Mi Irresistible Earl. Capítulo 5
5
Oh, y ahora ¿qué?, pensó Jordan con irritación, cuando el alboroto en
un lejano rincón del parque captó su atención.
Todavía furioso tras la pelea con Mara, medio enloquecido por todo
cuanto no podía decirle, estaba atravesando Hyde Park en dirección este con la
intención de salir por la puerta de Park Lane. Desde allí, solo había un par de
manzanas hasta su casa en Grosvenor Square.
Pero algo le hizo volverse a mirar, un vago sexto sentido para el
peligro, que los años en la Orden habían agudizado en su interior, y fue
entonces cuando divisó la multitud reunida a lo lejos.
A pesar de los muchos metros de distancia, fuera de la esquina
nordeste del parque, le pareció algo muy irregular. Ciertos instintos de espía
comenzaron a vibrar. Presa de la curiosidad, hizo aminorar el paso a su
caballo, giró hacia el norte y se acercó para ver qué estaba ocurriendo.
Varios centenares de personas se habían reunido ante un desaliñado
orador que vociferaba a la multitud subido al tocón de un viejo árbol.
Jordan solo pudo distinguir algunas palabras por encima del clamor
de la gente y de los furiosos abucheos de compartida indignación ante la
mención de ciertos nombres.
Los de lord Liverpool y lord Sidmouth.
—¡Yo digo que los embadurnemos de brea y los emplumemos a todos!
Jordan entrecerró los ojos, estudiando la multitud con atención.
Mientras el Ministerio del Interior se retorcía las manos ante la amenaza de
sedición, la Orden estaba más preocupada por la intromisión de los prometeos en
los círculos clandestinos del movimiento radical.
Al fin y al cabo, hacía mucho tiempo que los prometeos eran unos
maestros en el arte de descubrir a los insatisfechos de la sociedad,
ofreciéndoles apoyo absoluto para luego incitarlos a la violencia de manera
astuta. Cualquier cosa que sembrase el caos y que enfrentase a los grupos
opuestos ayudaba a su causa. Escudriñó el gentío buscando el rostro conocido de
algún prometeo… y recibió una serie de miradas hoscas.
Aquella gente no daba la bienvenida a un caballero de evidente
fortuna y alta alcurnia. Incluso su caballo podía sentir la vileza que emanaba
del populacho. El corcel blanco resopló, sacudiendo la cabeza hacia la
desgreñada muchedumbre con altanero desdén.
—Tranquilo —lo calmó Jordan, mientras sofrenaba el paso del
caballo.
Apenas había llegado hasta donde se encontraba el tumulto cuando
escuchó el escandaloso abucheo al otro extremo de la multitud, a varios metros
de distancia.
Guió a su caballo pasado un grupo de árboles con el fin de tener
una mejor vista de la escena que estaba teniendo lugar en el Ring.
¡Por todos los demonios! Esos impúdicos salvajes habían detenido
un carruaje particular.
Entonces su mirada recayó en el familiar emblema que adornaba la
puerta del vehículo y sintió que se le helaba la sangre.
Un enjambre de hombres se había subido al carruaje y lo estaba
zarandeando de forma violenta entre estentóreas carcajadas, golpeando el techo
con fuerza, como si pretendieran hacerlo volcar.
¡Mara!
Otros se habían hecho con las riendas de los caballos,
sujetándolas con amenazadora hilaridad en tanto que arrojaban cosas al cochero.
Santo Dios, pensó Jordan mientras la sangre huía de su rostro.
Mara y su hijo se encontraban dentro del vehículo. Y también la anciana niñera.
Espoleó en el acto a su montura en dirección al carruaje sitiado. Los cascos de
su corcel resonaban con fuerza sobre la tierra. Siguió el borde del gentío,
consiguiendo que unas cuantas personas se apartaran de un salto y haciendo caso
omiso de sus improperios. Enseguida cargó contra la multitud que rodeaba el
carruaje, plantándose para dispersar a los hombres empleando la envergadura y
potencia de su furioso caballo. Algunos retrocedieron, gritando al ver que casi
eran aplastados bajo los cascos del animal. Entretanto, del interior del coche
pudo escuchar los lloros de Thomas.
Apretó los dientes al tiempo que se dirigía hacia su primer
objetivo. Un hombre joven y desaliñado estaba subiéndose al techo del carruaje
de Mara, ansioso por unirse a sus vociferantes y violentos compañeros.
Alzándose sobre la silla, Jordan agarró al muchacho por la parte
posterior de la chaqueta y lo arrojó al suelo. Este rodó para apartarse de los
cascos del caballo, profiriendo un grito de sobresalto.
Jordan no esperó a que se levantara, sino que buscó de inmediato a
su siguiente objetivo. Tras hacer girar a su caballo, arrojó a otro canalla del
carruaje. Este se había plantado en la barra para los lacayos en la parte
posterior del vehículo. Jordan le derribó igualmente mientras el caos se
imponía entre la muchedumbre, la gente voceaba y Mara gritaba su nombre desde
el interior.
Su caballo se levantó sobre los cuartos traseros y estuvo a punto
de golpear a un individuo en la cara cuando Jordan saltó con agilidad de la
silla y aterrizó en el techo del carruaje detenido. Recuperó el equilibrio con
facilidad entre los dos rufianes que bailaban de manera insolente una giga en
el techo. Fue recibido a puñetazos; esquivó uno y lanzó al hombre que lo había
recibido en su lugar por el lateral. El segundo y más alto gañán se rió de él.
Jordan esbozó una sonrisa no demasiado amistosa, propinándole a continuación un
puñetazo; un golpe preciso en la mandíbula. El tipo aguantó el impacto, le miró
iracundo y luego le devolvió el favor.
Jordan se tambaleó hacia atrás, pero plantó los pies para mantener
el equilibrio en la resbaladiza superficie negra. Mientras continuaban
intercambiando golpes, Mara asomó la cabeza por la ventanilla para intentar ver
qué estaba sucediendo en el techo de su carruaje.
—¡Jordan!
Le distrajo solo una fracción de segundo, suficiente para que
aquel individuo alto y maloliente le agarrara el cuello con el brazo.
—¡Suelte a ese caballero! —ordenó al oponente—. ¡Está asaltando a
un par del reino, maldito animal!
—¡Razón de más para zurrarle! —pregonó el corpulento rebelde,
suscitando los vítores de la muchedumbre.
Jordan fulminó a Mara con la mirada al tiempo que se zafaba del
brazo con que el tipo el rodeaba el cuello.
—¡Vuelve… dentro! —ordenó, resollando.
Había estado intentando no hacer daño de verdad a ninguno de los
compatriotas a quienes protegía, pero de repente perdió la paciencia.
Arremetió con todo su peso, se inclinó y lanzó al hombre por
encima de su hombro. El fornido rufián aterrizó sobre la gravilla con un sonoro
estruendo.
Jadeando, Jordan volvió la cabeza para echar un vistazo al
cochero, que estaba sangrando.
—¡En marcha! —bramó, luego saltó de nuevo sobre su caballo desde
el carruaje.
No sabía si la multitud clamaba a favor o en contra de él, pero
los ignoró igualmente, apremiando a su corcel a situarse junto al caballo que
estaba al frente del tiro del carruaje.
—Tranquilos —murmuró a los caballos, que tenían la mirada
enloquecida. Pero cuando otro hombre vociferó otro insulto describiendo a la
aterrada dama del interior del vehículo en un lenguaje muy indecoroso, Jordan
desenfundó la espada—. ¡Basta! —gritó—. ¡Atrás! —Blandió su arma, haciendo que
los agitadores supieran que no iba a tolerar más fechorías—. ¡Fuera de nuestro
camino!
La densa marea humana que los rodeaba se hizo por fin a un lado.
Mientras Jordan contenía a la muchedumbre furiosa con la espada,
el cochero de Mara hacía restallar el látigo. Los temblorosos caballos se
pusieron en marcha a toda velocidad hacia las puertas del parque.
Jordan continuaba advirtiendo a los alborotadores que no se
acercaran ayudándose de su espada, hasta que escuchó una detonación lejana
cuando alguien disparó al aire. La multitud volvió la cabeza en dirección al
sonido. Un grito ahogado colectivo se alzó en sus gargantas al ver a los
dragones cabalgando hacia ellos en formación; el sol arrancaba destellos a sus
cascos emplumados mientras avanzaban por el embarrado césped.
Al instante estalló un alboroto diez veces mayor.
Los cientos de transeúntes que observaban la pelea y escuchaban al
orador salieron de repente en estampida por las puertas para evitar que los arrestaran.
En la aglomeración, que para entonces se asemejaba a un motín, a Jordan dejó de
preocuparle si tenía que aplastar a sus compatriotas para llegar hasta Mara. Su
caballo relinchó de manera ensordecedora a la agitada turba que los rodeaba,
pero Jordan no desistió hasta que el animal se puso a la par del carruaje.
El gentío salió en tropel a Oxford Street. Jordan le gritó a Mara
que no descorriera las cortinas y que se mantuviera agachada. Luego escoltó el
carruaje hasta el otro lado de la célebre avenida, directamente hacia Great
Cumberland Street.
No redujeron la marcha hasta que llegaron a la magnífica zona de
casas estucadas donde ella vivía.
El cochero se detuvo frente a la residencia de la esquina y Jordan
se apeó de su corcel blanco al tiempo que se abría de golpe la puerta de la
casa y salía de ella un mayordomo con expresión alarmada. Jordan abrió la
portezuela del carruaje sin demora y tomó en brazos al niño, que lloraba
desconsolado.
Mara señaló hacia la entrada principal con la mano temblorosa.
Entonces Jordan subió a toda prisa los escalones mientras el cochero, con el
semblante pálido, ayudaba a las mujeres a apearse.
Entregó a Thomas al mayordomo y a continuación fue a asistir a
Mara y a la niñera. Tan pronto las damas estuvieron dentro sanas y salvas,
cerró de un portazo y echó la llave.
—Milady, ¿qué ha sucedido? —preguntó el mayordomo, pero Mara fue
incapaz de responder.
Se limitó a sacudir la cabeza, ayudando a la anciana mujer a
sentarse en una silla junto a la pared del vestíbulo. Enseguida tomó a su hijo
de brazos del sobresaltado mayordomo. Mientras besaba y mecía al pequeño,
tratando de acallar su llanto, Jordan se acercó al ventanal que daba a la
calle.
Apartó la cortina para echar un vistazo, pero no vio indicios de
que les hubieran seguido. Pese a todo, no le extrañaría que la muchedumbre
insistiera en acosarla.
«La amante del regente.» Apretó los dientes.
En la calle, debajo de la ventana, algunos de los mozos de cuadra
de Mara habían salido apresuradamente de los establos para ayudar al cochero a
guardar el carruaje. Gracias a Dios, uno de los muchachos había tenido el
sentido común de tomar de las riendas al caballo blanco de Jordan. Todos los
animales fueron llevados a las caballerizas; con el carruaje y los caballos
fuera de la vista, había menos peligro de que los alborotadores pudieran
seguirles el rastro hasta la casa.
Mientras observaba a los hombres de abajo, Jordan frunció el ceño
al ver que el cochero estaba sangrando por la frente.
La piedra que le habían lanzando no solo había derribado su
sombrero, sino que había impactado contra su cabeza. Aquello hizo que se
percatara de que tenía un tanto dolorida la mandíbula después de la pelea a
puñetazos. Había encajado algunos buenos golpes, pero aún estaba demasiado
irritado como para sentirlo.
—Reese, envía a buscar al doctor —escuchó que le decía Mara al
mayordomo en el vestíbulo.
—No es necesario. —Jordan se apartó de la ventana y se encaminó
hacia ellos—. Tengo conocimientos médicos. ¿Hay alguien herido?
Mara se volvió hacia él, sorprendida.
—¿De veras?
Él asintió mientras se acercaba. La medicina de campaña formaba
parte del adiestramiento básico de todo agente, junto con el uso de las
distintas armas. Dada su profesión, dichas habilidades eran precisas para la
supervivencia.
—¿Querrías echarle un vistazo a Thomas? —preguntó, avanzando para
ofrecerle a su hijo.
—Por supuesto —asintió, pero cuando sus miradas se encontraron,
Jordan comprendió que ella le estaba otorgando un gran privilegio. Su hijo era
lo más preciado del mundo para Mara—. Ten la bondad de quitarle el gorrito —le
pidió con voz fría—. Asegurémonos de que no se haya golpeado la cabeza, ¿de
acuerdo?
Ella hizo lo que le pedía sin demora, pero las manos le temblaban
tanto que no consiguió siquiera desatarle los lazos. De modo que Jordan le
apartó las manos con suavidad, desatando él mismo el gorrito multicolor del
bebé, una especie de sombrero estilo juglar, con pequeñas campanillas en los
extremos de las suaves puntas.
—Cuando sea más mayor va a odiarte por hacerle llevar esto en
público —le dijo tratando de distraerla del miedo que sentía con una leve nota
de ligereza.
Ella le miró ceñuda.
—Se lo he hecho yo misma.
—Esto… de acuerdo. —Jordan bajó la mirada. Adiós a su intento de
aliviar la tensión mediante el humor.
Thomas continuaba llorando a todo pulmón, disgustado por la
terrible experiencia vivida en el parque; los incipientes dientes blancos
resultaban visibles con cada ensordecedor sollozo.
—Está bien, pequeño —murmuró Jordan cuando al fin le quitó el
gorrito.
Pasó la mano con delicadeza por la cabeza llena de pelusilla,
palpando en busca de cualquier área en la que pudiera haber inflamación.
También examinó el cuello del niño con un tierno apretón de dedos.
—¿Sucede algo? —preguntó Mara llena de ansiedad.
—No. ¿Se cayó dentro del carruaje?
—No, le sostuve sobre mi regazo todo el tiempo.
—Bien.
Jordan determinó con celeridad que Thomas estaba perfectamente,
sobre todo cuando dejó de llorar en ese instante, distraído por el examen.
Thomas apartó los dedos de Jordan con su manita.
Jordan sonrió divertido mientras Thomas le estudiaba con infantil
indignación, fulminándole con aquellos grandes ojos castaños que parecían
decirle «¡No me toques! ¡Tú no eres mi mamá!».
—No hay por qué inquietarse —confirmó a la preocupada madre, pero
su expresión agitada le informó de que no iba a descansar tranquila hasta que
hubiera examinado al niño de la cabeza a los pies.
Jordan no discutió. Mientras Mara sostenía a Thomas, palpó los
brazos y las piernas del pequeño hasta que este empezó a reír ante lo que
tomaba como un juego. Encantado a su pesar, Jordan le hizo cosquillas en la
barriguita.
—No, milady. Este jovencito está perfectamente.
Ante el sonido de la risa de su hijo, Mara pareció darse cuenta al
fin de que el mundo no acababa al doblar la esquina. Exhaló un profundo
suspiro. Luego miró a Jordan con tal alivio y gratitud que temió que ella
pudiera derrumbarse.
—Que Dios te bendiga —declaró.
Jordan la tomó del codo para sujetarla.
—¿Te encuentras bien?
—Eso creo.
Tan pronto dejó a Thomas en el suelo, salió disparado detrás del
gato mientras balbuceaba sin cesar.
Jordan estudió a Mara.
—Quizá deberías sentarte.
Ella negó con la cabeza.
—Estoy bien. ¿Puedes echarle un vistazo a la señora Busby?
Jordan asintió y fue a preguntarle a la anciana qué tal se
encontraba. Ella se frotó el pecho.
—Mi corazón jamás ha latido tan aprisa —confesó.
Jordan le asió la muñeca y comprobó su pulso, pero no tardó en
determinar que estaba más conmocionada que otra cosa.
—Debería descansar un poco, señora.
Detrás de él, Mara asintió.
—Por favor, tómese el resto del día libre. Mary puede cuidar de
Thomas.
La señora Busby agarró las dos manos de Jordan.
—Gracias por rescatarnos, señor. Le ruego me disculpe… ¡ni
siquiera sé su nombre!
—Este es lord Falconridge, señora Busby —informó Mara—. Jordan, te
presento a la niñera de Tommy. Sabe más de niños que diez libros juntos acerca
del tema. ¡Tiene treinta nietos!
—¿De veras? —Jordan le brindó una sonrisa—. Estoy seguro de que el
niño es muy afortunado de tenerla, señora. Permita que le ayude a levantarse.
La vieja niñera inclinó la cabeza con modestia y aceptó la mano
que Jordan le ofrecía para ayudarla a levantarse de la silla. Después la
acompañó hasta las escaleras, donde ella le dio de nuevo las gracias. Antes de
abandonarlos para ir a echarse un rato, la señora Busby se detuvo y miró a Mara
con bondadosa preocupación.
—¿Está segura de que se encuentra bien, milady?
Mara asintió, esbozando una sonrisa forzada.
—Gracias. Vaya a descansar. Avise a mi doncella si necesita
cualquier cosa.
La anciana les obsequió con una sonrisa de agradecimiento. Después
de que la señora Busby desapareciera escaleras arriba,
Mara y Jordan se miraron el uno al otro durante largo rato.
Un silencio incómodo llenó el iluminado y fresco vestíbulo.
—¿T-te han herido en la pelea? —aventuró ella al fin.
—No.
—Estuviste magnífico, Jordan.
Él se encogió de hombros como si tal cosa.
—Son gajes del oficio.
No estaba seguro de por qué su corazón había empezado a palpitar
con fuerza. Parecía incapaz de apartar la mirada de ella.
Mara bajó la vista, y Jordan sintió de repente que iba a iniciar
un conmovedor discurso, seguramente para darle las gracias por su exhibición de
destreza, y a hacerle elogios que no merecía.
No después de las cosas hirientes que le había dicho en el parque.
Si bien se había sentido con derecho en ese momento, sus palabras
le llenaban ahora de un candente remordimiento. De pronto no se consideraba mejor
que aquella muchedumbre que la había atacado. ¿Quién era él para juzgarla? Un
bastardo santurrón.
—Jordan…
Se aclaró la garganta, interrumpiéndola antes de que ella pudiera
recompensarle con su gratitud.
—Iré a ver cómo está tu cochero. Estaba sangrando por la frente,
sabes.
—¿Qué? —Abrió los ojos como platos—. ¿Jack está herido?
—Alguien le arrojó una piedra.
—¡Oh, no! —Gracias a Dios, la incomodidad pasó con el cambio de
tema—. ¡Vamos a los establos a ver cómo se encuentra! —dijo de inmediato.
—No. Tú quédate aquí. Prefiero que no te dejes ver durante un
rato. Yo cuidaré de él por ti.
Mara palideció de nuevo, resaltando sus ojos oscuros como la
noche.
—¿Crees que esa turba podría venir tras de mí?
—Bueno, no. No necesariamente. Pero para estar seguros tengo
intención de enviar a buscar a algunos hombres capaces para que vigilen tu casa
por si acaso. Son antiguos militares, entrenados en tareas de protección.
—Tenía en mente al sargento Parker y a sus compañeros, desde luego, pero la
expresión de pánico renovado ante la idea de que esos rufianes pudieran volver
le impulsó a tranquilizarla de inmediato—. Estoy seguro de que no tienes nada
de qué preocuparte, pero, si me lo permites, yo me sentiría mejor si estuvieran
aquí, eso es todo. Apostaré a dos o tres alrededor de la casa durante uno o dos
días para que monten guardia… a menos que tengas alguna objeción.
Mara negó con la cabeza. Pero parecía tan asustada que Jordan no
pudo contenerse y fue hacia ella.
—Vamos, cielo. No va a pasar nada.
Con el corazón latiéndole con fuerza, se observó a sí mismo como
si estuviera fuera de su cuerpo mientras la atraía despacio hacia él y la
estrechaba. La sensación de tenerla entre sus brazos y el aroma de su perfume
hizo vibrar sus sentidos; sus labios le rozaron la frente, tocando apenas su
increíblemente sedosa piel cálida y perlada.
Mara también había cerrado los ojos y se había quedado inmóvil,
quizá tan asombrada como él por la maravillosa conmoción de su fugaz
proximidad.
—Gracias —susurró Mara, con un estremecimiento que él sabía que se
debía al temor.
—No hay de qué —respondió con tono moderado.
—N-no esperaba que volvieras.
—Bueno, viendo que te estaban molestando, no podía dejar que te
defendieras tú sola, ¿no crees? —Su quedo murmullo no dejaba traslucir la
intensa ferocidad que provocaba en él cualquiera que se atreviera a hacerle
daño, pero Mara se puso tensa en sus brazos.
—Después de las cosas que dijiste, no se me ocurre ninguna razón
por la que habrías de molestarte en hacerlo. —Se apartó de él, escrutando su
rostro con expresión recelosa—. Pero supongo que tú sigues siendo un caballero
aunque yo no sea una dama, ¿verdad? —Sonrió contrita, pero él se puso rígido
ante aquel ligero reproche.
—Voy a ver al cochero.
—Estará atrás —replicó.
Jordan dio media vuelta y se encaminó despacio hacia la puerta,
disgustado todavía por el arranque que había tenido en Hyde Park y ardiendo con
frustrado deseo por ella, y solo por ella.
—¿Jordan?
Él le dirigió una mirada cautelosa por encima del hombro cuando
llegó a la puerta.
—¿Sí?
—Ignoraba que supieras pelear así —declaró.
Jordan le brindó una sonrisa de cortesía.
—Cariño, no tienes ni idea de lo que soy capaz de hacer —murmuró
de manera sarcástica—. Echa la llave cuando salga —agregó.
Jordan salió fuera y cerró la puerta a su espalda. Se detuvo
brevemente en el umbral para tomar una profunda bocanada de aire y se esforzó
por aclararse las ideas. Mientras se sacudía la agitación de encima lo mejor
que podía, inspeccionó la tranquila calle en ambas direcciones en busca de
indicios de problemas. No encontró nada que le pareciera fuera de lugar.
El leve arco que describía el magnífico barrio de casas adosadas
en forma de media luna le proporcionaba una excelente vista del área
circundante. Gente elegante iba y venía. Espléndidos carruajes pasaban en ambas
direcciones. El sereno cielo salpicado de nubes se reflejaba en las ventanas de
los edificios de fachada plana al otro lado de la calle. Árboles jóvenes
bordeaban el camino vecinal, pero no ofrecían amparo a ningún villano al acecho
que pudiera haberlos seguido desde el parque. Ni siquiera un pájaro podría
haberse escondido entre sus ramas desnudas.
Satisfecho, rodeó el edificio y recorrió el angosto patio
adoquinado de las caballerizas. El rítmico sonido de los tacones de sus botas
resonaba en las superficies de ladrillo y piedra que lo rodeaban; el familiar
olor a caballo y a heno se tornó más intenso.
Cuando llegó al establo, Jordan encontró al cochero más humillado
que herido. El tricornio del hombre, perdido en la reyerta, le había protegido
en parte de la pedrada. El corte que le había hecho en la frente no requería
puntos. Había dejado de sangrar, y Jordan no vio síntomas de que el cochero
hubiera sufrido una conmoción. De modo que anunció al preocupado personal de
los establos que Jack iba a recuperarse. Los mozos le devolvieron el sombrero,
luego le dieron las gracias de manera efusiva por salvar a su señoría y al
niño.
Jordan sonrió y echó un vistazo a su caballo para cerciorarse de
que el animal no había sufrido herida alguna en la refriega. Después de
determinar que el corcel blanco estaba ileso, preguntó a uno de los mozos del
establo si podía llevar una nota al sargento Parker de su parte. Garabateó unas
pocas líneas en un papel pidiéndole al sargento que se presentara de inmediato
en la dirección de Mara, armado y acompañado de los hombres que tuviera a mano.
A continuación, el joven mozo que se había ofrecido voluntario como correo
montó en uno de los ponis y partió raudo y veloz para entregar su carta sin
demora.
Jordan supuso que llegarían en menos de media hora. Eran muy
eficientes y estaban entrenados para estar listos en todo momento. Entretanto,
se sentó con el herido y humillado cochero para obtener su versión de cómo se
había desarrollado la súbita trifulca en Hyde Park.
La explicación de Jack concordaba con lo que el propio Jordan
había visto.
—Es culpa mía, señor —adujo el curtido hombre con tono grave—.
Debería haberme dado la vuelta cuando vi a la muchedumbre al frente.
—No tenías motivos para pensar que se volverían violentos —le
confortó Jordan—. Además, no es fácil dar la vuelta con un carruaje en esa zona
del Ring.
—Sí, señor —dijo agradecido el hombre—. ¡Pero su pequeña señoría
estaba en el coche! Jamás me perdonaría si hubiera sufrido un solo arañazo.
—El chico está bien, y también lady Pierson y la señora Busby. Se
encuentran un poco conmocionadas, pero eres tú quien se ha llevado la peor
parte —repuso, señalando su frente.
Jack apretó los labios, sombrío.
—Sin embargo he de ir a presentarle mi renuncia a su señoría. Si
me disculpa, señor.
—Estoy seguro de que no la aceptará, pero haz lo que creas
conveniente —respondió Jordan.
Jack se despidió de él haciéndole una reverencia. Era evidente que
aquel hombre se sentía muy mal, pero Jordan dudaba que
Mara le permitiera irse. Sería una estúpida si despedía a un
criado tan leal.
Jordan permaneció en los establos para que Jack pudiera hablar con
su señora en privado. Para cuando salió de nuevo con una expresión de alivio
que confirmaba que conservaba su empleo, el sargento Parker acababa de llegar
con tres de sus hombres.
El mozo que había entregado la nota condujo a los soldados hasta
las caballerizas. Jordan salió a su encuentro al patio. Le complacía ver que
Parker había traído consigo a Findlay, a Mercer y a Wilkins, todos ellos buenos
hombres.
—El escocés le ha estado buscando esta mañana, señor —le informó
el sargento de inmediato cuando se bajó de un salto de su caballo—. Parece que
su artimaña de la semana pasada en Christie’s ha hecho que el pez gordo muerda
el anzuelo.
—¿De veras? ¡Excelentes noticias! —murmuró.
Virgil debía de haber recibido algún tipo de mensaje de Falkirk.
—El señor Virgil le espera para darle los detalles en persona
—agregó Parker.
—Pues más vale que vaya a Dante House sin demora.
Jordan le explicó rápidamente lo que había acontecido en el
parque.
—Como es comprensible, lady Pierson se encuentra bastante
conmocionada por tan terrible experiencia. He enviado a buscaros para que vigiléis
la casa durante uno o dos días, por si acaso esos malditos rebeldes vienen para
causar más problemas.
—De acuerdo —replicó Parker, lacónico. Los demás hombres
asintieron, frunciendo el ceño ante la barbarie que entrañaba el que una
muchedumbre atacara a una mujer y a su hijo.
Jordan condujo a los guardaespaldas temporales a la parte
delantera de la casa, haciendo algunas sugerencias en cuanto a la patrulla.
—No olvidéis hacer uso del personal de servicio y de los mozos de
cuadra —agregó.
Todo par de orejas y ojos amigos a su disposición les sería útil.
No obstante, eran hombres experimentados, de modo que no malgastaría saliva
fustigándolos con sus consejos. El propio Rohan se había encargado de concluir
su adiestramiento; sabían bien lo que hacían.
Por su parte, consciente de que ellos estaban de guardia, Jordan
no podía sacarse a Mara de la cabeza, al menos en teoría, y llevar a cabo los
asuntos de la Orden. Estaba deseando averiguar qué noticias tenía Virgil para
él. Con algo de suerte, la Orden habría recuperado a Drake por la mañana.
—Muy bien, ¿alguna pregunta? —inquirió con presteza.
Los hombres negaron con la cabeza.
—Entonces entrad y os presentaré a la vizcondesa. Esperemos que se
sienta un poco más segura una vez que os conozca y que vea que estáis aquí.
Luego podré irme a Dante House a ver qué tiene Virgil.
—Sí, señor.
El mayordomo de Mara les abrió la puerta principal en tanto que
Jordan les acompañaba hasta el salón, donde presentó a lady
Pierson a sus compañeros.
Sentada en una butaca tapizada de brocado amarillo en el mismo
salón donde la había dejado, Mara apartó la copa de coñac de la que acababa de
beber, sin duda para templar los nervios. Mientras estudiaba a los recién
llegados con recelo, continuaba alerta tras el trauma vivido, pero Jordan trató
de apaciguar su mente con algunas referencias a los leales servicios prestados
de aquellos valientes.
Uno a uno, le hicieron una reverencia y le expresaron su pesar por
el desagradable suceso que había hecho necesaria su presencia.
—Haremos cuanto podamos para no interferir con su rutina, milady.
Ni siquiera se enterará de que estamos aquí.
Parker se volvió hacia Jordan con expresión inquisitiva.
—¿Qué sucede? —preguntó este.
—Me gustaría inspeccionar la planta baja en busca de posibles
puntos de entrada, señor, cerciorarme de que todo esté convenientemente
cerrado. Además, necesito hacer recuento del personal de la casa y saber de
antemano quién entrará y quién saldrá y en qué momento.
Daba la impresión de que a Mara le gustaba lo que oía. Al percibir
la experiencia en la hosca voz de Parker, la tensión que la embargaba pareció
remitir un poco.
—Mi mayordomo puede ayudarle con todo eso, sargento. —Señaló hacia
el criado, que aguardaba a una distancia prudencial—. Reese, muéstrales la casa
a estos señores tan capaces. Caballeros, les agradezco su ayuda.
Los soldados le hicieron una reverencia y, tras ver a la belleza
de ojos oscuros que les habían encomendado proteger, se pusieron manos a la
obra con mayor determinación, según observó Jordan con ironía.
Cuando los hombres salieron tras Reese para cerciorarse de que
aquel era un hogar seguro, Mara se volvió hacia él con expresión inescrutable.
—¿Estás seguro de que son los más indicados?
—Son excelentes. Los mejores. ¿Por qué?
Ella se encogió de hombros.
—Conceder a cuatro hombres armados libertad para moverse por la
casa de uno resulta un tanto desconcertante.
—Si te sirve de consuelo, su última misión estaba relacionada con
vigilar a una duquesa.
—¿De veras? ¿Alguien a quien conozca? —preguntó, sorprendida.
Jordan sonrió. Si Rohan les había confiado la protección de Kate,
sin duda él podía confiarles a Mara.
—No puedo decírtelo —respondió—. Pero me alegra informarte de que
su excelencia se encuentra en perfecto estado de salud hoy en día gracias en
parte a su vigilancia.
—¿Cómo es que conoces a estos hombres? —La curiosidad centelleaba
en sus ojos oscuros—. ¿Son del Ministerio de Exteriores?
—Más o menos. Ya sabes. Siempre necesitamos guardaespaldas
adiestrados que nos ayuden a cuidar de dignatarios de visita y esa clase de
gente. Personajes importantes.
Todavía un poco conmocionada, le brindó una débil sonrisa.
—Yo no lo soy.
—Para mí sí. —Las palabras escaparon de sus labios antes de que
pudiera evitarlo.
Mara enarcó las cejas.
Jordan bajó la vista al suelo y se aclaró la garganta.
—Bueno, debería irme ya. Parece que el alboroto ya ha pasado.
Ahora tienes al sargento Parker y a sus hombres aquí por si acaso se presentan
problemas. Pero he de decir que me parece muy poco probable. Puedo hacer
algunas preguntas acerca de ese orador y su círculo si lo deseas. Seguro que el
Ministerio del Interior tiene información…
—No, gracias —le interrumpió, meneando la cabeza con un
estremecimiento—. Me alegra que haya terminado. Dado que Jack está bien, y que
no hay nadie más herido, preferiría que todo este desagradable incidente se
olvidara. El escándalo ya va a ser bastante comentado tal como están las cosas.
—Exhaló un suspiro—. Estoy segura de que todo aparecerá en los periódicos de
mañana.
Jordan asimiló aquello.
—No necesariamente.
Mara ladeó la cabeza de manera inquisitiva, pero él no podía
hablarle de la discreta influencia de la Orden sobre los diarios más
importantes de Londres.
—No te preocupes por eso, querida —murmuró, tomando nota mental de
hacerle una visita a los editores—. Estoy convencido de que tienen cosas más
importantes sobre las que escribir.
Él se aseguraría de ello. Era muy capaz de presionar a los
directores de los periódicos para proteger la reputación de una dama… aun
cuando la acusación de la turba contra ella resultara ser cierta.
Negándose a seguir pensando en su aventura con el regente,
comprendió que sería mejor que se pusiera en marcha, habida cuenta de todo lo
que tenía que hacer.
—Me despido de ti, pues. —Inclinó la cabeza de forma educada y
luego se encaminó hacia la puerta.
—Jordan… espera.
Él se volvió cuando Mara se levantó de la silla y dio un paso
hacia él.
—Hay algo que debo decirte. —Le miró a los ojos, con los suyos
abiertos y muy oscuros—. En realidad no soy la amante del regente —confesó.
Meneó la cabeza, sosteniéndole la mirada—. Solo somos amigos.
Jordan escrutó su semblante durante largo rato, conteniendo el
aliento.
—¿Es eso cierto?
Ella asintió despacio.
—Pero ¿por qué no me lo dijiste? —Frunció el ceño—. Cuando me
enfrenté a ti en el parque no lo negaste.
Mara se encogió de hombros.
—¿De qué habría servido que lo hubiera hecho? Veía que ya te
habías formado una opinión sobre mí… y tú siempre estás muy seguro de tener
razón. Suplicarte que me creyeras parecía… qué se yo… parecía de mal gusto.
Jordan clavó la mirada en ella, sin saber qué pensar.
—Lo cierto es que el regente me hizo un favor que jamás podré
compensarle. Por eso no he puesto demasiado empeño en intentar acabar con el
rumor. No deseo ofender a alguien que ha sido tan buen amigo para mí. Desde que
falleció mi esposo, Su Alteza Real se ha erigido en mi caballeroso protector…
pero no en ese sentido. Estoy segura de que, como diplomático que eres, has
notado lo sensible que puede ser el ego de la realeza —declaró—. Hasta hoy, no
parecía que entrañara ningún peligro dejar que el rumor corriera.
Jordan consideró sus palabras con atención.
—¿Puedo preguntar qué es lo que ha hecho el regente para merecer
tal gratitud de tu parte?
Mara se aproximó a él, asintiendo.
—Tras la muerte de mi esposo, sus parientes trataron de quitarme a
Thomas.
—¿Qué?
—Los Pierson se creían con derecho a hacerse cargo de mi hijo, se
creían mejores para prepararle para su futuro papel como poseedor del título
familiar. Nunca me apreciaron demasiado —reconoció en voz baja, mirándole con
pesar—. Pierson… bueno, él siempre fue un hombre de mundo y durante su juventud
fue una de las alegres compañías del príncipe. Murió varios meses antes de que naciera
mi hijo. —Mara bajó la mirada al suelo de mármol—. Pobre Thomas… vino a este
mundo sin un padre. Cuando di a luz en nuestra casa de campo, solo mis criados
y la partera estuvieron a mi lado. Aunque conociendo a Pierson, tampoco hubiera
sido un gran consuelo durante el parto.
Jordan la miró fijamente, impactado al pensar en ella, joven y
sola en su momento de mayor necesidad, pasando por la angustia de dar a luz sin
nadie a su lado. O, al menos, sin su esposo para protegerla y reconfortarla.
—En cualquier caso, cuando Thomas nació, el príncipe regente
aceptó ser el padrino de mi hijo en homenaje a su viejo amigo. Por eso Su
Alteza Real se ha interesado por Thomas desde el principio. Cuando los
parientes de Pierson comenzaron a presionarme para intentar arrebatarme al
bebé, luché contra ellos todo lo que pude, pero estaba sola y asustada. Al
final ya no sabía qué otra cosa hacer sino abandonarme a la merced del padrino
de mi hijo.
Jordan alargó el brazo y le tocó el codo, un gesto mudo de consuelo.
Ella le miró a los ojos con recelo, cruzando los brazos sobre el pecho.
—El regente se portó como un héroe para mí en cuanto se enteró de
mi apremiante situación.
¿Era un leve reproche lo que veía en sus ojos?, se preguntó
Jordan. Y, por el amor de Dios, ¿por qué había empezado a sentirse culpable
mientras Mara le contaba todo aquello?
—Empleó su influencia para impedir que la familia me presionase y
me ayudó a conseguir un acuerdo más favorable. Gracias a Su Alteza Real, la
familia de Pierson no obtendrá más control sobre Thomas hasta que tenga edad
escolar. Y por eso estoy en deuda con él. Después de lo que hizo por mí y por
mi hijo, caminaría sobre brasas ardientes por ese hombre; me da igual quién le
desprecie o quién afirme que no es más que un bufón. Tiene buen corazón y, por
mi parte, siempre seré su amiga. Pero puedo asegurarte que no comparto su cama.
—Mara… —comenzó, escarmentado, pero ella le interrumpió.
—Tampoco me importa lo que piensen de mí ahí fuera —añadió,
señalando con la cabeza hacia la puerta—. Ya me preocupé demasiado por las
opiniones de la gente cuando era una niña. Puedo soportar su desaprobación…
pero me importa lo que pienses tú, sobre todo después de que arriesgaras la
vida por mi hijo y por mí en el parque. No soy la amante del regente. Lo cierto
es que no tengo ningún amante. Ni —agregó, lanzando una clara indirecta— quiero
uno.
Jordan pestañeó.
—Ahora Thomas es lo único que me importa —declaró.
—Entiendo —murmuró el conde.
No sabía qué más decir. Sorprendido por su rechazo, bajó la
mirada, pero aún podía sentir que ella lo observaba.
¡Vaya! Por lo visto acababa de decir de un modo educado, desde
luego, aunque igualmente claro, que si acaso se le pasaba siquiera por la
cabeza, su respuesta era no.
¿Acaso estaba pensando en ello?
De ser así, Mara ya había descartado esa idea.
Claro que, cuando recordaba las duras palabras que le había dicho
en el parque, no podía culparla. Para tratarse de un hombre que se enorgullecía
de su caballerosidad, solo podía avergonzarse del modo inaceptable en que había
perdido los estribos en el Serpentine antes de que se separaran. Había
utilizado términos menos groseros, pero prácticamente la había llamado puta
mentirosa.
¡Dios! ¡Y todos pensaban que el regente era un inepto!
—Me disculpo por acusarte injustamente, lady Pierson —se obligó a
decir con tono tirante—. No tenía derecho a juzgarte. No debería haberme
apresurado a creer los rumores…
—No pasa nada —le cortó, agitando la mano—. Créeme, todo está ya
olvidado. No puedo guardarle rencor a alguien que me ha ayudado a proteger a mi
hijo.
La magnanimidad de Mara le confundió aún más, pues no se trataba
de egoísmo ni de vanidad; aunque su deslumbrante sonrisa le dijo que era
sincera. Mientras la estudiaba se le ocurrió que tal vez se había equivocado
con ella más de lo que había pensado.
El conde de Falconridge no estaba acostumbrado a equivocarse.
—Bueno, esto… debería irme —farfulló, impaciente por retirarse y
poner en orden sus pensamientos—. Volveré para ver qué tal van las cosas por
aquí.
—No es mi intención abusar de tu tiempo.
—No es ninguna molestia.
La miró durante un prolongado instante, preguntándose si conocía
realmente a aquella mujer. Había creído que sí, pero ahora empezaba a pensar
si, con el tiempo, solo había llegado a creerse sus propias mentiras sobre
ella… aquellas que se había contado a sí mismo para poder soportar el haberla
perdido.
—¿Qué sucede? —preguntó Mara, observándole con curiosa diversión
en sus centelleantes ojos castaños—. Pareces confuso.
—Lo estoy —respondió.
—¿Por qué?
—No estoy seguro de merecer tu perdón tan fácilmente. Me comporté
muy mal en el parque. Algunas de las cosas que te dije… bueno, no me habría
sorprendido que me abofetearas.
Mara esbozó una sonrisa.
—No puedo negar que se me pasó por la cabeza.
Jordan no pudo evitar sonreírle, con pesar. Al parecer Mara seguía
siendo tan impredecible como de costumbre. Tal vez eso fuera una de las razones
por las que siempre había estado tan interesado en ella. A diferencia de los
códigos enemigos que tanto le gustaba descifrar, nunca había podido descifrarla
a ella.
Sacudió la cabeza para sus adentros mientras se dirigía a la
puerta.
—Volveré más tarde —le dijo con una sonrisa por encima del hombro,
deseando estar ya de regreso.
—Ya veremos —replicó Mara con una sonrisa pícara, cruzando los
brazos a la altura del pecho.
Jordan volvió la vista hacia ella, ceñudo, y salió acto seguido
por la puerta. Pero mientras regresaba a los establos de pronto sintió el
corazón más ligero. ¡No era la amante del regente! Gracias a Dios. No era que
ella estuviera interesada en él, se recordó con diversión. Su señoría lo había
dejado muy claro, de hecho. Si bien, como espía, tenía un don especial para la
persuasión…
«Ni se te ocurra pensarlo.»
Tras saludar a los mozos, se subió a la silla y se marchó de allí,
sonriendo aún como un tonto.
Era momento de descubrir qué siniestra tarea le tenía reservada
Virgil esa noche.
Mara le vio marchar desde la ventana, a lomos de su magnífico
caballo blanco. Sonriendo aún para sí, no pudo evitar preguntarse si tal vez
quedaba en él algo de príncipe azul.
Pero no pensaba avivar sus esperanzas. El tiempo lo diría.
Quizá regresara… y quizá no.
Por su parte, seguía atónita por la forma en que había mantenido a
raya a la muchedumbre que se arremolinaba alrededor de su carruaje sin ninguna
ayuda. Y luego había alardeado de tener conocimientos médicos, además. ¡Su
respetable diplomático!
Cuando Jordan desapareció calle abajo, se apartó de la ventana
sacudiendo la cabeza para sí, intrigada.
¿Dónde demonios había aprendido a luchar de ese modo?
Descargar: Capítulo 5
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