrió ante el descabellado pensamiento mientras
el carruaje se detenía junto a las resplandecientes aguas del Serpentine, que
el viento agitaba.
Thomas había divisado a los patos y estaba dando saltitos de
emoción sobre su regazo cuando el cochero bajó de su pescante para ayudar a las
señoras y al pequeño vizconde a apearse del carruaje.
-Tenga cuidado, milady. Hay algo de barro- le advirtió.
-Gracias, Jack.- Mara asintió y llevó a su hijo hasta el paseo
de grava junto al lago ornamental, donde le dejó en el suelo para que jugara.
Con la señora Busby a un lado y Mara al otro, Thomas chilló
alegremente a las aves acuáticas y logró espantarlas un poco, pero no por mucho
tiempo. La enorme bandada de patos reales, cisnes y variados gansos era
demasiado lista como para alejarse cuando cabía la posibilidad de conseguir
comida. Que el pequeño estuviera tan cerca del agua ponía un poco los nervios
de punta a Mara, pero le dijo a su lado sobreprotector que entre la niñera y
ella su hijo estaría a salvo.
Los patos eran casi tan altos como Thomas, que caminaba a
trompicones de un lado a otro entre ellos. Las aves se apartaron de su camino
de manera alborotada, si bien regresaron cuando la señora Busby agitó la lata
de grano y semillas que guardaban en el carruaje para dar de comer a las aves.
Toda la tensión fruto de la visita a sus padres quedó olvidada cuando Mara
contempló a su hijo disfrutar de aquella libertad.
Mientras lo vigilaba de cerca, se deleitó con el coro de pájaros
cantores que se oía por doquier. No había señal más fiable de la primavera para
levantar el ánimo. Tordos llamándose alegremente unos a otros desde el otro
lado de los prados yermos; alondras intercambiando sin duda cotilleos de sus
viajes invernales.
Un revoloteo negro y amarillo pasó de largo: una pequeña bandada
de jilgueros en busca de algo que picotear, La comida para los patos debía de
haberlos atraído. Entonces un pequeño y vistoso pardillo se posó sobre su
carruaje, luciendo su elegante plumaje rojo en pecho y frente, con la esperanza
de atraer a una pareja.
Acababa de señalarle a Thomas al atrevido visitante cuando el
pardillo emprendió el vuelo, como un verdadero caballero urbanita hacia su
club. En ese instante, mientras seguía al pardillo con la mirada, divisó a
Jordan.
Mara se enderezó después de sujetar a su hijo y se quedó
inmóvil, con la vista fija en el jinete a lomos de un caballo blanco al otro
lado del césped descolorido. No estaba segura de cómo sabía que era él a casi
cien metros de distancia, pero reconoció al hombre de un modo inmediato y
visceral.
Mientras su caballo se acercaba al galope, recorriendo la suave
elevación, el corazón de Mara palpitaba agitadamente al ver a tan magnífico
jinete y montura. Tanto hombre como corcel eran altos y poderosos, de hermosa
musculatura, ágiles y seguros de sí mismos. El balcno animal de Jordan tenía
salpicaduras de barro, al igual que él, desde las botas negras hasta su
elegante abrigo de montar de color oscuro, que se agitaba a su espalda.
Mara se percató de que él debía de haberla visto cuando el
enérgico galope de su montura se redujo a un pausado trote.
Habría sido difícil no hacerlo. El parque no estaba abarrotado.
Todavía no era la hora de mayor afluencia. Tampoco ella podía fingir que no lo
había visto.
Oh, que incómodo. Su corazón retumbaba con fuerza. ¿Volvería él
la cabeza hacia otro lado y continuaría su paseo?, se preguntó. Pero entonces,
no sin cierta ironía, se dio cuenta de que el obediente Lord Falconridge era un
caballero demasiado civilizado para hacer algo semejante.
Era fácil apreciar su reticencia en la desgana con que el conde
instó a su caballo a desviarse hacia el carruaje estacionado y su pequeño
grupo.
Bueno, no era necesario que se tomase la molestia si no deseaba
hacerlo, pensó Mara con enojo, pero se armó dre valor al percatarse de que él
se acercaba para presentarle sus respetos. No esperaba más que un gesto cortés de
su sombrero y un breve <>. Habría bastado con eso para
cumplir con la etiqueta, incluso tratándose de él.
Y sin embargo no podía negar que verle aproximarse originaba en
su cuerpo cierto calor, como una pequeña llama.
Redujo el paso de su caballo un poco más aún. Los animales de
tiro de su carruaje sacudieron sus cabezas y estiraron el cuello presas de la
curiosidad, tratando de ver al caballo de caza a pesar de las anteojeras.
De pie junto a Thomas, Mara asió con firmeza a su hijo de la
mano, pero le ofreció una sonrisa forzada a Jordan cuando este llegó al borde
del camino de grava y tiró de las riendas. Detuvo a su brioso caballo a unos
metros de ella. A continuación, posando las manos sobre la cruz de equino,
estuvo estudiando a Thomas y a ella durante largo rato, sin articular una sola
palabra.
El niño también se había quedado callado, mirándole a su vez con
incertidumbre.
-Lord Falconridge- le saludo Mara por fin, con una cauta
inclinación de cabeza, rompiendo el tenso silencio.
-Lady Pierson.- Jordan parecía indeciso entre acercarse más o
no, aunque el tono de su voz era cuidadosamente contenido-. Así pues, este es
el jovencito al que pertenece su corazón.- Señaló a su hijo.
Mara sonrió muy a su pesar.
-Lo es.
-Bueno.- Se aclaró la garganta-. No les molestaré más. Después
de oírla canta sus alabanzas la otra noche, solo quería echar un vistazo al
jovencito en cuestión. Tenía motivos para alardear. -agregó con suavidad-. Tiene
un muchachito magnífico.
-Gracias, milord.- Mara cogió a Thomas en brazos y se lo colocó
a la cadera, mirando a Jordan con recelo. Bueno, sí que era un diplomático,
pensó.
No cabía la menor duda de que sabía qué decir para congraciarse
con ella. No obstante, se sintió complacida porque hubiera hecho cumplidos a su
hijo.
Se le ocurrió que a Thomas tampoco le vendría mal echar un
vistazo a un hombre adulto de la talla de Jordan. Con el fallecimiento de su
padre, el niño no había tenido hasta el momento demasiada relación con hombres
distinguidos de su propio nivel social. Le preocupaba su futuro, sin un varón
fuerte al que admirar. Por tanto, se dijo, lo único que la impulsó a hablar era
la preocupación por su hijo.
-¿Me permite… que los presente como es debido, milord?- aventuró
justo cuando él se disponía a hacer girar su caballo hacia el césped.
Jordan volvió la vista hacia ella, considerando su petición.
Luego se encogió de hombros.
-Será un honor.
Bajó del caballo con expresión inescrutable y se encaminó hacia
ellos sin prisa.
Mara alzó la cabeza mientras él se aproximaba, pero Thomas le
miró fijamente, maravillado, fascinado en especial con su sombrero negro.
Por su parte, ella no podía apartar los ojos de su hermoso
rostro. El cristalino y pálido azul de sus iris hacía juego con el del cielo;
tenía las mejillas enrojecidas por la cabalgada.
-Lord Falconridge- dijo, sacudiéndose el aturdimiento de
encima-, permita que le presente a Thomas, el vizconde Pierson.
-Es un placer conocerle, milord. Espero con impaciencia su
primer discurso en el Parlamento.
Jordan hizo una reverencia al niñito; Mara reprimió una sonrisa
con todas sus fuerzas. El pequeño señaló el sombrero de Jordan y pronunció algo
en su peculiar lenguaje propio.
-Oh, te gusta, ¿verdad? Aquí tienes, y deja que te diga que
tienes un gusto excelente, jovencito.- Jordan se quitó el sombrero y se lo
colocó al niño en la cabeza.
Thomas rió, aunque el sombrero de copa del hombre resbaló de
inmediato sobre sus ojos. Jordan esbozó una sonrisa, dirigiendo una mirada a la
señora Busby a Jack para saludarlos con
una educada inclinación de cabeza.
-stamos dando de comer a los patos- le informó Mara mostrándose
más agradable después de la hostilidad de la otra noche-. Puede acompañarnos si
lo desea,
Jordan bajó la mirada, dubitativo.
-Mi caballo necesitará pasear para serenarse pero… esto, supongo
que puedo quedarme unos instantes.
-Es un animal precioso.
-Gracias. Está tan harto de estar recluido como yo. Un día tan
bueno como el de hoy es una grata muestra de la primavera, ¿no le parece?
-Oh, sí… estoy de acuerdo.- Hizo una mueca al escucharse hablar
de un modo tan tenso acerca del tiempo cuando en otra época habían mantenido
una relación tan estrecha, pero suponía que tenían que empezar de alguna
manera.
Dejó a Thomas en el suelo y rió cuando el pequeño empujó el
sombrero de Jordan hacia arriba para poder ver. Luego estiró el cuello para
mirar al conde.
-Tiene los ojos de su madre- comentó Jordan con voz suave,
estudiando al niño.
-Sí.- Una sonrisa se dibujó en los labios de Mara.
-Caramba, si apenas me llegas a la parte superior de mis botas
de montar.- Riendo entre dientes, Jordan se acuclilló para sujetar al pequeño,
asiéndole de la muñeca cuando Thomas trató de comerse una piedrecita que había
cogido-. No es muy prudente, muchacho.
-Le gustan los niños- observo Mara mientras le quitaba la piedra
de la mano a su hijo.
-Tengo dos docenas de sobrinas y sobrinos, milady. Aprender a
manejarlos fue una cuestión de supervivencia.- El afecto que reflejaban sus
ojos contradecía su tono sardónico.
-Dos docenas- repitió
Mara en voz baja-. Sus hermanas han sido muy fecundas.
-No cabe duda. Al menos el título no corre peligro si algo llega
a sucederme.
-¿Qué tal su familia?
-Está bien, gracias. ¿Y la suya?
Mara le miró con expresión irónica.
-Ya conoce a mis padres. No están contentos a menos que tengan
algo de lo que quejarse.
Jordan la obsequió con una cálida sonrisa de contrición.
-Lo recuerdo.
-venimos de visitarles- agregó, luego exhaló un suspiro-.
Después de eso, es necesario venir al parque. Y tal vez una buena copa de
coñac.
-Sin duda- murmuró él, riendo.
Su mirada cómplice era justo lo que necesitaba después de la
siempre difícil visita del día. Pero la sonrisa recelosa que intercambiaron la sorprendió. El corazón
se le aceleró y apartó la mirada. Mientras contemplaba a Thomas persiguiendo a
los patos, era muy consciente de la presencia de Jordan junto a ella, del
hombre mundano e insensible en que se había convertido, y por un instante le
sobrevino el dolor de todos los años perdidos cuando él desapareció de su vida.
De pronto se sintió nquieta porque él pudiera marcharse en
cualquier momento, a lomos de su purasangre, y no volviera a verle, pero se dio
cuenta de que él había dado el primer paso al acercarse, y que ahora era su
turno de hacer lo mismo.
En efecto, aquella podría ser su última oportunidad de llegar a
él. Con el corazón desbocado y la mirada fija en su hijo mientras jugaba, habló
por fin con absoluta cautela:
-La otra noche se marchó muy pronto.
Sintió que él se ponía tenso.
-No sabía que lo hubiera notado- repuso con sequedad.
-Por supuesto que lo noté.- Mantuvo su sonrisa fría, con la
vista al frente-. Ni siquiera tuvimos oportunidad de hablar.
-¿Y de qué teníamos que hablar, exactamente?
Mara le miró con expresión inquisitiva al escuchar su tono
apagado.
-seamos sinceros. No querías que fuera a casa de la señora
Staunton. Dijiste que no era buena idea.- Echó un vistazo a su caballo-.
Debería haberte hecho caso. Tenías razón.
-Así pues, ¿no te divertiste?
Jordan se volvió hacia ella y la miró durante largo rato.
-No fui a la fiesta para divertirme, Mara. Fui para verte a ti.
Mara no estaba segura de cómo tomarse aquello.
Los graznidos de los patos de escuchaban de fondo mientras
Thomas reía, vigilando de cerca por la siempre atenta señora Busby.
-Quedó muy claro por tu parte que estuviste a punto de no ir al
saber que yo no estaría allí- señaló el donde.
-Pero fui- protestó con suavidad-. Solo que un poco tarde.
Cuando Jordan enarcó una ceja, indicándole que no era tan
ingenuo, ella renunció a todo intento de mostrarse indiferente.
-Muy bien. Lo reconozco. Fue un… un poco desconcertante
encontrarme contigo en Christie’s después de tanto tiempo. Pero cambié de
parecer y fui allí para poder verte.- Escrutó su rostro, encogiéndose de
hombros acto seguido-. Y tú apenas hablaste con nadie y te escabulliste en
cuanto tuviste oportunidad.
Jordan apretó los labios; también él mantuvo la mirada pendiente
de Thomas, cono ojo avizor.
-Bueno, acepta mis disculpas por mi falta de conversación. Pero
si de verdad hubieras querido charlar, no deberías haberte rodeado de media
docena de hombres. ¿Acaso esperabas que me abriese paso por la fuera entre la
multitud para tener el privilegio de hablar contigo? Como en los viejos
tiempos, ¿eh?
Mara se sorprendió de la dureza que subyacía en su sosegada voz,
pero contuvo su furia.
-Dios bendito, si no te conociera un poco, diría que pareces
celoso.
-Bueno, querida, esa era tu intención, ¿no es así?- replicó-.
Debes de haber olvidado que jamás entré en ese juego, ni siquiera cuando éramos
jóvenes. Tú, por otra parte, solías disfrutar enormemente inspirando toda clase
de reacciones alocadas en aquellos pobres y estúpidos hombres que te rodeaban,
según recuerdo.
Mara clavó la mirada en sus centelleantes ojos.
-Ha pasado mucho timepo de eso- le informó, pero él no cedió ni
un milímetro.
-En realidad, sucedió hace sólo unas noches- respondió con una
sonrisa fría.
Ella frunció el seño.
-¿Qué chica no es un poco coqueta a los diecisiete años?-
exclamó-. Puede que alentara a algunos de mis admiradores, pero ¡menos mal que
lo hice! Porque lo cierto es que no podía contar contigo.
Jordan hizo una mueca y se mofó suavemente, pero meneó la cabeza
al tiempo que evitaba su mirada.
Mara le fulminó con los ojos.
-En cualquier caso, ambos sabemos que provocar tus celos es algo
que no está a mi alcance, milord. Hace mucho tiempo que dejaste muy claro que
no podía importarte menos si estaba viva o muerta.
-Si tu lo dices- bufó para sí, contemplando el agua.
Su fría indiferencia la conmocionó. Trato de refrenarse, pero
mientras sacudía la cabeza de su boca escaparon palabras de resentimiento.
-Si te hubiera importado, no te habrías marchado de esa manera
la otra noche… pero, claro, eso es lo que hace siempre, ¿verdad, Jordan?
Decides que alguien no es digno de tu consideración y entonces te alejas sin
tan siquiera volver la vista atrás.
-No sabes de qué estás hablando- replicó él en voz baja,
mirándola a los ojos.
-¡Pues dímelo! ¡Sea lo que sea lo que tengas que decirme, te
ruego que lo hagas! ¡He esperado doce años para obtener algún tipo de
explicación de tu parte!
-¿Qué has esperado?- espetó, manteniendo la voz baja por el bien
de Thomas-. ¡me marché… Mara… para cumplir con mi deber, esperando que durante
mi ausencia tal vez dejaras de ser una coqueta y maduraras! Pensé que tal vez
cuando volviera tú y yo podríamos… -Se interrumpió, frustrado. Luego bajó la
mirada-. Pero no tenía que ser. Te casta con el bueno de Tom mientras yo estaba
fuera.
Mara escrutó su rostro, sin saber hasta qué punto creer sus
palabras.
-Entonces… ¿yo te importaba?
-Si lo dudas, entonces no sé quién de los dos es más estúpido.
-¡Pero estuviste lejos mucho tiempo!
-Dios bendito, un año- se burló el conde.
-¡Ni siquiera me escribiste!
Jordan entrecerró los ojos, con expresión fulminante.
-Estaba un poco ocupado.
Ella se quedó boquiabierta, indignada.
-¿Ocupado?- No tenía ni idea de las veces que había llorado
hasta quedarse dormida-. ¿Demasiado ocupado para dedicarme una mísera línea y
hacerme saber si había o no esperanza para nosotros? ¿Cómo pudiste hacerme eso?
¿Cómo pudiste?
Jordan abrió la boca, pero nada salió de ella. Volvió a
cerrarla. Mara sacudió la cabeza, temblando.
-No. No te creo. Jamás tuviste intención de volver a por mí. Eso
no puede ser cierto.
-Me temo que lo es.
-Te olvidaste de mí. ¡Por eso no me escribiste! No significaba
nada para ti.
-Puedes creer eso si así te sientes mejor.
-¿Cómo va a hacer que me sienta mejor?- gritó, temblando de la
cabeza a los pies.
-Porque la verdad es peor- respondió, sombrío-. El tiempo ha
pasado y todo ha sido en vano.
Mara le miró con un nudo en la garganta. Acto seguido, dio media
vuelta. Tuvo que parpadear con fuerza para impedir que las lágrimas cayeran
antes de poder hablar.
-De acuerdo, por eso nunca volviste, ¿verdad? ¿Estabas furioso
porque me casé con Tom?
-En realidad, sí regresé,
Mara, solo que no a tu lado. Ya ves… a diferencia del resto de esta ciudad, yo
no me entretengo con las esposas de otros hombres.
Ella entrecerró los ojos, indignada una vez más por su gélida
indiferencia.
-¡Das por hecho que yo habría estado dispuesta!
Jordan se encogió de hombros.
-No te ofendas, querida, pero jamás te consideré un modelo de
virtud. Además…- le lanzó una mirada mordaz-. No es que eso importe ya.
-No, desde luego. Tienes razón. Forma parte del pasado- repuso-.
¡Y ahí es donde debe quedarse!
Él bajó la mirada, con la espalda erguida y rígida.
-No podría estar más de acuerdo. Buenos días, lady Pierson. No
la molestaré más. Enhorabuena por su hijo- agregó, pero no pudo resistirse a
lanzarle una última pulla cuando se disponía a marcharse-. ¡Intente no
convertirle en un intrigante fatuo y egoísta como su madre!
-¡Cómo te atreves!- Le siguió, impulsada por la furia.
-¿Qué vas a hacer, enviar al ejército de tu amante para que me
arreste?- espetó.
<<¿El… ejército de mi amante?>>
Mara abrió los ojos como platos, al percatarse de repente de a
qué se refería.
¡El rumor!
<>
-¿Crees que el príncipe y yo…?
-¡Ahórrate los detalles, te lo ruego!- repuso con vehemencia,
levantando la mano-. Ya escuché bastante la otra noche, créeme. Francamente, me
importa muy poco lo que hagas y con quien lo hagas. Lo que sucede es que no
quiero ver que te hacen daño.
-oh, ¿de veras?- Cruzo los brazos sobre el pecho y le fulminó con la mirada.
-Ten cuidado, Mara- dijo, con toda la arrogancia que le confería
su juicio y sabiduría superiores, tal y como había sido cuando eran jóvenes-.
He pasado tiempo suficiente en cortes reales para saber lo fácil que resulta
que las cosas se te vayan de las manos en ese entorno. Procura no convertirte
sin querer en un peón de los planes de otras personas.
Mara le miró, sacudiendo la cabeza. <> Bueno, si tan ansioso estaba por creer lo peor de ella, si
incluso pensaba que era la amante del regente, ¿quién era ella para molestarle
con la verdad? ¡Al diablo con él!
-Muchas gracias por su sabio consejo, Lord Falconridge.
Él entrecerró los ojos ante su sarcasmo.
-No hay de qué- replicó de igual modo-. Disfruta de tu
privilegiada posición mientras dure, querida. ¡Pero no vuelvas arrastrándote a
mí cuando te abandone por su nuevo capricho real!- bramó.
-Dios mío, Jordan, ¿qué te ha pasado?- exclamó, desconcertada por
aquella brusquedad en el hombre que en otro tiempo había sido la viva estampa
de la caballerosidad-. ¿Cómo has podido convertirte en un ser tan frío y
amargado?
Él torció el gesto.
-Créeme, no querrías saberlo.
Le hizo una reverencia bastante descortés, dio media vuelta para
encaminarse con paso enérgico hacia su caballo y se subió a la silla. La mirada
de despedida que le lanzó a Mara estaba cargada de cólera y de todo un mundo de
dolor sepultado. Acto seguido, hizo girar a su montura y se alejó a medio galope.
Jordan había olvidado incluso recoger su sombrero.
Mara le siguió con la mirada hasta que las lágrimas empañaron su
visión. Los labios con los dedos para sofocar un débil sollozo mientras le veía
alejarse de su vida una vez más, echando por tierra sus esperanzas antes de que
siquiera hubieran tomado forma. ¿Acaso jamás llegaría a conocer el amor? Allí
mismo, en medio de Hyde Park, de pronto su compostura pendía de un hilo.
No sabía cómo, pero se las arregló para recuperar la voz y
decirles a los criados que regresaran al carruaje.
-¡Jack! ¡Señora Busby!- tragó saliva, serenándose-. ¡Debemos
irnos! Thomas necesita una siesta.
-Sí, señora.- Su cochero abrió la portezuela y bajó la escalera
metálica.
Thomas agitó la mano para despedirse de los patitos como le
indicó la señora Busby, luego la robusta mujer llevó en brazos al pequeño hasta
el vehículo. Mara lo esperaba allí. Después de ayudarlos a montar, Jack fue a
recoger el sombrero. Se dispuso a preguntar a su señora si deseaba que lo
metiera en el carruaje, pero al ver su cara se tragó la pregunta y simplemente
lo dejó en el compartimento para el equipaje. Podían devolvérselo al conde más tarde.
Mara se había quedado en silencio, luchando por no llorar
delante de su hijo. Si lo hacía, Thomas se pondría a berrear con ella en cuestión
de minutos, y una vez que las lágrimas comenzaran a caer temía que nunca se
secaran.
En cuanto el pequeño y su niñera estuvieron cómodamente sentados
frente a ella, Jack ocupó su lugar en el pescante y el carruaje se puso en
marcha.
Mara tenía un nudo en la garganta. Apenas prestó atención al
alegre parloteo de su hijo, decidida a conservar la compostura hasta que el
escozor de las palabras de Jordan se mitigara. La señora Busby, por su parte,
la miraba con inquisitiva preocupación. Mara meneó la cabeza de manera
discreta; luego volvió la vista hacia la ventanilla al tiempo que contaba los
minutos mientras Jack conducía de vuelta a casa, siguiendo la ruta de
costumbre.
Tras recorrer el Ring, el cuidado camino principal que
atravesaba Hyde Park, saldrían por la puerta nororiental, igual que habían
hecho cientos de veces. Había varias verjas majestuosas de hierro forjado que
daban acceso a las ciento cuarenta y cinco hectáreas que componían la extensa
vegetación de Hyde Park. La que quedaba más próxima a su casa daba a Oxford
Street, pero a medida que se acercaban un inesperado obstáculo al frente obligó
a Jack a reducir el paso del carruaje.
-Oh, otra vez no- murmuró Mara.
Contempló ceñuda a través de la ventanilla la multitud que se
había congregado alrededor de la esquina nordeste del parque.
Se estaba convirtiendo en un punto predilecto de las clases
inferiores para reunirse a protestar contra las diversas políticas del gobierno.
Aquellas demostraciones ilegales se habían vuelto más frecuentes desde que la
guerra llegó a su fin. Inglaterra había ganado, pero a medida que el polvo se
asentaba, la gente se daba cuenta de que el conflicto, que había durado veinte
años, los había dejado al borde de la bancarrota. El descontento se alzaba por
todo el país: disturbios por las Leyes del Maíz, otra serie de impuestos sobre
los productos alimentarios que inspiraba un desesperado miedo a la inanición en
los pobres.
A aquello se le sumaba el que la Armada no había pagado a miles
de marineros, que ahora estaban comprensiblemente furiosos por los meses de
jornales que se les adeudaba. Luditas rompiendo máquinas en las fábricas del
norte. Periódicos radicales circulando por doquier, lanzando graves acusaciones
contra el gobierno y originando una nueva ola de miedo entre los ciudadanos al
afirmar que podría haber jacobitas acechando entre ellos, no en Francia, sino
justo en suelo inglés, tratando de avivar su propia versión de una revolución
sangrienta.
El primer ministro, lord Liverpool, amenazaba con suspender el hábeas
corpus si las cosas no se calmaban.
Pese a que se esperaba que las damas de clase alta no tuvieran
opinión sobre tales asuntos, a Mara no le parecía demasiado… inglés que pudiera
encerrarse a una persona sin cierta a cauda o explicación. De todos modos,
ellos no eran franceses, pensó mientras miraba con nerviosismo por la
ventanilla hacia la amotinada multitud.
Por muy furiosa que pudiera estar, Inglaterra podía hablar alto
y claro sin recurrir a la violencia.
Mara cogió a Thomas en brazos y trató de no pensar en aristócratas
y guillotinas. En esos momentos, unos cientos de ciudadanos se habían reunido
para vitorear a otro apasionado orador que vociferaba la lista de agravios del
pueblo. Por lo general, aquellas concentraciones espontáneas eran dispersadas
con celeridad por un contingente de la Guardia Real de la guarnición destacada
en el extremo sudoeste de Hyde Park, sin que se produjeran incidentes. Los
dragones de élite no habían llegado todavía, pero Jack hizo cuanto pudo para
maniobrar con lentitud entre el gentío.
-¿Quién se cree que es nuestro querido lord Liverpool para
amenazar con quitarnos nuestros derechos? Los hombres quieren pan y ¿Qué es lo
que nos dan? ¡Más impuestos!
El orador continuó despotricando contra el primer ministro y
todo el Parlamento, el ministro de Economía, el Almirantazgo y también <> de lord Sidmouth del Ministerio del Interior… pero el nombre que
levantó los mayores abucheos de la concurrencia fue el del príncipe regente.
Mara notó que se le formaba un nudo en la garganta.
-En cuanto a Su Alteza Real, ¡continúa engordando mientras estos
pobres niños se mueren de hambre!
Mara frunció el ceño, irritada por la hipérbole.
Desde luego que tenían derecho a quejarse, pero ¿acaso no eran
conscientes del poco poder que realmente ostentaba en la actualidad el regente?
El regente de Inglaterra estaba rodeado de consejeros con dudosos
planes propios, y si trataba de hacer otra cosa que no fuera estampar su nombre
al pie de algún nuevo proyecto de ley o documento, se le reprendía con onerosos
sermones y se le decía que no comprendía las sutilezas del arte de gobernar,
como si fuera una especie de bebe gigante. Insistían en que Su Alteza Real seguía
siendo demasiado inexperto para tomar decisiones importantes. Y, como era
natural, les gustaba recordarle que, mientras su demente padre continuara con
vida, él no era el verdadero rey. Aquellas eran las palabras que siempre
lograban hacerle desistir de desafiar a sus consejeros.
Pelear no formaba parte de la naturaleza de Prinny y su falta de
confianza en sí miso permitía a sus consejeros convencerle de que ellos sabían
lo que era conveniente mejor que él. De modo que el artista de poca monta que
tenían como príncipe accedía a los deseos de sus ministros… pero, de algún
modo, siempre era él quien acababa cargando con las culpas.
Por desgracia, su sangre real hacía que fuera demasiado
orgulloso para intentar defenderse en público o culpar a otro. El príncipe aceptaba
la responsabilidad con estoicismo, pero se apartaba de su pueblo aún más. En
consecuencia, el pueblo creía que era indiferente, cuando en realidad
simplemente estaba dolido porque sus súbditos no comprendían su carácter y casi
desesperado por hacer que le quisieran.
La aparición en los periódicos de los constantes escándalos de
su esposa, de la que vivía separado, no ayudaba a su causa. Carolina de
Brunswick tenía un don para hacer que su esposo pareciera aún peor de lo que
era.
<>, le llamaban algunos de los escritores
satíricos. << ¿Cómo puede gobernar el reino si ni siquiera es capaz de
controlar a su propia esposa?>>
Mara se compadecía de él. Desde que era un muchacho, el príncipe
había estado rodeado de falsos amigos, aduladores y toda clase de personas en
las que sabía que no podía confiar. Y ahora los demagogos como aquellos salían
de sus agujeros para dar instigadores discursos que rayaban la sedición.
Temía que tan peligrosa palabrería algún día podría conducir a
su amigo real a realizar la terrible marcha por los ensangrentados escalones de
la guillotina, igual que su homólogo del otro lado del Canal hacía ya más de
veinte años.
-Perros rabiosos- gruñó entre dientes la señora Busby-. ¿Dónde
están los soldados? Está claro que esto ha durado ya demasiado.
Mara la miró de forma sombría al tiempo que oía a Jack gritando
a la gente que se apartaba del camino para que pudiera pasar el carruaje.
Por desgracia, la multitud no estaba de humor para que un
cochero uniformado al mando de un elegante carruaje, con un escudo de armas de
la aristocracia adornando la puerta, le dijera que era lo que tenía que hacer.
La audiencia del orador se arremolinaba de forma desordenada,
bloqueando el camino y haciéndose a un lado solo después de lanzar hoscas
miradas al cochero. Avanzaron a trompicones hasta que unos muchachos decidieron
plantar cara a Jack.
-¿Por qué deberíamos apartarnos para que usted pase? ¡De media
vuelta y vaya por otro lado!
-¡Apartad!- bramó Jack.
-No se preocupe, casi hemos llegado a las puertas- murmuró Mara
para tranquilizar a la señora Busby, pero Thomas parecía asustado, de modo que
acunó su cabeza contra su pecho y le susurró palabras dulces al oído.
En verdad, sentía el corazón desbocado; al menos teniendo a su
hijo en brazos podía protegerle.
De repente, alguien de la multitud debió de reconocer el escudo
de armas de Pierson.
-¡Vaya! ¡Mirad! ¡Es al amante del regente!
Mara se puso pálida.
Decenas y decenas de londinenses de la calle se volvieron para
mirarla con la boca abierta. El orador escuchó aquel comentario e hizo un
chiste grosero a su costa. Mara no pudo distinguir las palabras, pero el gentío
prorrumpió en burlonas carcajadas. De pronto se vio señalada, siendo objeto de
mofa, por parte de doscientas o trescientas personas.
-¡Disculpe, señoría!- gritó el orador con estentórea hilaridad-.
¿Quiere entregarle un mensaje de nuestra parte a su amante real?
No escuchó las palabras que el orador quería que transmitiera al
regente, pero el sentimiento quedó claro como el agua cuando la vociferante
multitud se arremolinó en torno al carruaje.
Jack hizo restallar el látigo para apartar a la gente del camino
a fin de poder pasar mientras la muchedumbre continuaba mofándose para sentirse
humillada en esos momentos, percibiendo la amenazadora vileza soterrada bajo su
aire de diversión.
Sofocó un grito cuando varios rufianes de baja estofa, alentados
por los desagradables vítores, saltaron al carruaje y comenzaron a balancearlo
de manera violenta entre risas; sus sucios rostros la miraban con lascivia a
través de al ventanilla.
Thomas comenzó a llorar.
-¿Tiene ahí al bastardo del regente, señora?
-¡Bajad de mi carruaje! ¡Cómo os atrevéis!- gritó Mara.
-¡Los miembros de la Cámara de los Lores son parásitos!- profirió
otro hombre.
Thomas sollozó con más fuerza, pero el carruaje estaba parad,
salvo por los violentos botes de sus muelles.
Mara aferró al pequeño contra su pecho mientras alguien le
arrojaba una piedra a Jack, sentado en el pescante, y le tiraba el sombrero de
la cabeza. Este respondió con un furioso latigazo.
La señora Busby, con el rostro pálido, echó las cortinas del
carruaje, mirando después a su señora con expresión de terror.
Mara la miró a su vez, desconcertada.
Descargar: Capítulo 4
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