lunes, 14 de mayo de 2012

Mi Irresistible Earl. Capítulo 7


Mi Irresistible Earl. Capítulo 7


7


Después de un largo día en tensión, un ambiente festivo descendió sobre la casa Pierson, pues en la edición de la tarde de los periódicos londinenses no se hacía mención alguna al ataque a su carruaje ni al rescate por parte de lord Falconridge.
¡Su dignidad estaba a salvo!
Mara se sentía como si le hubieran quitado un peso de encima. Era libre para pasar la velada disfrutando de su hijo.
Thomas abrió la boca, esperando la siguiente cucharada de papilla de manzana, sentado en su trona y meneando alegremente las piernecitas. Estaba embadurnado de papilla, pues había salpicado por todas partes en sus intentos por comer él solo, pero, como de costumbre, estaba encantado con las atenciones de su madre.
Mara siguió hablándole, tratando de que el pequeño aprendiera a hablar bien entre una cucharada y otra. Por su parte, ella apenas había probado bocado, aunque le habían dejado té y un ligero refrigerio sobre la mesa del salón. Pasar todo el día con los nervios de punta le había quitado el apetito.
—¡Milady! —De pronto, como para poner la guinda a los triunfos del día, la señora Busby después de echar un vistazo por la ventana señaló hacia la calle—. Su visita acaba de llegar.
Mara contuvo el aliento.
—¿Lord Falconridge?
—Sí, señora. Yo me ocuparé del niño.
La anciana niñera se afanó tratando de limpiar la papilla de manzana de la cara de Thomas, haciendo su alegre semblante más presentable para la visita.
Mara echó un vistazo al espejo del aparador, atusándose con premura el cabello y poniendo un poco de color en sus mejillas con unos suaves pellizquitos.
—Reese, haga pasar a lord Falconridge enseguida —le dijo distraídamente al mayordomo.
—Sí, señora.
Cuando el mayordomo regresó al vestíbulo para recibir al conde, Mara se asomó a la ventana. Jordan acababa de llegar a lomos de su corcel blanco; hombre y animal bañados por el rojizo resplandor del crepúsculo. En cuanto se detuvo fuera de la vivienda, el sargento Parker se acercó para saludarle.
Mara observó a su visitante con ruborizada admiración, el pulso disparado. Ataviado con una chaqueta azul oscuro, pantalones de nanquín y botas negras, desmontó de su caballo de manera fluida. Un mozo de los establos salió corriendo para hacerse cargo del corcel. Después de que rescatara a su señora y al joven lord el día anterior, todo el personal de la casa había decidido que lord Falconridge era su héroe.
El corazón de Mara latía con fuerza mientras le veía conversar con sus guardaespaldas temporales. Cuando el conde se despidió del soldado con una inclinación de cabeza y se dirigió hacia la puerta principal, se apartó de la ventana a toda prisa para evitar que la viera. ¡Señor! ¡Qué pensaría de ella si la pillaba comiéndoselo con los ojos como si fuera una cría de diecisiete años!
Al cabo de un instante, Reese regresó al salón.
—El conde de Falconridge, milady.
Mara levantó la cabeza e irguió los hombros, entrelazando las manos delante del talle en una grácil postura para evitar ponerse a juguetear presa de los nervios y la excitación.
Jordan entró en la habitación. Cuando se quitó el sombrero, el corazón le dio un vuelco.
—Milord —le saludó con una modesta cortesía.
Él se la devolvió y luego la obsequió con una sonrisa.
—Milady. Tal y como prometí, he vuelto para ver cómo están. —Inclinó la cabeza a la señora Busby de manera afectuosa.
Luego enarcó una ceja cuando Thomas le señaló con su pequeña cuchara y balbuceó una pregunta amistosa aunque incomprensible.
¡Vaya, parecía que Thomas le reconocía!, pensó Mara, sorprendida.
—Y buenas noches para ti también, lord Pierson —respondió Jordan al niño.
Mara rió, tratando de no sonreír como una boba. Jordan le lanzó una mirada chispeante.
—Creo que le gusto.
—Me parece que tiene razón.
—¿Qué tal están todos? ¿Recuperados de la aventura de ayer?
—Así es —repuso Mara—. ¿Y usted?
—Jamás he estado mejor —declaró como si tal cosa, dejando el sombrero y los guantes de montar sobre el aparador. A aquella mirada nunca se le pasaba nada por alto; reparó en los periódicos abiertos que ella había dejado allí extendidos. Se volvió hacia Mara con expresión intrigada—. Me ha dicho Parker que ha sido una noche tranquila.
—En efecto. —Mara señaló hacia la mesa—. ¿Puedo ofrecerle algún refrigerio, milord?
Jordan ojeó la fuente con carnes frías.
—Puede que me sienta tentado. ¿Qué tal se encuentra hoy, señora Busby? Ayer me tenía preocupado. ¿Ha vuelto a sentir dolor en el pecho?
—No, gracias, señor, estoy sana como una manzana. —La anciana parecía sorprendida porque un par del reino se interesara por su salud.
—¿Y Thomas? ¿Ha pasado buena noche después del susto del parque? Confío en que el joven vizconde no se despertara llorando por las pesadillas.
—No, señor, ha dormido toda la noche de un tirón, como un bendito —respondió la señora Busby.
—¡Qué muchachito tan valiente! Espera y verás, Thomas, algún día serás lo bastante mayor para proteger a tu encantadora mamá tú solo.
Jordan se sentó a la mesa, haciendo caso del gesto educado de Mara. No podía quitarle los ojos de encima, hipnotizada por su encanto natural. Él se volvió como si sintiera su mirada y le brindó una sonrisa que la inundó de una sensación de calor de la cabeza a los pies.
—Bien, ¿qué tenemos? —preguntó con un brillo pícaro en sus intensos ojos azules.
—Podría prepararle un sándwich.
—¿De veras?
Parecía sorprendido por su sencilla oferta. ¿Por qué?, se preguntó. ¿Porque ella era vizcondesa? Sin duda ya habían superado eso.
Mara enarcó las cejas, divertida, aguardando su respuesta.
—Me encantaría —murmuró.
La observó de un modo extraño, como si la tarea más fascinante del mundo fuera verla poner una rebanada de pan de centeno del día en un plato y empezar a prepararle un sándwich con pequeñas lonchas de rosbif.
—¿Mostaza? —preguntó con voz suave, deteniéndose.
Jordan le sostuvo la mirada demasiado tiempo.
—Por favor.
Mara bajó la cabeza, sonrojándose sin saber por qué mientras hundía el cuchillo en la mostaza.
No tenía nada de sensual preparar un sándwich, se dijo a sí misma, lo cual no explicaba por qué sentía mariposas en el estómago. Pero podía notar que Jordan la estaba observando con ardiente intensidad mientras untaba la mostaza sobre la rebanada de pan.
Le lanzó otra mirada cautelosa en tanto que señalaba el queso suizo en la fuente de servir de forma inquisitiva. Él asintió, clavando en ella sus ojos hambrientos.
Cuando alargó el brazo para coger una loncha de queso que añadir al sándwich, a Mara le vino a la cabeza una extraña imagen de Jordan lamiéndole los restos de comida de los dedos, acompañada de un repentino e intenso impulso de darle de comer sentada a horcajadas sobre su regazo.
Las mejillas se le encendieron.
En ese momento la señora Busby se aclaró la garganta y se alejó.
—Creo que el pequeño vizconde ha terminado de comer, señora.
—Esto… sí —Ruborizada, Mara rió con nerviosismo—. Se ha echado más papilla encima de la que ha comido.
—¿Le llevo arriba para darle un baño?
—Sí, hágalo… gracias. Pero avíseme cuando esté listo para acostarse. Yo misma le meteré en la cama.
—Sí, señora. Si me disculpa, señor.
—Buenas noches, señora Busby —respondió Jordan, cuando la anciana cogió a Thomas en brazos y se llevó al pequeño con celeridad al cuarto de los niños para asearle.
Mara se preguntó si era tan evidente para Jordan como para ella que la niñera había huido con Thomas a fin de dejarlos solos a los dos.
Ambos intercambiaron una mirada especulativa.
Mara terminó de preparar el sándwich y lo cortó en dos, ofreciéndoselo a su invitado.
—¿Te apetece algo de beber?
—Lo que estés dispuesta a ofrecerme —murmuró, recorriendo con la mirada el escote de su vestido cuando se inclinó cerca de él para dejar el plato.
—¿Té, vino? El Merlot sería un buen acompañamiento. Hoy mismo nos han entregado un barril de cerveza negra. Pensé que a tus hombres podría gustarles. Les agradezco mucho que velen por nosotros.
—Sabes llegar al corazón de un soldado, ¿verdad? —Esbozó una sonrisa—. La cerveza suena bien.
Llamó a Mary para que la trajera, luego volvió la vista hacia Jordan cuando tras el primer bocado al sándwich dejó escapar un gemido de placer.
—¡Delicioso!
Mara rió entre dientes ante su exageración.
—No… lo digo en serio —juró, tragando el bocado—. Es el mejor sándwich que he comido en mi vida.
Ella meneó la cabeza, con una risita divertida. Mary regresó enseguida y le ofreció una jarra de peltre con cerveza negra en una bandeja, que Jordan aceptó. La criada se retiró acto seguido.
—Estoy en el cielo. ¡Salud! —agregó—. ¿Tú no vas a tomar nada?
Ella sacudió la cabeza con pesar. Difícilmente podía comer algo cuando tenía un nudo en el estómago. Mientras le contemplaba casi no podía creer que estuviera allí, sentada a la mesa, con su ídolo, Jordan Lennox, en carne y hueso. El hombre de sus sueños. Ahora era diferente, pero bajo aquel exterior endurecido y refinado seguía captando vislumbres del joven galante de veintidós años que había conocido.
Mary regresó al cabo de un rato con el fin de recoger los platos de la mesa. Reese también apareció para encender el candelabro de tres brazos cuando la luz se fue apagando. Cumplidas sus tareas, ambos criados se retiraron. El mayordomo cerró la doble puerta al salir, dejándolos solos, mirándose el uno al otro, sonriendo con calidez, saboreando la mutua compañía.
—Bueno —murmuró Mara, apoyando la barbilla en la mano cuando puso el codo sobre la mesa—. ¿Estás preparado para confesar?
—¿Confesar?
Ella señaló con la cabeza los periódicos esparcidos sobre el aparador.
—La aventura de ayer, como tú lo llamas, no aparece en los periódicos. ¿No te resulta extraño?
—¿De veras? Sí, es sorprendente.
—¡Lo sé! Es todo un misterio, ¿no crees? No comentan nada en la edición de la mañana ni en la de la tarde. Por casualidad no sabrás algo al respecto, ¿verdad, Jordan?
—¿Yo? ¡Cielos, no!
Mara entrecerró los ojos, estudiándole con una sonrisa maliciosa.
—Has hecho algo, ¿no es así?
—Tal vez. —Se recostó contra la silla, esbozando una media sonrisa y apoyando el brazo de manera despreocupada sobre el respaldo de la de Mara—. Te dije que no te preocuparas, ¿no? ¿Cuándo vas a aprender a hacerme caso?
—¿Qué has hecho?
—No le des más vueltas a esa preciosa cabecita tuya.
Mara respondió a su halago con un resoplido y un codazo en el chaleco. Él rió ante su protesta.
—Alguien me debía un favor. Aparte de eso, carece de importancia. Siempre y cuando estés contenta.
—¿Contenta? ¡Me siento totalmente aliviada! Has salvado mi reputación.
—Ah, yo no estoy tan seguro de que te hayas librado del problema.
—¿Qué quieres decir? —preguntó, alarmada.
—Ese rumor sobre el regente y tú… —Meneó la cabeza—. Tiene que parar.
—Sí. —Suspiró, asintiendo. El ataque a su carruaje demostraba sin lugar a dudas que ya había durado demasiado—. ¿Qué me sugieres? Estoy segura de que tienes algún consejo que darme.
Una sonrisa jactanciosa se dibujó en los labios de Jordan ante la pulla de Mara.
—En realidad, la solución es bastante obvia. Si quieres desanimar a los cotillas para que dejen de hablar sobre el regente y tú, por lógica debes cerciorarte de que te vean en compañía de otro hombre.
—Entiendo. Para que puedan lanzar un nuevo rumor.
—Exacto. Uno que resulte menos controvertido. Al menos que no haga que te abucheen en las calles.
Tomó un trago de cerveza. Mara le observó, esforzándose por contener una sonrisa, pero tenía la sensación de que sabía adónde quería ir a parar Jordan con todo aquello.
—¿Qué clase de hombre crees que debería buscar para que me ayude con este plan?
—Oh, qué sé yo. Alguien… a quien todos tengan en alta estima, a quien respeten y admiren. Por desgracia, Wellington está ocupado, pero si deseas conformarte conmigo, estoy dispuesto a ofrecerte mis servicios.
—¡Qué generoso de tu parte!
—Sí, bueno, me han dicho que soy un tipo excelente. —Se recostó de nuevo contra la silla y la contempló, divertido—. Confío en que veas los beneficios prácticos de este acuerdo, lady Pierson.
—He de reconocer que así es. Pero… también veo los peligros.
—¿A qué peligros te refieres?
—Te he dicho que no estoy buscando un amante —declaró con voz firme aunque suave.
—¡Diantres, tampoco yo! No te preocupes. Eso no será un problema. Y si lo fuera, siempre está Delilah.
—Pero entonces Cole te metería una bala en el cuerpo —replicó Mara con una pequeña mueca de remordimiento.
—¡Vaya! —murmuró—. Tal vez no haya sido una de mis mejores ideas. No, pero en serio —dijo al cabo de un instante—, no tengo intención de seducirte.
«A menos que quieras que lo haga», parecían decir sus ojos azules.
«Los hombres fogosos tienen su utilidad, querida —aún podía oír las palabras de Delilah—. Me atrevería a decir que aprenderás a disfrutar de ellos con el tiempo.» Mara bajó la mirada al notar que se sonrojaba.
—Ejem, ¿te apetece otra cerveza? —preguntó con cautela, recordando cuántas podía beberse Tom en una noche.
Jordan rechazó su ofrecimiento mientras dejaba la jarra vacía. A continuación, gracias a Dios, cambió de tema.
—Has de saber que ayer me dejaste impresionado por la forma en que te condujiste en medio de aquella disputa.
—¿De veras?
—Mantuviste la cabeza fría en una mala situación.
—No había mucho que yo pudiera hacer.
—Por eso le he dado a Jack un excelente mosquete nuevo para que lo guarde bajo el asiento del interior del carruaje de ahora en adelante. Si quieres saber mi opinión, creo que debería haber habido uno allí.
—¿Un mosquete? —exclamó—. ¿Para mí?
—No consentiré que estés indefensa si alguna vez vuelve a presentarse una situación semejante. No discutas, te lo ruego.
—¡Pero, Jordan, jamás podría disparar a alguien!
—¿Aunque estuvieran amenazando a tu hijo?
Mara se enfrentó a su mirada fría y recordó su enérgico juramento de ser una madre y un padre para Thomas. La labor de una madre era la de criar a los hijos, pero la del padre era la de protegerlos. Si iba a desempeñar ambos papeles, entonces quizá Jordan tuviera razón.
—No sé disparar.
—Pues te enseñaré. No es difícil. No podemos disponer del sargento Parker eternamente, y yo no siempre puedo estar aquí para protegerte.
—¿De veras crees que puedo hacerlo?
—Si los muchachos de granja analfabetos de doce años pueden disparar un mosquete, tú también puedes, encanto. ¿Quién sabe? Hasta puede que lo encuentres divertido.
Mara seguía sin poder imaginarse disparando un arma, pero se encogió de hombros, mirándole con reservado interés.
—Te diré una cosa que sí he disfrutado: tu diestra exhibición de ayer en el masculino arte de la autodefensa.
Jordan rió.
—¡Es verdad! Mereces un titular: «Conde frena a una muchedumbre enardecida él solo». Es una lástima que los periódicos lo hayan pasado por alto.
—Vaya, gracias, querida. ¿Qué sucede? —agregó al percatarse de que ella tenía la mirada fija en él.
Mara escogió las palabras con sumo cuidado.
—Verte luchar de ese modo ha hecho que me diera cuenta de que durante tu ausencia has debido de estar en lugares muy peligrosos de los que yo no sabía nada.
—Bueno, estaba el pequeño asunto de la guerra en curso.
Le miró fijamente.
—Entraste en combate, ¿verdad?
Jordan simplemente la miró. No pronunció ningún comentario elocuente.
—De modo que por eso te mostraste tan comprensivo con el comandante en casa de Delilah. —Sacudió la cabeza, alargó el brazo y posó la mano sobre su antebrazo—. Dios mío, si lo hubiera sabido, habría enloquecido de preocupación. ¿Te hirieron alguna vez?
—Ah, algún que otro chichón y arañazos; no puedo quejarme. ¿Qué hay de tu matrimonio? ¿Te fue bien?
Volvió las tornas, suave como la seda. Mara se puso rígida y apartó la mano, en guardia de inmediato. Bajó la mirada, sin saber bien qué decir.
—Hum, te has quedado callada de repente —comentó Jordan con voz grave—. ¿A causa del dolor de una viuda o es que ambos hemos vivido una guerra?
Mara le miró, con los ojos colmados de emoción y muda por el pesar.
—¿Cómo de malo fue? —susurró él.
Ella agachó la cabeza. Pasó un largo rato hasta que pudo hablar.
—El vizconde Pierson me dio a Thomas. Solo por eso… no puedo hablar mal de él.
Jordan se puso tenso; sin quitarle la vista de encima.
—¿Te maltrató?
—Eso ya no importa. Está muerto. —Su mirada decía que se negaba a seguir discutiendo sobre ese tema.
—Así que lo hizo —aseveró con voz queda, tensa.
Luego bajó la mirada, luchando de manera evidente por dominar la cólera que le embargaba. Ella tomó aire con fuerza y suspiró.
—Mara… he estado pensando —apostilló un momento después.
—¿Sí?
Jordan asió su mano con lentitud. El corazón de Mara palpitaba aceleradamente.
—Quiero volver a tu vida… en cualquier papel que tú desees. —Siguió con los ojos fijos en sus manos unidas.
Ella contuvo el aliento sin apartar la mirada de él.
—No quieres un amante, y lo respeto. Pero no te imaginas cuánto te he echado de menos. Te escribí muchas cartas.
—¿De veras? —preguntó, abriendo los ojos como platos.
Él asintió con pesar.
—Pero no podía enviarlas.
—¿Por qué?
—Resulta que las cartas de amor de un joven diplomático no están consideradas como una prioridad por los pocos correos que eran capaces de cruzar las líneas enemigas.
Mara le miró estupefacta.
—¿Aún las conservas?
Jordan negó con la cabeza.
—Las quemé cuando me enteré de que te habías casado con lord Pierson.
Ella se estremeció y escrutó su rostro, con pensativa sorpresa.
—¿Qué decían?
—No lo recuerdo. Probablemente odas a tus ojos. Esa clase de bobadas. En su mayoría decían lo mucho que te extrañaba. No imaginas cuántas veces me arrepentí de haber tratado de ser maduro y responsable aquella noche en el jardín. ¿Te acuerdas, cuando me propusiste matrimonio?
Mara ahogó un grito, aunque los ojos de Jordan centelleaban con expresión afectuosa.
—¡Oh, mira que sacar eso a colación! ¡Qué poco caballero!
—Estuviste increíble… tan segura de nosotros. Tan apasionada.
—Te refieres a cuando te besé.
Jordan sonrió, sosteniéndole la mirada hasta que ella se perdió en sus ojos azules.
—He pensado a menudo en aquel beso.
—También yo —reconoció Mara con un hilo de voz.
Jordan se acercó y posó los labios sobre los de ella con suavidad. Mara se estremeció de deseo, pero cuando él comenzó a profundizar el beso, se apartó con el corazón desbocado.
—¡No puedo hacerlo! No puedo permitir que me hieran otra vez. He de ser fuerte por mi hijo…
—Lo siento. —Se apoyó contra el respaldo de la silla, bajando la mirada, desilusionado—. No debería haberlo hecho.
—No tienes por qué disculparte… No estoy diciendo que no me haya gustado.
Jordan la miró con expresión interrogante, pero justo en ese instante la señora Busby llamó discretamente a la puerta del salón.
—Milady, me pidió que la viniera a buscar cuando el señorito Thomas estuviera listo para irse a dormir.
Mara levantó la cabeza, todavía sonrojada, y se volvió hacia la puerta.
—Gracias, señora Busby —respondió—. Enseguida voy.
Jordan le ofreció una tensa sonrisa sardónica cuando ella le miró de nuevo.
—Entonces he de desearte buenas noches, lady Pierson. —Se levantó de la silla—. Gracias por el sándwich y la cerveza.
—No hay de qué. —Mara se debatió consigo misma. «Oh, diantre. Di algo.» Tragó saliva, armándose de valor—. ¿Qué hay de tu plan… para ayudarme a iniciar un nuevo rumor? —barbotó cuando Jordan se disponía a marcharse.
—¿Sí? —Volvió la mirada hacia ella con interés—. ¿Qué hay de eso?
Mara se puso roja como la grana.
—¿Sigue en pie tu oferta?
—¿Cuál? ¿Fingir ser tu amante? —Se encogió de hombros—. Por supuesto.
El corazón de Mara latía con fuerza contra su pecho.
—Tal vez estés libre mañana.
—¿Qué tienes en mente?
—Esto, qué sé yo… ¿ir de compras?
—Ah. —Jordan hizo una mueca.
Una amplia sonrisa se dibujó en los labios de Mara.
—Bond Street es el territorio de caza diurno predilecto de las damas cotillas. Si nos ven juntos, nuestro rumor empezará con buen pie.
—Muy bien, pues. ¿A qué hora te recojo? —preguntó, con un intenso centelleo en sus vivos ojos azules.
Ella se encogió de hombros, mordiéndose el labio con una sonrisa aniñada.
—A cualquier hora de la tarde que te venga bien, milord.
—De acuerdo, estaré aquí a las dos. Procura no meterte en líos hasta entonces, ¿eh?
Mara le brindó una sonrisa deslumbrante, reprimiendo una risita nada propia de una dama; él se acercó y le tomó la mano a modo de despedida. La retuvo durante un instante, clavando en ella la mirada colmada de emoción.
—¿Qué sucede? —preguntó Mara con voz queda.
—Eras una muchacha encantadora, pero te has convertido en una mujer verdaderamente maravillosa.
—Vaya, gracias.
Jordan la besó en los nudillos, sin objeción alguna por parte de ella.
—Buenas noches, milady.
—Buenas noches, milord.
El corazón le dio un vuelco cuando él le soltó la mano, dejando que se deslizara de manera sensual contra su piel. A continuación, cogió su sombrero y sus guantes del aparador. Tras hacerle una reverencia, Jordan se marchó.
Mientras el mayordomo acompañaba a Falconridge hasta la puerta, Mara sentía aún un ligero cosquilleo debido a la leve caricia de las yemas de los dedos de Jordan sobre su palma.
Dios bendito, menos mal que se había marchado, se dijo a sí misma, dejándose llevar por una oleada de sensaciones vertiginosas que no había experimentado desde la juventud. De haberse quedado un momento más podría haberse sentido tentada de hacer algo del todo temerario. Como invitarle a subir al piso de arriba con ella.
Y no para acostar al niño. 

Descargar: Capítulo 7


No hay comentarios:

Publicar un comentario