Mi Irresistible Earl. Capítulo 7
7
Después
de un largo día en tensión, un ambiente festivo descendió sobre la casa
Pierson, pues en la edición de la tarde de los periódicos londinenses no se
hacía mención alguna al ataque a su carruaje ni al rescate por parte de lord
Falconridge.
¡Su
dignidad estaba a salvo!
Mara
se sentía como si le hubieran quitado un peso de encima. Era libre para pasar
la velada disfrutando de su hijo.
Thomas
abrió la boca, esperando la siguiente cucharada de papilla de manzana, sentado
en su trona y meneando alegremente las piernecitas. Estaba embadurnado de
papilla, pues había salpicado por todas partes en sus intentos por comer él
solo, pero, como de costumbre, estaba encantado con las atenciones de su madre.
Mara
siguió hablándole, tratando de que el pequeño aprendiera a hablar bien entre
una cucharada y otra. Por su parte, ella apenas había probado bocado, aunque le
habían dejado té y un ligero refrigerio sobre la mesa del salón. Pasar todo el
día con los nervios de punta le había quitado el apetito.
—¡Milady!
—De pronto, como para poner la guinda a los triunfos del día, la señora Busby
después de echar un vistazo por la ventana señaló hacia la calle—. Su visita
acaba de llegar.
Mara
contuvo el aliento.
—¿Lord
Falconridge?
—Sí,
señora. Yo me ocuparé del niño.
La
anciana niñera se afanó tratando de limpiar la papilla de manzana de la cara de
Thomas, haciendo su alegre semblante más presentable para la visita.
Mara
echó un vistazo al espejo del aparador, atusándose con premura el cabello y
poniendo un poco de color en sus mejillas con unos suaves pellizquitos.
—Reese,
haga pasar a lord Falconridge enseguida —le dijo distraídamente al mayordomo.
—Sí,
señora.
Cuando
el mayordomo regresó al vestíbulo para recibir al conde, Mara se asomó a la
ventana. Jordan acababa de llegar a lomos de su corcel blanco; hombre y animal
bañados por el rojizo resplandor del crepúsculo. En cuanto se detuvo fuera de
la vivienda, el sargento Parker se acercó para saludarle.
Mara
observó a su visitante con ruborizada admiración, el pulso disparado. Ataviado
con una chaqueta azul oscuro, pantalones de nanquín y botas negras, desmontó de
su caballo de manera fluida. Un mozo de los establos salió corriendo para
hacerse cargo del corcel. Después de que rescatara a su señora y al joven lord
el día anterior, todo el personal de la casa había decidido que lord
Falconridge era su héroe.
El
corazón de Mara latía con fuerza mientras le veía conversar con sus
guardaespaldas temporales. Cuando el conde se despidió del soldado con una
inclinación de cabeza y se dirigió hacia la puerta principal, se apartó de la
ventana a toda prisa para evitar que la viera. ¡Señor! ¡Qué pensaría de ella si
la pillaba comiéndoselo con los ojos como si fuera una cría de diecisiete años!
Al
cabo de un instante, Reese regresó al salón.
—El
conde de Falconridge, milady.
Mara
levantó la cabeza e irguió los hombros, entrelazando las manos delante del
talle en una grácil postura para evitar ponerse a juguetear presa de los
nervios y la excitación.
Jordan
entró en la habitación. Cuando se quitó el sombrero, el corazón le dio un
vuelco.
—Milord
—le saludó con una modesta cortesía.
Él
se la devolvió y luego la obsequió con una sonrisa.
—Milady.
Tal y como prometí, he vuelto para ver cómo están. —Inclinó la cabeza a la
señora Busby de manera afectuosa.
Luego
enarcó una ceja cuando Thomas le señaló con su pequeña cuchara y balbuceó una
pregunta amistosa aunque incomprensible.
¡Vaya,
parecía que Thomas le reconocía!, pensó Mara, sorprendida.
—Y
buenas noches para ti también, lord Pierson —respondió Jordan al niño.
Mara
rió, tratando de no sonreír como una boba. Jordan le lanzó una mirada
chispeante.
—Creo
que le gusto.
—Me
parece que tiene razón.
—¿Qué
tal están todos? ¿Recuperados de la aventura de ayer?
—Así
es —repuso Mara—. ¿Y usted?
—Jamás
he estado mejor —declaró como si tal cosa, dejando el sombrero y los guantes de
montar sobre el aparador. A aquella mirada nunca se le pasaba nada por alto;
reparó en los periódicos abiertos que ella había dejado allí extendidos. Se
volvió hacia Mara con expresión intrigada—. Me ha dicho Parker que ha sido una
noche tranquila.
—En
efecto. —Mara señaló hacia la mesa—. ¿Puedo ofrecerle algún refrigerio, milord?
Jordan
ojeó la fuente con carnes frías.
—Puede
que me sienta tentado. ¿Qué tal se encuentra hoy, señora Busby? Ayer me tenía
preocupado. ¿Ha vuelto a sentir dolor en el pecho?
—No,
gracias, señor, estoy sana como una manzana. —La anciana parecía sorprendida
porque un par del reino se interesara por su salud.
—¿Y
Thomas? ¿Ha pasado buena noche después del susto del parque? Confío en que el
joven vizconde no se despertara llorando por las pesadillas.
—No,
señor, ha dormido toda la noche de un tirón, como un bendito —respondió la
señora Busby.
—¡Qué
muchachito tan valiente! Espera y verás, Thomas, algún día serás lo bastante
mayor para proteger a tu encantadora mamá tú solo.
Jordan
se sentó a la mesa, haciendo caso del gesto educado de Mara. No podía quitarle
los ojos de encima, hipnotizada por su encanto natural. Él se volvió como si
sintiera su mirada y le brindó una sonrisa que la inundó de una sensación de
calor de la cabeza a los pies.
—Bien,
¿qué tenemos? —preguntó con un brillo pícaro en sus intensos ojos azules.
—Podría
prepararle un sándwich.
—¿De
veras?
Parecía
sorprendido por su sencilla oferta. ¿Por qué?, se preguntó. ¿Porque ella era
vizcondesa? Sin duda ya habían superado eso.
Mara
enarcó las cejas, divertida, aguardando su respuesta.
—Me
encantaría —murmuró.
La
observó de un modo extraño, como si la tarea más fascinante del mundo fuera
verla poner una rebanada de pan de centeno del día en un plato y empezar a
prepararle un sándwich con pequeñas lonchas de rosbif.
—¿Mostaza?
—preguntó con voz suave, deteniéndose.
Jordan
le sostuvo la mirada demasiado tiempo.
—Por
favor.
Mara
bajó la cabeza, sonrojándose sin saber por qué mientras hundía el cuchillo en
la mostaza.
No
tenía nada de sensual preparar un sándwich, se dijo a sí misma, lo cual no
explicaba por qué sentía mariposas en el estómago. Pero podía notar que Jordan
la estaba observando con ardiente intensidad mientras untaba la mostaza sobre
la rebanada de pan.
Le
lanzó otra mirada cautelosa en tanto que señalaba el queso suizo en la fuente
de servir de forma inquisitiva. Él asintió, clavando en ella sus ojos
hambrientos.
Cuando
alargó el brazo para coger una loncha de queso que añadir al sándwich, a Mara
le vino a la cabeza una extraña imagen de Jordan lamiéndole los restos de
comida de los dedos, acompañada de un repentino e intenso impulso de darle de
comer sentada a horcajadas sobre su regazo.
Las
mejillas se le encendieron.
En
ese momento la señora Busby se aclaró la garganta y se alejó.
—Creo
que el pequeño vizconde ha terminado de comer, señora.
—Esto…
sí —Ruborizada, Mara rió con nerviosismo—. Se ha echado más papilla encima de
la que ha comido.
—¿Le
llevo arriba para darle un baño?
—Sí,
hágalo… gracias. Pero avíseme cuando esté listo para acostarse. Yo misma le
meteré en la cama.
—Sí,
señora. Si me disculpa, señor.
—Buenas
noches, señora Busby —respondió Jordan, cuando la anciana cogió a Thomas en
brazos y se llevó al pequeño con celeridad al cuarto de los niños para asearle.
Mara
se preguntó si era tan evidente para Jordan como para ella que la niñera había
huido con Thomas a fin de dejarlos solos a los dos.
Ambos
intercambiaron una mirada especulativa.
Mara
terminó de preparar el sándwich y lo cortó en dos, ofreciéndoselo a su
invitado.
—¿Te
apetece algo de beber?
—Lo
que estés dispuesta a ofrecerme —murmuró, recorriendo con la mirada el escote
de su vestido cuando se inclinó cerca de él para dejar el plato.
—¿Té,
vino? El Merlot sería un buen acompañamiento. Hoy mismo nos han entregado un
barril de cerveza negra. Pensé que a tus hombres podría gustarles. Les
agradezco mucho que velen por nosotros.
—Sabes
llegar al corazón de un soldado, ¿verdad? —Esbozó una sonrisa—. La cerveza
suena bien.
Llamó
a Mary para que la trajera, luego volvió la vista hacia Jordan cuando tras el
primer bocado al sándwich dejó escapar un gemido de placer.
—¡Delicioso!
Mara
rió entre dientes ante su exageración.
—No…
lo digo en serio —juró, tragando el bocado—. Es el mejor sándwich que he comido
en mi vida.
Ella
meneó la cabeza, con una risita divertida. Mary regresó enseguida y le ofreció
una jarra de peltre con cerveza negra en una bandeja, que Jordan aceptó. La
criada se retiró acto seguido.
—Estoy
en el cielo. ¡Salud! —agregó—. ¿Tú no vas a tomar nada?
Ella
sacudió la cabeza con pesar. Difícilmente podía comer algo cuando tenía un nudo
en el estómago. Mientras le contemplaba casi no podía creer que estuviera allí,
sentada a la mesa, con su ídolo, Jordan Lennox, en carne y hueso. El hombre de
sus sueños. Ahora era diferente, pero bajo aquel exterior endurecido y refinado
seguía captando vislumbres del joven galante de veintidós años que había
conocido.
Mary
regresó al cabo de un rato con el fin de recoger los platos de la mesa. Reese
también apareció para encender el candelabro de tres brazos cuando la luz se
fue apagando. Cumplidas sus tareas, ambos criados se retiraron. El mayordomo
cerró la doble puerta al salir, dejándolos solos, mirándose el uno al otro,
sonriendo con calidez, saboreando la mutua compañía.
—Bueno
—murmuró Mara, apoyando la barbilla en la mano cuando puso el codo sobre la
mesa—. ¿Estás preparado para confesar?
—¿Confesar?
Ella
señaló con la cabeza los periódicos esparcidos sobre el aparador.
—La
aventura de ayer, como tú lo llamas, no aparece en los periódicos. ¿No te
resulta extraño?
—¿De
veras? Sí, es sorprendente.
—¡Lo
sé! Es todo un misterio, ¿no crees? No comentan nada en la edición de la mañana
ni en la de la tarde. Por casualidad no sabrás algo al respecto, ¿verdad,
Jordan?
—¿Yo?
¡Cielos, no!
Mara
entrecerró los ojos, estudiándole con una sonrisa maliciosa.
—Has
hecho algo, ¿no es así?
—Tal
vez. —Se recostó contra la silla, esbozando una media sonrisa y apoyando el
brazo de manera despreocupada sobre el respaldo de la de Mara—. Te dije que no
te preocuparas, ¿no? ¿Cuándo vas a aprender a hacerme caso?
—¿Qué
has hecho?
—No
le des más vueltas a esa preciosa cabecita tuya.
Mara
respondió a su halago con un resoplido y un codazo en el chaleco. Él rió ante
su protesta.
—Alguien
me debía un favor. Aparte de eso, carece de importancia. Siempre y cuando estés
contenta.
—¿Contenta?
¡Me siento totalmente aliviada! Has salvado mi reputación.
—Ah,
yo no estoy tan seguro de que te hayas librado del problema.
—¿Qué
quieres decir? —preguntó, alarmada.
—Ese
rumor sobre el regente y tú… —Meneó la cabeza—. Tiene que parar.
—Sí.
—Suspiró, asintiendo. El ataque a su carruaje demostraba sin lugar a dudas que
ya había durado demasiado—. ¿Qué me sugieres? Estoy segura de que tienes algún
consejo que darme.
Una
sonrisa jactanciosa se dibujó en los labios de Jordan ante la pulla de Mara.
—En
realidad, la solución es bastante obvia. Si quieres desanimar a los cotillas
para que dejen de hablar sobre el regente y tú, por lógica debes cerciorarte de
que te vean en compañía de otro hombre.
—Entiendo.
Para que puedan lanzar un nuevo rumor.
—Exacto.
Uno que resulte menos controvertido. Al menos que no haga que te abucheen en
las calles.
Tomó
un trago de cerveza. Mara le observó, esforzándose por contener una sonrisa,
pero tenía la sensación de que sabía adónde quería ir a parar Jordan con todo
aquello.
—¿Qué
clase de hombre crees que debería buscar para que me ayude con este plan?
—Oh,
qué sé yo. Alguien… a quien todos tengan en alta estima, a quien respeten y
admiren. Por desgracia, Wellington está ocupado, pero si deseas conformarte
conmigo, estoy dispuesto a ofrecerte mis servicios.
—¡Qué
generoso de tu parte!
—Sí,
bueno, me han dicho que soy un tipo excelente. —Se recostó de nuevo contra la
silla y la contempló, divertido—. Confío en que veas los beneficios prácticos
de este acuerdo, lady Pierson.
—He
de reconocer que así es. Pero… también veo los peligros.
—¿A
qué peligros te refieres?
—Te
he dicho que no estoy buscando un amante —declaró con voz firme aunque suave.
—¡Diantres,
tampoco yo! No te preocupes. Eso no será un problema. Y si lo fuera, siempre
está Delilah.
—Pero
entonces Cole te metería una bala en el cuerpo —replicó Mara con una pequeña
mueca de remordimiento.
—¡Vaya!
—murmuró—. Tal vez no haya sido una de mis mejores ideas. No, pero en serio
—dijo al cabo de un instante—, no tengo intención de seducirte.
«A
menos que quieras que lo haga», parecían decir sus ojos azules.
«Los
hombres fogosos tienen su utilidad, querida —aún podía oír las palabras de
Delilah—. Me atrevería a decir que aprenderás a disfrutar de ellos con el
tiempo.» Mara bajó la mirada al notar que se sonrojaba.
—Ejem,
¿te apetece otra cerveza? —preguntó con cautela, recordando cuántas podía
beberse Tom en una noche.
Jordan
rechazó su ofrecimiento mientras dejaba la jarra vacía. A continuación, gracias
a Dios, cambió de tema.
—Has
de saber que ayer me dejaste impresionado por la forma en que te condujiste en
medio de aquella disputa.
—¿De
veras?
—Mantuviste
la cabeza fría en una mala situación.
—No
había mucho que yo pudiera hacer.
—Por
eso le he dado a Jack un excelente mosquete nuevo para que lo guarde bajo el
asiento del interior del carruaje de ahora en adelante. Si quieres saber mi
opinión, creo que debería haber habido uno allí.
—¿Un
mosquete? —exclamó—. ¿Para mí?
—No
consentiré que estés indefensa si alguna vez vuelve a presentarse una situación
semejante. No discutas, te lo ruego.
—¡Pero,
Jordan, jamás podría disparar a alguien!
—¿Aunque
estuvieran amenazando a tu hijo?
Mara
se enfrentó a su mirada fría y recordó su enérgico juramento de ser una madre y
un padre para Thomas. La labor de una madre era la de criar a los hijos, pero
la del padre era la de protegerlos. Si iba a desempeñar ambos papeles, entonces
quizá Jordan tuviera razón.
—No
sé disparar.
—Pues
te enseñaré. No es difícil. No podemos disponer del sargento Parker
eternamente, y yo no siempre puedo estar aquí para protegerte.
—¿De
veras crees que puedo hacerlo?
—Si
los muchachos de granja analfabetos de doce años pueden disparar un mosquete,
tú también puedes, encanto. ¿Quién sabe? Hasta puede que lo encuentres
divertido.
Mara
seguía sin poder imaginarse disparando un arma, pero se encogió de hombros,
mirándole con reservado interés.
—Te
diré una cosa que sí he disfrutado: tu diestra exhibición de ayer en el
masculino arte de la autodefensa.
Jordan
rió.
—¡Es
verdad! Mereces un titular: «Conde frena a una muchedumbre enardecida él solo».
Es una lástima que los periódicos lo hayan pasado por alto.
—Vaya,
gracias, querida. ¿Qué sucede? —agregó al percatarse de que ella tenía la
mirada fija en él.
Mara
escogió las palabras con sumo cuidado.
—Verte
luchar de ese modo ha hecho que me diera cuenta de que durante tu ausencia has
debido de estar en lugares muy peligrosos de los que yo no sabía nada.
—Bueno,
estaba el pequeño asunto de la guerra en curso.
Le
miró fijamente.
—Entraste
en combate, ¿verdad?
Jordan
simplemente la miró. No pronunció ningún comentario elocuente.
—De
modo que por eso te mostraste tan comprensivo con el comandante en casa de
Delilah. —Sacudió la cabeza, alargó el brazo y posó la mano sobre su
antebrazo—. Dios mío, si lo hubiera sabido, habría enloquecido de preocupación.
¿Te hirieron alguna vez?
—Ah,
algún que otro chichón y arañazos; no puedo quejarme. ¿Qué hay de tu
matrimonio? ¿Te fue bien?
Volvió
las tornas, suave como la seda. Mara se puso rígida y apartó la mano, en
guardia de inmediato. Bajó la mirada, sin saber bien qué decir.
—Hum,
te has quedado callada de repente —comentó Jordan con voz grave—. ¿A causa del
dolor de una viuda o es que ambos hemos vivido una guerra?
Mara
le miró, con los ojos colmados de emoción y muda por el pesar.
—¿Cómo
de malo fue? —susurró él.
Ella
agachó la cabeza. Pasó un largo rato hasta que pudo hablar.
—El
vizconde Pierson me dio a Thomas. Solo por eso… no puedo hablar mal de él.
Jordan
se puso tenso; sin quitarle la vista de encima.
—¿Te
maltrató?
—Eso
ya no importa. Está muerto. —Su mirada decía que se negaba a seguir discutiendo
sobre ese tema.
—Así
que lo hizo —aseveró con voz queda, tensa.
Luego
bajó la mirada, luchando de manera evidente por dominar la cólera que le
embargaba. Ella tomó aire con fuerza y suspiró.
—Mara…
he estado pensando —apostilló un momento después.
—¿Sí?
Jordan
asió su mano con lentitud. El corazón de Mara palpitaba aceleradamente.
—Quiero
volver a tu vida… en cualquier papel que tú desees. —Siguió con los ojos fijos
en sus manos unidas.
Ella
contuvo el aliento sin apartar la mirada de él.
—No
quieres un amante, y lo respeto. Pero no te imaginas cuánto te he echado de
menos. Te escribí muchas cartas.
—¿De
veras? —preguntó, abriendo los ojos como platos.
Él
asintió con pesar.
—Pero
no podía enviarlas.
—¿Por
qué?
—Resulta
que las cartas de amor de un joven diplomático no están consideradas como una
prioridad por los pocos correos que eran capaces de cruzar las líneas enemigas.
Mara
le miró estupefacta.
—¿Aún
las conservas?
Jordan
negó con la cabeza.
—Las
quemé cuando me enteré de que te habías casado con lord Pierson.
Ella
se estremeció y escrutó su rostro, con pensativa sorpresa.
—¿Qué
decían?
—No
lo recuerdo. Probablemente odas a tus ojos. Esa clase de bobadas. En su mayoría
decían lo mucho que te extrañaba. No imaginas cuántas veces me arrepentí de
haber tratado de ser maduro y responsable aquella noche en el jardín. ¿Te
acuerdas, cuando me propusiste matrimonio?
Mara
ahogó un grito, aunque los ojos de Jordan centelleaban con expresión afectuosa.
—¡Oh,
mira que sacar eso a colación! ¡Qué poco caballero!
—Estuviste
increíble… tan segura de nosotros. Tan apasionada.
—Te
refieres a cuando te besé.
Jordan
sonrió, sosteniéndole la mirada hasta que ella se perdió en sus ojos azules.
—He
pensado a menudo en aquel beso.
—También
yo —reconoció Mara con un hilo de voz.
Jordan
se acercó y posó los labios sobre los de ella con suavidad. Mara se estremeció
de deseo, pero cuando él comenzó a profundizar el beso, se apartó con el
corazón desbocado.
—¡No
puedo hacerlo! No puedo permitir que me hieran otra vez. He de ser fuerte por
mi hijo…
—Lo
siento. —Se apoyó contra el respaldo de la silla, bajando la mirada,
desilusionado—. No debería haberlo hecho.
—No
tienes por qué disculparte… No estoy diciendo que no me haya gustado.
Jordan
la miró con expresión interrogante, pero justo en ese instante la señora Busby
llamó discretamente a la puerta del salón.
—Milady,
me pidió que la viniera a buscar cuando el señorito Thomas estuviera listo para
irse a dormir.
Mara
levantó la cabeza, todavía sonrojada, y se volvió hacia la puerta.
—Gracias,
señora Busby —respondió—. Enseguida voy.
Jordan
le ofreció una tensa sonrisa sardónica cuando ella le miró de nuevo.
—Entonces
he de desearte buenas noches, lady Pierson. —Se levantó de la silla—. Gracias
por el sándwich y la cerveza.
—No
hay de qué. —Mara se debatió consigo misma. «Oh, diantre. Di algo.» Tragó
saliva, armándose de valor—. ¿Qué hay de tu plan… para ayudarme a iniciar un
nuevo rumor? —barbotó cuando Jordan se disponía a marcharse.
—¿Sí?
—Volvió la mirada hacia ella con interés—. ¿Qué hay de eso?
Mara
se puso roja como la grana.
—¿Sigue
en pie tu oferta?
—¿Cuál?
¿Fingir ser tu amante? —Se encogió de hombros—. Por supuesto.
El
corazón de Mara latía con fuerza contra su pecho.
—Tal
vez estés libre mañana.
—¿Qué
tienes en mente?
—Esto,
qué sé yo… ¿ir de compras?
—Ah.
—Jordan hizo una mueca.
Una
amplia sonrisa se dibujó en los labios de Mara.
—Bond
Street es el territorio de caza diurno predilecto de las damas cotillas. Si nos
ven juntos, nuestro rumor empezará con buen pie.
—Muy
bien, pues. ¿A qué hora te recojo? —preguntó, con un intenso centelleo en sus
vivos ojos azules.
Ella
se encogió de hombros, mordiéndose el labio con una sonrisa aniñada.
—A
cualquier hora de la tarde que te venga bien, milord.
—De
acuerdo, estaré aquí a las dos. Procura no meterte en líos hasta entonces, ¿eh?
Mara
le brindó una sonrisa deslumbrante, reprimiendo una risita nada propia de una
dama; él se acercó y le tomó la mano a modo de despedida. La retuvo durante un
instante, clavando en ella la mirada colmada de emoción.
—¿Qué
sucede? —preguntó Mara con voz queda.
—Eras
una muchacha encantadora, pero te has convertido en una mujer verdaderamente
maravillosa.
—Vaya,
gracias.
Jordan
la besó en los nudillos, sin objeción alguna por parte de ella.
—Buenas
noches, milady.
—Buenas
noches, milord.
El
corazón le dio un vuelco cuando él le soltó la mano, dejando que se deslizara
de manera sensual contra su piel. A continuación, cogió su sombrero y sus
guantes del aparador. Tras hacerle una reverencia, Jordan se marchó.
Mientras
el mayordomo acompañaba a Falconridge hasta la puerta, Mara sentía aún un
ligero cosquilleo debido a la leve caricia de las yemas de los dedos de Jordan
sobre su palma.
Dios
bendito, menos mal que se había marchado, se dijo a sí misma, dejándose llevar
por una oleada de sensaciones vertiginosas que no había experimentado desde la
juventud. De haberse quedado un momento más podría haberse sentido tentada de
hacer algo del todo temerario. Como invitarle a subir al piso de arriba con
ella.
Y
no para acostar al niño.
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