Mi Irresistible Earl. Capítulo 6
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6
Eran las dos de la madrugada. La
blanca luna invernal que se alzaba en el aterciopelado cielo negro arrojaba un
resplandor azulado sobre las calles de Londres. Las estrellas desfilaban sobre
la estatua ecuestre del rey Carlos I en Charing Cross.
El familiar paisaje coronaba la
amplia intersección de tres vías donde el Strand convergía con Whitehall y
Cockspur Street. El cruce, normalmente concurrido, parecía un lugar extraño,
desierto a una hora tan intempestiva; pero tal y como Virgil les había
informado en la reunión que habían mantenido ese día, era el punto que James
Falkirk había establecido para el intercambio.
Los pergaminos del Alquimista a
cambio de Drake.
Se esperaba la presencia de
Falkirk de un momento a otro.
Jordan estaba plenamente alerta,
con la pistola desenfundada y la espada presta, el pie apoyado encima del arca
de madera que contenía los rollos del Alquimista. La tenue luz de las farolas
disipaba las nubecillas de vaho que formaba su aliento mientras esperaba en la
quietud a que el enemigo se dejara ver.
Virgil estaba con él, a unos
metros de distancia, recostado contra la verja de hierro forjada que rodeaba el
imponente monumento al rey asesinado. Entretanto, ocultos entre las sombras que
sumían el cruce de la amplia plaza, Max y Beauchamp aguardaban con sus fusiles
para cubrirles si era necesario: no había garantía de que no se tratara de una
trampa.
Jordan continuó escudriñando las
oscuras calles con los ojos entrecerrados, pero sus pensamientos giraban en
torno a la lucha de poder que, según se rumoreaba, se estaba librando en la
élite de los prometeos. Las fuentes de la Orden indicaban que Falkirk había
comenzado a forjar en secreto alianzas con otros jefes prometeos para oponerse
a su actual líder, Malcolm Banks.
Quien, a su vez, resultaba ser el
hermano de Virgil.
Malcolm Banks tenía fama de ser
brutal; la Orden consideraba a James Falkirk como el menor de dos males. Por
tanto, Virgil había dejado claro en la reunión de esa tarde que su objetivo
principal de esa noche era recuperar a Drake.
Falkirk no podía sufrir ningún
daño.
—Si de verdad quiere derrocar a
Malcolm, no nos interpondremos en su camino —les había ordenado Virgil en Dante
House—. Falkirk puede hacer más daño desde dentro que nosotros desde fuera. Aun
cuando no consiguiera tomar el mando del Consejo de Prometeo, todos ellos
quedarán debilitados por sus luchas internas. Nos mantendremos a distancia y
dejaremos que las dos facciones se hagan trizas la una a la otra durante un
tiempo. Luego, cuando se queden sin fuerzas, nos abatiremos sobre ellos y
acabaremos con esos bastardos. Pero, por encima de todo, primero tenemos que
sacar de allí a Drake.
Jordan se puso tenso de repente
al escuchar el lejano traqueteo de un carruaje. Virgil y él se volvieron hacia
el sonido. Según aumentaba en intensidad, el escocés le miró de manera sombría.
Jordan levantó la profunda capucha sin forma de la capa negra que vestía. Luego
se tapó la cara con una máscara también negra sin expresión, como aquellas que
llevaban los que celebraban el Carnaval. La Orden también había invertido mucho
tiempo y esfuerzo en todo agente situado en las altas esferas como para poner
en peligro sus identidades de manera innecesaria.
Virgil no hizo lo mismo, pues su
rostro era ya conocido por sus enemigos.
Mientras el carruaje de alquiler
se aproximaba, el corazón de Jordan se aceleró solo de pensar en que iba a
conocer al número dos en la jerarquía de los prometeos.
James Falkirk era una especie de
leyenda. Incluso algunos en la Orden creían que el excéntrico anciano podía
hacer que la magia negra de los prometeos funcionase, como si fuera algo
parecido a un hechicero moderno.
El único interés que tenía
Malcolm por el antiguo culto prometeo era como medio de obtener un absoluto
poder mundano, pero Falkirk era un verdadero creyente en toda su parafernalia
ocultista. Jordan no sabía qué era peor.
El carruaje se detuvo justo
delante de ellos; la luz de la luna se deslizaba por su superficie de ébano. El
cochero se quedó en el pescante con la vista al frente, cuando la portezuela se
abrió.
Un pequeño resplandor se coló
desde el interior.
Jordan estaba perfectamente
compenetrado con sus hermanos agentes que vigilaban apostados en las sombras,
cubriéndoles, mientras Virgil subía con cautela al coche. Él enfundó la
pistola, cogió la caja de madera con los rollos y siguió al escocés al interior
del carruaje. Tras tomar asiento a su lado, colocó la caja sobre su regazo.
En el vehículo había un único
ocupante, sentado frente a ellos: un tipo anciano, delgado y de aspecto
patricio, con una mata de cabello canoso.
—Bienvenidos, caballeros —los
saludó Falkirk—. No hagan movimientos repentinos, se lo ruego. Como pueden ver,
voy armado.
Jordan ya había reparado en la
pistola que les apuntaba entre los pliegues del abrigo negro de Falkirk.
—No será necesario —gruñó Virgil.
Falkirk sonrió con serenidad.
—Confío en que hayan traído mi
premio.
—Aquí está —afirmó Jordan, sin
inflexión en la voz, tras su máscara.
—Bien. —Falkirk se volvió hacia
el escocés—. Usted debe de ser Virgil Banks. Sí, puedo ver la semejanza
familiar. ¡Por Lucifer! —exclamó con una breve carcajada—. ¿Sabe que el hijo de
Malcolm, Niall, tiene su mismo cabello pelirrojo? Un rasgo de la familia Banks,
supongo.
—¿Dónde está mi agente? —replicó
Virgil de manera aburrida.
—Antes deje que vea los rollos.
Jordan abrió la caja. Falkirk se
inclinó; metió la mano dentro, husmeó entre los pergaminos, examinándolos y murmurando
para sí acerca de ciertos símbolos que debieron de confirmar que, en efecto,
los documentos eran auténticos.
Sus ojos grises se iluminaron con
incredulidad al mirar a los de Virgil.
—¿Jura por su honor que están
todos?
—Es cuanto hemos hallado —respondió
Jordan por su instructor.
—Pero, como es natural, han hecho
una copia para ustedes.
—Por supuesto —confirmó.
—¿Fue usted quien hizo la
traducción?
—Así es.
Falkirk esbozó una sonrisa
lánguida; las arrugas de la edad que surcaban su delgado rostro se tornaron más
marcadas.
—Bien, hay sutilezas en esos
textos que los suyos jamás captarán.
Jordan se encogió de hombros,
alerta.
—He hecho cuanto he podido para
descifrarlos en el limitado tiempo del que disponía.
—¡Cachorro de la Orden! —bufó el
excéntrico anciano—. Podría estudiar estos rollos durante toda una vida y
seguir sin penetrar en sus misterios. Valerio el Alquimista era un pensador
brillante…
—Y un poco lunático, ¿no?
—¡Tonterías, su genio rivalizaba
con el del mismísimo Leonardo da Vinci!
—Por lo que sé, Leonardo no era
partidario del sacrificio humano —replicó Jordan con sequedad, pero Falkirk se
limitó a reír.
—Ah, ¿desaprueba los escritos de
nuestro reverenciado Alquimista? ¿Qué diría si le contara que la mención al
sacrificio de vírgenes no es más que una metáfora?
—No le creería.
La sonrisa de Falkirk se hizo más
amplia.
—Tal vez sea más listo de lo que
parece. Pero, dígame, mi buen caballero erudito, ¿no se siente tentado lo más
mínimo por el antiguo conocimiento que ha vislumbrado en estos documentos?
—En realidad, no. Al menos ahora
sé cómo invocar a un demonio si alguna vez lo necesito.
—¡Se burla de mí! —le reprochó
Falkirk con ligereza—. ¿Por qué desprecia lo que no comprende? —Meneó la
cabeza—. Es triste encontrar tal falta de imaginación en alguien tan joven.
—¿Dónde está Drake? —Jordan
repitió la pregunta de Virgil.
—Más cerca de lo que creen.
—Falkirk señaló con la cabeza en dirección al cruce—. Justo allí, en el Golden
Cross Inn. Le encontrarán en la habitación 22.
Virgil le hizo una señal a
Jordan, que se apeó de un salto sin demora y se aproximó a donde estaba Max,
apoyado contra un edificio, con el fusil en las manos y los ojos plateados
colmados de impaciencia.
Jordan le entregó rápidamente el
mensaje, apuntando hacia la posada cercana.
—Avísame cuando lo tengas —dijo
con voz tirante.
A continuación, Max llamó a Beau
y ambos agentes se apresuraron hasta la célebre posada en Charing Cross.
Jordan regresó al carruaje. No
pensaba dejar a Virgil solo; más aún, estaba decidido a exprimir a Falkirk
mientras tuviera oportunidad de hacerlo. Había un problema en particular que
Jordan necesitaba resolver. Dresden Bloodwell ya había pasado demasiado tiempo
rondando las calles de Londres, vagando entre las sombras como un lobo,
buscando a quién devorar.
—¿Qué puede decirme de Bloodwell?
—preguntó al prometeo cuando se unió de nuevo a los dos ancianos.
—No he venido a que me
interroguen —vociferó Falkirk.
—Vamos —insistió Jordan—. ¿Es
Bloodwell leal a Malcolm o le ha persuadido para que se una a su pequeña
insurrección? Ah, sí, conocemos sus planes —adujo, tirándose un farol sobre el
grado de certeza de la Orden sobre el plan de Falkirk.
Pero cuando el anciano enarcó las
cejas, Jordan lo tomó como una confirmación.
—La Orden no tiene pensado
interponerse en su camino —le aseguró, decidido a ganarse una pequeña parte de
la confianza del prometeo—. Por eso no lo hemos apresado esta noche —agregó de
manera razonable—. Podríamos haberlo hecho sin problemas.
El anciano le miró con
suspicacia.
—¿Quiere información sobre
Bloodwell?
—En realidad, quiero matarle
—declaró Jordan.
—¿De veras? Es indudable que eso
me resulta de lo más conveniente. Pero ¿podrá hacerlo?
—Bueno, Falkirk —respondió con
suavidad—, yo también puedo ser muy despiadado cuando la ocasión así lo
requiere.
—Deje que le vea la cara y le
diré lo que sé —le desafió.
—No —ordenó Virgil, pero Jordan
sopesó el riesgo contra los posibles beneficios y lentamente se quitó la
máscara.
Virgil expresó su desaprobación
con un gruñido en tanto que Falkirk estudiaba la cara de Jordan, satisfecho.
—Vaya si eres valiente —murmuró
el anciano.
—¿Qué hay de Bloodwell? —le urgió
Jordan.
—Bloodwell responde ante Malcolm
por el momento. Pero no creo que su lealtad sea inquebrantable.
—¿Significa eso que tiene
intención de atraerle a su bando?
—No. —Falkirk meneó la cabeza,
estremeciéndose—. Mantengo las distancias con esa criatura. Malcolm cree que
puede controlar a su asesino, pero si quiere saber mi opinión, Bloodwell va por
libre.
—¿Dónde está su cuartel general?
—prosiguió Jordan.
—No se queda más de unos pocos
días en un mismo lugar. Bloodwell sabe lo que hace. No es un hombre a quien yo
contrariaría a la ligera —añadió con una mirada de advertencia.
Virgil le dio un empujón.
—Ve a ver qué pasa con Drake.
Jordan obedeció, abandonando de
nuevo el carruaje. No podían dejar que Falkirk se marchara hasta que no
estuvieran seguros de que había cumplido con su parte del trato.
Cruzó la plaza corriendo hasta la
posada Golden Cross, donde Max y Beau salían justo en ese momento con Drake, en
estado de semiinconsciencia, cargado como si fuera un tronco.
—¿Está herido? ¿Qué le pasa?
—inquirió Jordan mientras abría la portezuela del carruaje de la Orden.
Los otros dos agentes llevaron a
Drake hacia él.
—Creo que le han drogado
—respondió Max—. No estoy seguro aún. —Metieron a Drake en el vehículo.
Beau se dio la vuelta para
vigilar en tanto que Max subía al carruaje y comprobaba el pulso de Drake,
escuchando su respiración superficial, y le levantaba los párpados.
Drake murmuró algo incoherente y
trató de apartar a Max con un débil manotazo.
—Tiene las pupilas dilatadas.
Está claro que le han dado algo.
—¿Veneno? —espetó Jordan.
—Puede ser.
—Voy a averiguarlo —repuso Jordan
con tensa ira, corriendo de regreso a donde estaba Falkirk.
¡Menudo bastardo! ¿Acaso era de
extrañar que un prometeo les entregara a Drake cuando solo le quedaban unas
pocas horas de vida a causa del veneno en su sangre? Tan pronto llegó al carruaje
estacionado en las sombras de Charing Cross, abrió la portezuela de golpe.
—¿Qué han hecho? —exigió a
Falkirk, luego miró a Virgil—. Drake está casi inconsciente.
—No hay necesidad de alarmarse
—le tranquilizó el anciano—. Simplemente le puse un poco de láudano en el vaso…
y me atrevo a decir que deberían darme las gracias. De otro modo jamás serían
capaces de controlarle.
—¿Qué quiere decir?
—Que cuando despierte es probable
que luche contra ustedes.
—¿Por qué? —preguntó Jordan con
brusquedad.
—¡Ya no sabe quién es! Se
preguntará adónde he ido. No se sorprendan si el pobre muchacho les suplica
verme.
—¿Verle? ¿Después de que le
torturara?
—Fui yo quien puso fin a su
tortura —espetó Falkirk—. Deben comprender que Drake ha olvidado todo lo relativo
a su antigua vida. Confía en mí porque le saqué de su celda y me ocupé de que
nuestros médicos le devolvieran la salud. Siente devoción por mí, me mira como
a un padre y les advierto que no va a gustarle separarse de mí.
—¡Eso es ridículo! —exclamó Jordan.
Pero Falkirk miró al escocés con
pesar.
—Le entrenó usted bien como
luchador, Virgil. Me dijeron que cuando le capturaron fue necesaria media
docena de hombres para abatirle. Ha hablado de invocar a un demonio —agregó
mirando a Jordan—. Bueno, Drake es uno, o una criatura salvaje, que resulta más
peligrosa cuando está acorralada.
Jordan maldijo entre dientes,
meneó la cabeza y se volvió furioso, preguntándose qué diablos le habían hecho
los prometeos a su hermano guerrero. Después alzó la vista hacia Falkirk.
—Así pues, está diciendo que ha
perdido el juicio.
—Más o menos, eso me temo. Pero
es un encanto, al menos cuando está sereno. ¿Qué puedo decir? Me he encariñado
con el muchacho. No le deseo nada malo.
—¡Pero la única razón de que nos
lo entregue es que no le sirve como fuente de información si ha perdido la
memoria! Le está utilizando como un peón para poder conseguir los rollos.
—No es nada personal. Además…
—Falkirk hizo una pausa—. Estoy en deuda con el muchacho. Me salvó la vida,
como seguramente ya sepan.
—¿No teme lo que pueda contarnos
cuando usted se haya ido? —le desafió Jordan.
—¡No me está escuchando! —bramó
con impaciencia—. ¡El Drake que conocían ya no existe! No puedo hablar del
agente que una vez fue, pero el hombre que es hoy… bueno… pronto descubrirán
que se ha convertido en… ¿cómo lo diría?… En un niño.
—¿Un demonio, una criatura
salvaje o un niño? Falkirk… ¿por qué no se decide? —tronó Jordan.
—De acuerdo. Tendrán que verlo
ustedes mismos cuando el efecto del láudano haya desaparecido por la mañana.
—Falkirk dirigió la mirada hacia el jefe de la Orden—. No vuelva a enviarle al
servicio activo, Virgil. Ya ha sufrido suficiente. Drake está acabado como
agente. Solo quiero que se lo devuelva a su familia para que pueda vivir en paz
lo que le quede de vida.
—Oh, qué generoso de su parte
—farfulló Jordan, meneando la cabeza.
Falkirk de pronto perdió la
paciencia con él.
—¡Márchense, los dos! ¡Fuera de
mi carruaje! Y no intenten seguirme —espetó—. Debo ponerme en marcha antes de
que alguno de los espías de Malcolm me vea. Sobre todo Bloodwell.
Jordan se hizo a un lado para que
Virgil pudiera bajar, pero el pelirrojo escocés se detuvo.
—Falkirk, si mi hermano se entera
de su plan, sabe que le matará. Podemos ofrecerle protección si se convierte en
informador…
Falkirk bufó de manera burlona
ante su ofrecimiento, cerrándole a Virgil la portezuela en las narices de
golpe. Jordan y él intercambiaron una mirada cínica mientras el vehículo del
prometeo se alejaba.
Luego corrieron hasta el carruaje
donde Max estaba aún sentado con su inconsciente compañero.
—Láudano —confirmó Jordan—. Si
creemos lo que dice Falkirk.
Virgil entró en el carruaje y
comenzó a examinar a Drake.
—Pobre muchacho —dijo el escocés
entre dientes, con aire malhumorado—. Llevémosle de vuelta a Dante House.
—Señor, si no me necesita, hay
algo de lo que debo ocuparme ahora que la misión ha finalizado.
—¿De qué se trata?
Jordan meneó la cabeza. Habida
cuenta de que era un agente leal, su expresión sombría bastó para obtener la
aquiescencia de su instructor.
—Muy bien. Has cumplido con tu
papel en el intercambio. Es poco probable que hagamos más progresos hasta que
él despierte. —Miró a Drake con tristeza—. Nos encontraremos mañana por la
mañana y todos recibiréis vuestras próximas órdenes.
—Sí, señor.
Max miró a Jordan enarcando una
ceja, pero él se limitó a devolverle la mirada con expresión socarrona mientras
se despojaba de la capa. A continuación la arrojó al interior del carruaje
junto con la máscara. Iba vestido de negro de la cabeza a los pies y armado
hasta los dientes. Luego cerró la portezuela, se despidió con una inclinación
de cabeza y lo vio ponerse en marcha. Cuando desapareció, lanzó un frío vistazo
especulativo en dirección este, hacia la ciudad.
Era hora de hacerles una visita
nocturna a los editores de los periódicos.
A la mañana siguiente, Mara
esperaba en vilo a que su mayordomo, Reese, examinara la edición matutina del Times.
No podía soportar hacerlo ella
misma.
Mientras Thomas daba vueltas
alrededor de la mesa del desayuno, arrastrando su poni de juguete, ella
observaba con nerviosa inquietud a su criado leer el periódico. Reese se
encontraba junto a la ventana, con las gafas apoyadas sobre el puente de su
afilada nariz, estudiando con detenimiento cada página a la dorada luz del sol
matutino.
—Hay un artículo sobre el
disturbio, milady —anunció al fin—, pero no se les menciona ni a usted ni a
lord Falconridge.
—¿De veras? ¿Estás seguro? Toma,
prueba con este. —Le entregó el Post;
el periódico célebre por sus páginas de los ecos de sociedad.
Aquella era la oportunidad de los
odiosos periodistas de contar al mundo entero que su carruaje había sido
atacado por la turba que había creído que era la amante del regente. Si la
mentira echaba raíces, ¿quién sabía qué más ataques sufriría gracias a la gente
a la que le desagradaba el regente?
Más aún, ¿quién sabía qué
perjuicio provocaría en su reputación la explosión de un rumor semejante?
El corazón le latía desbocado
mientras Reese examinaba el segundo periódico.
—Lo mismo —confirmó momentos más
tarde—. Informan sobre la trifulca, pero no hacen mención al ataque a su
carruaje. Ni una sola palabra sobre su señoría o sobre usted, señora. La
noticia se centra en la llegada de los dragones.
—Es un milagro —susurró,
encorvando los hombros de alivio.
—Eso parece, milady. —Reese dobló
el periódico pulcramente y lo dejó delante de ella—. Quizá cierto amigo bien
situado haya impedido que mancharan su nombre —sugirió con una mirada sagaz.
Pero ella meneó la cabeza,
desconcertada. El príncipe regente no conseguía evitar que los periódicos le
satirizaran, así pues, ¿por qué dudaban los periodistas en arrastrarla a ella
también por el fango? Sobre todo cuando un tufillo a rumor salaz ayudaba a vender
más ejemplares.
O de algún modo se les había
pasado por alto o algo más misterioso estaba sucediendo. Jordan se había
mostrado muy seguro de que no aparecería en los periódicos. ¿Podría él tener
algo que ver con aquello o tan solo había acertado como de costumbre?
Reese se quitó las gafas.
—También podría ser otra cosa,
milady.
—¿Sí? —Mara le miró con
inquietud.
—Cabe la posibilidad de que lo
estén reservando para la edición de la tarde.
—Oh. —Se estremeció—. Quizá
tengas razón.
Aquel iba a ser un día muy largo.
Tan pronto puso un pie en Dante
House aquella mañana, Jordan escuchó una conmoción arriba: gritos y un
estrepitoso golpe, que se asemejaba a la caída de algún mueble de gran tamaño,
seguido por el sonido de cristal al romperse.
—¡Suéltame!
Ah, murmuró para sí.
Drake estaba despierto. Subió
corriendo la ornamentada escalera de madera tallada para ver si los demás
necesitaban ayuda con el agente recuperado, el supuesto lunático. Recorrió el
pasillo superior con paso ligero y divisó a Beau apoyado despreocupadamente
contra la pared frente a la habitación segura, que tenía la puerta reforzada y
barrotes de hierro en las ventanas.
—Supongo que se le ha pasado el
efecto del láudano.
—Ya puedes decirlo.
—¡Déjame salir de aquí! —bramó
Drake desde el interior del cuarto—. Juro que te mataré…
—Tranquilízate —se escuchó la voz
de Max, que se encontraba con él—. No vas a matarme, Drake. Somos amigos desde
que teníamos diez años. ¿No te acuerdas de nuestros días en el colegio en
Escocia…?
—¡No sé quién eres, hombre! ¿Por
qué me mientes? ¡Déjame salir de aquí! Esto es un asilo, ¿verdad? ¿Por qué no
me escuchas? ¡No estoy loco!
—Maldita sea —murmuró Jordan,
intercambiando una mirada sombría con Beauchamp.
Se encaminó hacia la puerta
abierta, inclinándose detrás del mayordomo para echar un vistazo a la
habitación.
Pobre señor Gray, que con la
bandeja en las manos estaba indeciso en el umbral del cuarto de Drake,
intentando llevar algo de alimento al conde de ojos enloquecidos.
Drake dejó de pasearse de manera
agitada para lanzar otro objeto con letal puntería y admirable velocidad.
Max se agachó, sonriendo cuando
la palmatoria de peltre chocó contra la pared a su espalda, dejando un agujero
del tamaño de un puño en el enlucido.
—¡Ja! ¿Has visto eso? ¡Todavía
conservas tus habilidades, muchacho! Al menos esos bastardos no pudieron
quitártelas a base de palizas, ¿verdad? Todo tu adiestramiento. Puede que nos
hayas olvidado, pero sé que sigues ahí dentro. Todo va a salir bien, Drake.
Intenta calmarte. ¿Por qué no desayunas algo?
—No te acerques a mí —le
advirtió, retrocediendo para alejarse de Max—. ¿Crees que voy a dejar que me
envenenes?
Jordan meneó la cabeza.
Drake, pobre desgraciado, tenía
un aspecto terrible. Sus ojos negros como el carbón estaban enrojecidos y
colmados de atormentada ira y confusión. Tenía la respiración agitada debido a
los esfuerzos realizados para atacar a todo aquel que se le acercaba demasiado.
Estaba empapado en sudor y tenía el cabello despeinado, como si el pánico se
hubiera apoderado de él en cuanto despertó.
Era evidente que no sabía dónde
estaba… y que tampoco estaba seguro de quién era.
—No le des ningún cubierto
—farfulló Beau al mayordomo, que seguía sin aventurarse a entrar en la
habitación.
—Ah —dijo Gray, escarmentado—.
Bien pensado, milord. ¿Una cuchara?
—Yo no lo haría —replicó Jordan
con expresión elocuente—. Ni tampoco platos de cristal.
El mayordomo tragó saliva.
—Sí, señor.
Todos ellos, incluido Drake,
estaban entrenados para utilizar cualquier cosa a su disposición como arma. El
extremo de una cuchara podía servir como cuchillo. Una esquirla de vidrio roto
de una inofensiva fuente podía emplearse para cortar la garganta de un enemigo
o clavársela en el ojo.
En resumen, había sido muy cortés
por parte de Falkirk advertirles de que Drake no regresaría con ellos de buen
grado.
—Si no me dejas salir de aquí,
voy a…
—¡Drake, este es tu sitio! ¡Eres
uno de nosotros! Por favor, trata de recordar.
—Debo estar con James. ¿Dónde
está? —exigió, y su expresión se tornó más frenética—. ¡Por favor, es un
anciano! Si eras amigo mío como dices, entonces deja que me marche con él.
¡Está en peligro!
—James quiere que te quedes con
nosotros, Drake. Te drogó y te entregó a nosotros la noche pasada.
—¡No te creo! ¡Él no me haría
eso!
No obstante, cuando de repente
arrojó otro objeto a la cabeza de Max, Virgil tomó las riendas.
—¡Basta! —tronó el escocés, que
también estaba en la habitación—. Si no eres capaz de contenerte, ¡lo haremos
nosotros!
Drake dio un paso atrás ante
aquella amenaza, fulminándole con los ojos.
—¡Ahora siéntate y cuida tus
modales o te quedas sin comer! ¿Entendido?
—No tengo hambre —gruñó Drake,
desafiante.
—Muy bien, no importa. Lord
Westwood, tarde o temprano la tendrás. —Virgil despidió al mayordomo con un
gesto y acto seguido indicó a Max que saliera del cuarto.
—¿Estará a salvo ahí adentro?
—preguntó Jordan.
Virgil asintió, pero Max solo
meneó la cabeza.
—Está peor de lo que pensaba.
—Limítate a impedir que se haga
daño a sí mismo —le ordenó Virgil al líder del equipo—. Quién sabe qué secretos
sobre nuestros enemigos encierre esa cabeza suya.
Beau asintió.
—¿Como qué le sucedió a su
equipo? ¿Cómo fue capturado?
—Beauchamp, quédate aquí y envía
a buscarnos si vuelve a montar en cólera. Vosotros dos, bajad conmigo a la
Cueva para que os asigne vuestras próximas misiones.
—Sí, señor.
Con eso, volvieron a la sala de
reuniones de la guarida secreta de la Orden excavada en la piedra caliza debajo
de Dante House.
—Rotherstone —comenzó Virgil,
volviéndose hacia Max cuando se sentaron a la mesa—, te ocuparás de buscar un
modo de ayudar a Drake a recuperar la memoria.
Max asintió.
—Una vez que se calme quiero
llevarle a la propiedad de su familia, donde nació. La condesa viuda de Westwood
sigue viviendo allí. Si alguna vez recuerda a alguien, sin duda será a su
propia madre.
Luego se dirigió a Jordan.
—Bien, Falconridge —prosiguió
Virgil—, tú te harás cargo del proyecto en que estaba trabajando Rotherstone,
además de tus esfuerzos en curso por localizar a Dresden Bloodwell.
—Sí, señor.
Sabía que a Max le había asignado
la misión de seguir los movimientos de Albert Carew, un destacado dandi que
acababa de heredar el ducado de su hermano en extrañas circunstancias. Debido
al dónde y al cómo había tenido lugar la muerte del anterior duque, sospechaban
de la implicación de los prometeos.
—Toma, vas a necesitar esto. —Max
le pasó el expediente de Albert por encima de la mesa a Jordan—. ¡Buena suerte!
—farfulló.
—Bien, Falconridge, no estoy
seguro de cuánto sabes sobre el caso, pero la muerte de su hermano no es lo que
levanta nuestras sospechas —repuso Virgil—. Desde que Albert se convirtió en el
nuevo duque de Holyfield, ha estado intentando entrar en el círculo íntimo del
príncipe regente.
—Se muestra muy adulador con el
regente —convino Max—, aunque bien sabe Dios que es insoportablemente arrogante
con todos los demás.
—¿Tiene conocimiento el príncipe
de nuestras sospechas acerca de Albert? —preguntó Jordan.
—Dios mío, no. Me temo que Su
Alteza Real es como un libro abierto. Sabe quiénes son sus agentes de la Orden,
y lo más probable es que se dé cuenta de que estás allí porque algo sucede;
pero es lo bastante listo como para no hacer preguntas. Conoce cómo funcionan
las cosas, pues ha sufrido amenazas similares a su seguridad en muchas
ocasiones. Confía en la Orden. Esperará a que nosotros le informemos cuando la
situación haya sido esclarecida. Entretanto, si estuviera al tanto de nuestras
sospechas sobre Albert, cabría la posibilidad de que su propio comportamiento
pusiera al canalla sobre aviso.
—Sí, y si Albert se percata de
que estamos sobre su pista, seguramente huirá del país —terció Virgil—.
Entonces jamás descubriríamos para qué le han puesto ahí. Por eso te quiero en
este asunto, Falconridge. Albert ya ha decidido que desprecia a Rotherstone,
pero tú tienes don de gentes. Tendrás que vencer su recelo, hacerte amigo suyo.
Conseguir que el bastardo suelte la lengua. Granjearte su confianza. Eso sería
ideal.
—Haré lo que pueda. Lo único que
necesito es la oportunidad. ¿Es miembro de White’s?
Max soltó un bufido.
—¿Es que no le has visto posando
ante el ventanal para que los transeúntes puedan admirar su ropa? Menudo patán
—masculló.
—Olvídate de White’s —dijo
Virgil, agitando la mano con impaciencia—. Es más, no solo es un visitante
asiduo de Carlton House, sino que también se ha unido a la partida de cartas
semanal del regente en Watier’s.
—Así que tengo que ganarme la
entrada a esa partida. ¿Cuánto me va a costar?
—Diez mil libras.
Jordan soltó una carcajada.
—Es descabellado.
—Bienvenido al maravilloso mundo
de Prinny.
—Imagino que me presentarás, ¿no
es así? —le preguntó Jordan a Max.
—No —intervino Virgil—. No quiero
que Albert establezca una conexión tan estrecha entre vosotros dos. Rotherstone
se marcha justo cuando tú llegas. Eso levantará sospechas al instante. Si
Albert se está abriendo paso hasta Carlton House a fin de ayudar a los
prometeos, sea por la razón que sea, ya estará en guardia. Tienes más probabilidades
de ganarte su confianza y descubrir qué trama si te unes al grupo del príncipe
por otro canal. —Virgil le miró con dureza—. Utilizarás tu contacto con lady
Pierson.
Jordan le miró estupefacto.
—¿Cómo dices?
—Lady Pierson —repitió su
instructor con seriedad—. Hace años manteníais una buena relación, si no
recuerdo mal. Hoy en día el regente y ella son uña y carne. Según los informes
de Max, visita Carlton House todas las semanas. Irás detrás de ella como
tapadera, así obtendrás acceso a la pandilla de Carlton House.
Jordan negó con la cabeza.
—Con el debido respeto, no,
señor. No pienso arrastrarla a esto. No puedes pedirme que haga eso.
—¿Qué te hace pensar que te lo
estoy pidiendo? —Las pobladas cejas de Virgil se juntaron cuando frunció el
ceño a modo de advertencia—. Estas son tus órdenes, Falconridge. Es el mejor
plan. Ya tienes una conexión y nadie en palacio sospechará de ella.
Con el corazón latiéndole con
fuerza, Jordan trató de dar con un modo de librarse de aquello.
—¡Pero si dicen que es la amante
del regente! ¿Para qué iba yo a perseguirla?
—En realidad —habló Max con
delicadeza—, todos en Carlton House saben que no hay nada entre el regente y
ella. Virgil tiene razón, Jord. Es el mejor plan.
—Bueno, pues no lo haré. —Se
levantó de la mesa y se dispuso a marcharse.
—¡No estás en libertad de negarte
a cumplir las órdenes, Falconridge!
—¿Acaso alguna vez he hecho yo
eso? —bramó, dando media vuelta para enfrentarse a ellos. Temblaba de ira—.
¿Cómo te atreves a pedirme algo semejante? ¡Fuiste tú, Virgil, quien hace años
me advirtió que me mantuviera alejado de ella! ¿Y ahora me pides que la
persiga?
—Solo te digo que aparentes
hacerlo —replicó, sin el menor rastro de emoción en la cara.
En eso era justo en lo que Jordan
había jurado no convertirse. Sacudió la cabeza.
—No tienes ni idea de lo que me
estás pidiendo.
—Por supuesto que sí —murmuró
Max.
Jordan lanzó una mirada suspicaz
a Max. El líder de su equipo clavó los ojos en los de él con total naturalidad,
pero no articuló palabra.
Jordan se alejó echando chispas.
Abandonó la cavernosa sala de
reuniones y recorrió el oscuro túnel excavado en la piedra, deteniéndose en un
pequeño embarcadero que daba acceso al río desde debajo de la casa.
Con el corazón acelerado, cruzó
los brazos a la altura del pecho y contempló el agua turbia. Meneó la cabeza
para sus adentros con silenciosa furia. Aquello sobrepasaba todos los límites.
El sonido de unos pasos
aproximándose lentamente por el corto túnel hacia el muelle anunció la llegada
de Max.
Jordan escuchó, pero no se giró.
—Esto ha sido idea tuya, ¿verdad?
Tiene el sello Rotherstone por todas partes.
—Pensé que podría adaptarse a tu
sentido de la eficiencia —replicó su hermano guerrero—. Matar dos pájaros de un
tiro.
Jordan se volvió hacia él.
—¿Qué demonios quieres decir con
eso?
—Ya sabes lo que quiero decir.
—Max le miró fijamente—. Deja de mentirte a ti mismo. Maldita sea, hombre,
llevo doce años viéndote suspirar por esa mujer. Ahora tienes la oportunidad de
recuperarla y de completar tu misión.
Jordan resopló con apurado enojo,
apartando la mirada, pero su amigo no había terminado.
—Escúchame. Ahora te hablo como
un hermano. La mitad de los hombres de Londres tienen los ojos puestos en ella.
Es hermosa y está disponible. Si no luchas por ella mientras tienes la
posibilidad de hacerlo y ella entabla una relación con otro, ¿cómo vas a
soportar perderla otra vez?
Jordan asimiló aquello, pero la
perspectiva de arriesgar de nuevo su corazón por ella le desconcertaba más de
lo que Max podía imaginar.
—Esto no es asunto tuyo.
—Claro que lo es. Porque fue tu
lealtad hacia mí y hacia Warrington lo que hizo que la perdieras. Jamás te has
quejado ni nos lo has reprochado. No era necesario que lo hicieras. Sé que
querías dejar la Orden para estar con ella. Pero te quedaste a nuestro lado y
este es el precio que has pagado por ello. No es justo. ¿Tienes idea de lo
culpable que me siento, sobre todo ahora que tengo a Daphne y que por fin puedo
entender a todo cuanto has renunciado por nosotros?
Falconridge bajó la vista al
suelo, sin decir nada.
—Entonces era demasiado joven
para comprender lo que significaba que la hubieras encontrado. Habías hallado a
tu alma gemela. —Max sacudió la cabeza, pensativo—. Siempre has ido muy por
delante de Warrington y de mí. Es muy posible que por eso supieras que no
podías dejarnos solos ahí fuera. Nosotros solo queríamos acabar con el enemigo,
pero tú sabías lo que es verdaderamente importante en la vida. Al menos antes
lo sabías.
Jordan le miró.
—Bueno, sabes que soy un hombre
que siempre salda sus deudas —prosiguió Max—. Por eso, como líder del equipo,
apoyo a Virgil en esto… y sí, fue idea mía. Siempre has estado enamorado de
Mara Bryce. Pero viendo lo distante que te has vuelto con el paso de los años,
imaginé que necesitarías un pequeño empujón.
—¿Así que esta es tu brillante
solución…? ¿Virgil y tú queréis que la utilice?
—¿Utilizarla? Jordan, tu dama
frecuenta los mismos círculos que un supuesto espía prometeo. Pensé que
querrías estar a su lado para protegerla personalmente.
Él miró a Max con inquietud. Pero
a aquel granuja intrigante no le faltaba razón.
—Entonces deja que al menos le
cuente la verdad.
—Ya sabes que no puedes hacerlo.
—¿Por qué no? Tú se lo contaste a
Daphne, y Warrington, a Kate. ¿Por qué soy el único que al parecer siempre
sigue las reglas?
—Yo no le conté nada a Daphne
hasta que estuve casado con ella. En cuanto a Kate, su abuelo era miembro de
los prometeos. Había ciertas cosas de las que ya estaba al corriente. Es más, Rohan
no rellenó sus lagunas hasta que ella no estuvo completamente entregada a él.
Eso dista mucho de la situación entre Mara y tú, que apenas os habláis en estos
momentos.
—Sí que nos hablamos —farfulló
Jordan, pasándose la mano por el cabello con aire cansado—. Ayer llegamos a una
especie de… tregua.
—¡Bien, entonces ya tienes medio
camino recorrido! —exclamó Max, con una sonrisa de aliento que irritó a
Jordan—. En cualquier caso, contarle la verdad no impedirá que visite Carlton
House, si la he calado bien. Ya ha demostrado su lealtad al regente frente a la
adversidad. No sé qué ve en él, pero tengo entendido que el príncipe es el
padrino de su hijo.
Jordan asintió.
—Es cierto.
—Si le contases que hay un espía
en el círculo íntimo del regente, sabes que con ello solo conseguirías reforzar
su empeño en permanecer al lado de Su Alteza Real para mostrarle su apoyo.
Cuanto menos sepa, más segura estará. Contarle la verdad solo haría peligrar la
misión y a ella la colocaría en una situación de riesgo aún mayor.
—No sé… —Con los brazos cruzados,
bajó la mirada hacia el agua que se agitaba contra el poco profundo muelle—.
¿Acaso no le he hecho ya bastante daño por el bien de la Orden? La decepcioné
hace doce años, ¿y ahora quieres que la utilice como tapadera? ¿No es eso echar
sal en la herida?
—¡Muy bien! Niégate a realizar la
misión y deja que tu bella Mara se ponga sola en peligro cada vez que vaya a
Carlton House. ¿Por qué deberías molestarte en protegerla? Le pediré a Beau que
la vigile en tu lugar. Estoy seguro de que una vez que la haya contemplado
estará más que contento de hacerlo.
—¡Ja! Ese cachorro —masculló
Jordan, sin que le agradara lo más mínimo aquella treta—. Mara le haría
picadillo.
—Puede que sí, pero no me cabe
duda de que disfrutaría en el proceso. —Max le observó de forma astuta durante
largo rato.
Jordan exhaló un suspiro.
—¿Y bien? ¿Podemos contar
contigo?
—Eres un bastardo —declaró
Jordan.
—Cualquier cosa por un hermano
—replicó Max con una sonrisa cómplice—. ¿Quieres que te dé un consejo?
—preguntó por encima del hombro cuando se disponía a marcharse.
—En absoluto.
—Esta vez trátala como si fuera
un tesoro. No dejes que se te escape de nuevo o lo lamentarás durante el resto
de tu miserable vida.
Bueno, sin duda tenía razón sobre
eso.
Después de que Max se marchara,
Jordan se quedó solo a la tenue luz de las antorchas. Maldición, tal vez ese
intrigante demonio estaba en lo cierto. Quizá nunca tendría paz hasta que Mara
fuera verdaderamente suya. Inspiró hondo y exhaló de manera comedida. De
acuerdo, sería mejor que se pusiera en marcha.
Al parecer tenía una misión hecha
a su medida.
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